Las oleadas de calor de las últimas semanas en todo el territorio nacional, son parte de un fenómeno que ya se había anunciado a principios de año cuando se predijo que este 2023, el fenómeno del Niño, volvería con más fuerza luego de seis años en los que no se presentó la presión atmosférica que propicia el calentamiento de las aguas del pacífico en el Ecuador pero que, alcanza alteraciones climáticas con efectos en todo el planeta.
El último fenómeno del Niño registrado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) que, por cierto fue considerado uno de los tres más fuertes desde 1950, sucedió entre 2015 y 2016 y sus efectos en América Latina generaron sequías desde México hasta Sudamérica y el Caribe.
Las pérdidas se calcularon en más de 4 mil millones de dólares y el sector más afectado fue el agroalimentario que en algunas zonas de América Central, se registraron pérdidas totales de cosechas incrementando la vulnerabilidad de la seguridad alimentaria y el desplazamiento de miles de personas que perdieron sus tierras ya fuera por las sequías o las inundaciones.
Para algunos trasnochados la mejor manera de reducir las oleadas de calor es sembrando árboles, ayuda pero, a la velocidad que vamos en el aumento de la temperatura, la medida se convierte en paleativo. Los más confundidos y obnibulados atribuyen las altas temperaturas a la construcción del tren maya.
La verdad es que las razones del alza de la temperatura planetaria se deben a causas que van un poco más allá de eso y que, difícilmente revertiremos. Recientemente el Banco Mundial en su reporte “Desarrollo de Desintoxicación: reutilización de los subsidios perjudiciales para el medio ambiente” asegura que el aumento de la demanda de las energías fósiles se debe a los “gobiernos” que subsidian los precios y con ello, alientan el uso de combustibles fósiles, ineficientes y contaminantes.
No sólo eso, el reporte del máximo órgano del capitalismo global asegura también que la ineficiente producción agrícola contribuye sobremanera a la emisión de gases contaminantes debido a los subsidios otorgados para la compra de fertilizantes que son responsables del 17 por cierto de la contaminación por nitrógeno a nivel global. Cierto, esto lo repiten una y mil veces algunos científicos pero la advertencia tiene dedicatoria pues hablan únicamente de los productores “ineficientes” que derrochan recursos por falta de tecnificación agrícola, lo mismo para los pueblos pesqueros que sobrexplotan la pesca de manera ineficiente.
El reporte del Banco Mundial señala y condena que, durante 2021, se destinaron 577 mil millones de dólares a subsidios como los mencionados, mismos que contribuyen de acuerdo con el organismo, al aumento de las emisiones de carbono y al calentamiento global. Según el informe, si se destinarán dichos recursos a la promoción de la transición energética, lograríamos “mitigar” en corto tiempo la temperatura del planeta y sus efectos.
Sin tratar de ser incisivo ni suspicaces, cuando el Banco Mundial dice “subsidio e ineficiente” ¿Qué es lo que viene a la mente amigo lector? Países pobres, endeudados, con atraso tecnológico, deficientes, con sistemas ineficientes de producción agroalimentaria y corruptos. Eso es lo que a más de uno, se le ocurre cuando dicho organismo utiliza estos términos.
Sin embargo, de acuerdo con el “Informe Sobre la Desigualdad Global 2022” elaborado por el World Inequality Lab, el 10 por ciento de la población mundial más rica contribuye con el 50 por ciento de las emisiones globales de CO2, mientras que, el 50 por ciento de la población mundial más pobre, genera el 12 por ciento de las emisiones de CO2. Por regiones, las emisiones per cápita de la población más rica en América del Norte son del 73 por ciento y las de Europa del 29 por ciento. Rusia y Asia Central 35 por ciento, Asia del Este 38 por ciento y Medio Oriente y parte de Asia 33 por ciento. Los más ricos de América Latina 19 por ciento y los de África 7.3 por ciento. En ninguna de las regiones, las emisiones per cápita de los más pobres llega al 10 por ciento.
Las emisiones se dispararon en el 2022 hasta alcanzar 40,600 millones de toneladas de CO2, un incremento de 1 por ciento anual. Cierto un crecimiento relativamente menor al de 2021 que registro un aumento del 5 por ciento con respecto al 2020 y un volumen de emisiones de 36,600 millones de toneladas, menores a las del 2022.
La temperatura del planeta pasó de registrar un incremento de 0.08 ºC en 1975 a 0.97 ºC en lo que va del 2023. La razón de estos incrementos es más que evidente y quedó claramente ilustrado cuando superamos el confinamiento al retomar con fuerza la actividad humana y económica.
Dicho de esta manera, es más que evidente el impacto que tiene la actividad económica y de poder en el medio ambiente. En este sentido, llama poderosamente la atención la narrativa del Banco Mundial en el que buscan claramente a quiénes endosarles la responsabilidad presente del calentamiento global, obviando los registro históricos y los contextos.
Visto así, podríamos estar en la antesala de una lucha encarnizada por implementar y establecer políticas que aceleren en algunas naciones la llamada transición al “capitalismo consciente”, dejando atrás, a todos aquellos países cuyas economías crecieron a la zaga del modelo implementado desde el Banco Mundial.
Tenemos muchos frentes abiertos en los que, las asimetrías para la transición, se hacen evidentes, uno de ellos es la guerra en Ucrania en donde la crisis energética generada por el conflicto, puso aprueba la capacidad de las naciones para transitar a la llamada economía baja en carbono, y al mismo tiempo, observamos cómo desde los centros financieros globales, se incentiva a los países más pobres a endeudarse para pasar del lado de los “países conscientes” y dejar de ser, proteccionistas y adicto-dependientes del petróleo que es la narrativa que el Banco Mundial induce en su reporte.