La intolerancia y la falta de respeto a la identidad personal y colectiva es una de las causas frecuentes de violencia y discriminación en nuestras sociedades. Si bien hay algunos incidentes y expresiones que de manera fácil se entienden como agresiones, faltas de respeto o incluso actos de odio, hay otros que no, ya sea por la complejidad del tema, o simplemente porque no medimos las cosas con la misma vara.
Recientemente, la cerveza estadounidense Bud Light contrató, como parte de sus campañas publicitarias, a Dylan Mulvaney, una figura de la comunidad trans. La reacción de personalidades y usuarios de las redes en contra de la campaña fue violenta y abrumadora. Incluso el cantante Kid Rock subió un video a Instagram en el que se le observa destruyendo cajas de esa cerveza con una ráfaga de ametralladora MP5. Las ventas de la cerveza cayeron sensiblemente por el boicot conservador, a tal grado que durante el mes de mayo una cerveza mexicana le arrebató a Bud Light el primer lugar en ventas en Estados Unidos.
Otro caso es el de la cadena de comida rápida Chick-fil-a, especializada en tortas de pollo. Esta empresa ha expresado siempre haber sido fundada en valores cristianos, e incluso, con una dinámica laboral en la que cierran los domingos para que sus empleados estén ese día con sus familias y puedan ir a la iglesia. Resulta que alguien descubrió en su página oficial un mensaje en el que se hacía referencia a la existencia de una vicepresidencia en la compañía para la inclusión y equidad, destinada a prevenir la discriminación y el acoso al interior de la empresa. Muchos conservadores se sintieron agraviados, por alguna razón. La empresa tuvo que precisar que seguían siendo profundamente cristianos.
La tienda departamental Target tuvo su propia experiencia durante el mes del orgullo LGTB. A la entrada de sus tiendas colocaron el arcoíris y diversos artículos con referencia a la fecha. Mucha gente protestó e incluso algunos cometieron actos vandálicos contra la mercancía. En su intento de quedar bien con dios y con el diablo (cada quién que decida cuál es cuál), en algunas de sus tiendas dejaron el arcoíris y la mercancía, en otras los quitaron y en otras los mandaron al fondo, según como anduviera la cosa de manera local.
Algo similar ocurrió cuando el equipo de beisbol de los Dodgers de Los Ángeles invitó al grupo LGTB autodenominado las Hermanas de la Indulgencia Perpetua a recibir un reconocimiento en su estadio. Las protestas orillaron al equipo a cancelar la invitación, pero las protestas por la cancelación de la invitación hicieron que los volvieran a invitar.
La razón de la inconformidad en contra de ese grupo en particular (otros grupos fueron invitados sin mayor reacción negativa) es que esos se visten como monjas católicas y hacen parodias de actos eróticos con figuras y personajes católicos, incluyendo la cruz y a Jesús. Ellos dicen que no son anticatólicos, y que solamente hacen comedia y sátira.
En algunos de los casos comentados se distingue claramente el prejuicio y el desinterés por aceptar y respetar la identidad de los demás, pero no en todos. La parodia y la sátira que se hace de la identidad católica no se ve como una expresión ofensiva o de burla a ese grupo, entre las corrientes que más se dedican a denunciar y cancelar las parodias y la sátira a otras identidades. Unos se pueden burlar de los demás, pero nadie se puede burlar de ellos.
En todo caso, vemos como en la sociedad estadounidense la polarización llega al absurdo de que unos le disparan a una cerveza porque también la toman los trans, al tiempo de que otros se ofenden de que no los dejan ofender a gusto.
Por otro lado, en esta batalla entre las identidades que valen y las que no, las empresas y personas que viven del público y el consumo, tomarán bando según lo indiquen los análisis sobre su principal público consumidor, y su demanda de cervezas heterosexuales, tortas cristianas, baseball con monja falsas o ropa orgullosa. El mercado entiende muy bien con qué nos tienen contentos.