La escena es desgarradora.
En la plaza pública de una escuela primaria al parecer ubicada en la región del Nayar, una veintena de niñas y niños, en formación paralela son saludados por su profesor, quien después de darles los buenos días pregunta qué almorzaron y una a uno van respondiendo.
Tortilla con frijol, tortilla con sopa, tortilla con nopal, tortilla con queso… uno niño explica que “la gallina no quiso poner huevos” así que comió tortilla con sal; una niña y un niño relatan que comieron “alma negra” que, explica el profesor, es un tipo de frijol de la región.
Ninguno comió carne, ninguna tomó leche.
Acto seguido, el maestro pregunta a los niños si recuerdan cuando había “Escuela de tiempo completo”. Contentos, responden que sí. ¿Y recuerdan qué comían? Pregunta el docente. Y la felicidad en las voces infantiles relata:
“Sopa, leche, atún, lentejas, sardina, arroz con leche...”
Hoy esos mismos niños ya no tienen la única comida sustanciosa que recibían cada día de escuela.
Después de un litigio de padres de familia, y a pesar de un mandato judicial para conservar el programa Escuela de Tiempo Completo, en 2022 el gobierno federal y específicamente la Secretaría de Educación Pública entonces bajo el mando de Delfina Gómez, ordenó la desaparición del programa que daba alimentación y clases complementarias a niñas y niños en las regiones más pobres del país.
Según cálculos de la organización Mexicanos Primero, cerca de 3.6 millones de niñas y niños fueron afectados. Como se sabía, y como también se dice en el video que circula en las redes sociales, la comida que les daban a niñas y niños como parte del programa era la única que recibían cada día, debido a que sus familias no cuentan más que con tortillas y, a veces, frijol o chile, en ocasiones algo de queso, o de plano solo sal.
“Las letras no entran con el estómago vacío, si un niño viene a la escuela con hambre no piensa en el estudio, solo piensa en la tortilla”, afirma el preocupado maestro del Nayar.
¿Cómo llegamos a esta situación?
Niñas y niños en regiones de alta marginación o, como en el caso del Nayar, en regiones de pueblos originarios, sobreviven a duras penas y estudian con hambre en el estómago, con tristeza en el corazón, añorando esa única comida que recibían y que el gobierno federal, este gobierno federal, les quitó.
Pero el programa Escuela de Tiempo Completo era más. También funcionaba en tiempo extendido para que los niños, luego de las clases habituales, pudieran sentarse a comer bien y después se les impartían clases complementarias de educación artística, o de deportes, lo que además permitía a sus padres más tiempo para poder trabajar.
Maestras y maestros recibían un estímulo económico para compensar el tiempo extra en el aula, mientras cuidaban que niñas y niños comieran y complementaran su educación. Hoy eso se perdió.
Así ocurrió con las guarderías infantiles, con las vacunas del cuadro básico, con los medicamentos para niñas y niños con cáncer, con tantos programas y acciones de gobierno que funcionaban y que daban un beneficio tangible a los más desposeídos, a los más vulnerables.
Presume esta administración federal de tener un espíritu humanista. Esa afirmación se estrella contra una realidad que refleja una falta de sensibilidad, cuando no una total crueldad de quienes han arrebatado a niñas y niños la oportunidad de poder estudiar sin hambre.