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¿Campañas negras o negativas?

Quien recurre a las campañas negras solo demuestra su falta de profesionalismo en el diseño y operación de una estrategia. | José Antonio Sosa Plata

Escrito en OPINIÓN el

Era de esperarse. Los primeros días de las precampañas-que-no-son-precampañas de la y los aspirantes de Morena a la Presidencia iniciaron con varios ataques y golpes bajos. Justo lo que supuestamente se quería evitar. Varias acciones de comunicación demuestran la fragilidad de sus reglas y otras se acercan más a lo que se conoce como campaña negra.

Las campañas negras están basadas en mentiras, difamaciones, denostaciones, descalificaciones, injurias, noticias falsas o en la difusión de materiales audiovisuales obtenidos en forma ilegal. También en el aprovechamiento de los errores, debilidades o vulnerabilidades del adversario para magnificarlos al tergiversar lo que en realidad haya dicho o sucedido. 

El dolo es la esencia de cualquier campaña negra. Su objetivo es provocar la destrucción del adversario o, por lo menos, descarrilar su campaña y crear un daño profundo a su reputación. Sin embargo, su efectividad no es la que muchos creen y sí, por el contrario, se han convertido en uno de los espectáculos más deplorables de la comunicación política. 

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En el actual ecosistema de comunicación, las campañas negras se han puesto de moda. El anonimato, el conflicto y la capacidad que tienen algunos de sus promotores, de viralizar con rapidez ciertos temas, facilitan su difusión. Además, cada día crece la cantidad de información que tiene el potencial de escalar a los medios de comunicación masiva.

En el mismo sentido va creciendo la cobertura que pueden alcanzar los mensajes dolosos. Destacan los que tienen un alto valor “noticioso”, en especial los que parecen creíbles. También los que tienen su origen en acusaciones pasadas, o en grabaciones de audio o video que exhiben un acto ilícito, delito o “comportamiento moral indebido”, sin importar cómo fueron obtenidas. La razón es clara: en estos tiempos, no hay nada mejor que el poder de una imagen.

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No obstante que rara vez causan daños letales o irreversibles, las campañas negras no se pueden ignorar o minimizar, mucho menos dejar que fluyan sin una respuesta contundente. Con mayor razón cuando están basadas en el engaño o el artilugio. La tarea prioritaria de quien nada debe, es poner freno a las dudas y sospechas que siembran en la gente.

El peligro real de este tipo de campañas se presenta cuando lo difundido sí tiene una dosis parcial o total de verdad. Cuando la acción comunicacional es el paso previo a la presentación de una denuncia formal ante las autoridades. O cuando, sin ser un asunto que se pueda judicializar, sí provoque un daño al honor y/o a la credibilidad de la persona atacada.

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Lo que muchos de sus autores no siempre se dan cuenta es que las campañas negras suelen provocar enojo y desconfianza en un alto porcentaje de la población. La mayoría de los estudios de opinión que se han realizado para conocer sus efectos así lo demuestran. Dañan la confianza ciudadana en la política y en los partidos. Y alejan a buena parte del electorado de las urnas.

A partir de este razonamiento, la pregunta que surge es por qué se les sigue dando un espacio importante en algunas estrategias de comunicación política. ¿Acaso no se han dado cuenta sus promotores que, además, se les pueden revertir? De lo que no hay duda es que quienes las utilizan solo demuestran su falta de ética y profesionalismo en el diseño y operación de una estrategia.

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Para ganar espacios de poder, en cualquiera de las expresiones del espacio público, existen las campañas de contraste o negativas. El hecho de que sean llamadas así no las hace perversas, malintencionadas o ilegítimas. La diferencia, el desacuerdo o las opiniones distintas sobre temas que interesan a los grupos de poder y a la población son parte de la política. 

Las campañas que están sustentadas en las virtudes del personaje y sus propuestas son poco atractivas y casi nunca tienen éxito. Es cierto que la gente no quiere ver tantos pleitos ni notas negativas en los medios a los que está expuesta día a día. Contrastar no significa obligadamente reñir. Pero, lo mismo que en cualquier debate, lo importante es contrastar.

Consulta: Fernando Dworak. "A favor de las campañas negativas. Un alegato para México", en Revista del Instituto de Ciencias Jurídicas de Puebla, año VI, número 30, julio-diciembre de 2012, pp. 118-135.

Para diferenciar visiones, posturas, opiniones y propuestas sí se puede recurrir a la exhibición pública de las debilidades, defectos o puntos vulnerables del adversario. Pero hay que apegarse a la verdad y contar con un código de ética que establezca los límites. Es el caso de respetar, por ejemplo, el derecho a la intimidad o no recurrir a acciones ilegales cuando se busca obtener información.

Poner el énfasis en los aspectos negativos de un oponente no puede estar orientado por el machismo, la xenofobia, la degradación, la marginación, la inequidad, la discriminación, la ofensa o la violencia política de género. Tal y como ya lo estamos viendo con algunos aspirantes de Morena. Actitudes así solo hablan mal de quien procede con dolo, además de que atentan contra los más elementales valores de la democracia. 

Recomendación editorial: Roberto Bazan. Guerra electoral. El poder en las sombras. Lima, Perú: Goberna Analitics, 2022.