“Elisa y Marcela” (2019) dirigida por Isabel Coixet, es una historia de la vida real que sucedió en un pueblo muy pequeño de Galicia a principios del siglo XX. Se enamoraron en una escuela de religiosas que es parte del convento en el que acogieron a Elisa. Marcela vive con un padre autoritario que le teme a los libros y a la educación para las mujeres y una madre sumisa que lee a escondidas. Los adultos sospechan de esa amistad que las absorbe. Tres años de separación obligada. Se reencuentran trabajando como profesoras de primaria y pueden vivir juntas. En secreto. ¿A quién le importa? A todo un pueblo que se siente amenazado y decide que los niños deserten las aulas de las profesoras indeseables. Ocultos en el bosque apedrean a Elisa.
Elisa se ausenta y regresa convertida en Mario. Un plan ingenuo que se sostiene lo suficiente como para que el sacerdote del pueblo los case. Hasta que Mario es conducido a la alcaldía para una “revisión” forzada. Se declara hermafrodita. Como parte del plan Marcela está embarazada. Huyen a Portugal donde la furia las persigue con una denuncia y solicitud de extradición. Son encarceladas en Portugal donde nace su hija y donde ese amor suyo –ya se escribió de él en los periódicos– causa empatía. Les permiten escapar hacia el sueño de Marcela: un hogar aislado en la pampa argentina. Marcela entregó a su hija en adopción. Imposible –en esos tiempos– conciliar la maternidad y su amor. Al final de la película una joven educada en Portugal visita a su madre biológica en Argentina y pregunta: “¿Valió la pena?”
“El secreto de las abejas” (2018) dirigida por Annabel Jankel sucede en 1950 en otro pueblo pequeño, pero esta vez en Escocia. Lydia y su hijo Charlie viven solos tras el abandono del padre del niño. Lydia, una “mujer sin hombre” es la comidilla del pueblo. Charlie se hace amigo de la doctora recién llegada a quien presenta con su madre. Y la atracción se da. Intensa. La historia sucede alrededor de una poética concepción de la vida de las abejas: la doctora Jean, quien cuida el criadero que heredó de su padre, le enseña a Charlie que una/o puede contarles sus secretos. Y las abejas escuchan.Jean contrata a Lydia como ama de llaves. Viven juntas con el niño. La relación entre la madre y el hijo es uno de los grandes encantos de la película. Y la relación de Jean con el niño.
Que el amor suceda perturba a todos a quienes la vida y las dificultades de Lydia les daban igual, incluido el padre del niño. Como en la película anterior, la maledicencia y la crueldad circulan. El castigo social: no dirigirles la palabra, el consultorio de la doctora vacío. Los insultos a su paso. Hasta que llegamos a ese punto de conflicto que se repetía (aún se repite) inapelable en la vida de las madres que aman a otra mujer: el progenitor del hijo convertido de golpe en el padre más preocupado por el bienestar de la criatura hasta ese momento ignorada, se lo quita. La renuncia se impone. Lydia y Jean tienen que separarse. Es el hijo ya mayor quien narra al inicio de la película y quien concluye: ni su madre ni Jean podrían haber encontrado su camino personal, íntimo y relativamente libre, sin ese amor que las unió. Por un tiempo. Y al que tuvieron que renunciar.
“Carol” (2015) dirigida por Todd Haynes, sucede en 1952, solo que en Nueva York. La diferencia es sin duda enorme con respecto a la Coruña o al pueblito escosés, y sin embargo, la lesbofobia se reduce, pero no ceja. La película se inspiró en “El precio de la sal” de Patricia Highsmith, quien al momento de su publicación firmó con el pseudónimo de Claire Morgan. Las miradas que fulminan entre Carol y Therese. Ambas están en relaciones heterosexuales, casada y con una hija en el caso de Carol. Las citas cada vez más frecuentes. Carol ya está en proceso de divorcio. El ex marido de Carol contrata a un detective que las sigue y las graba desde la habitación contigua de un hotel.
¿Una venganza? Por supuesto. ¿El arma una vez más? Despojarla de su hija. Una mujer que ama a otra mujer no puede ser sino una muy mala madre. ¿Qué juez no coincidiría? Sobre todo cuando el ex marido de Carol es un hombre muy rico. Obligadas a separarse por un tiempo, sí. Pero en un mundo mucho más abierto que el de las películas anteriores, con una mayor posibilidad de construirse espacios de libertad, Carol elige no renunciar a Therese. Tiene claro como Elisa y Marcela, como Lydia, que habrá un costo para su hija al vivir con su madre y su pareja mujer. Negocia. Sacrifica la posibilidad de que su hija viva con ella, cede la custodia a su esposo a cambio de poder verla. Y regresa con Therese. Un final bastante más afortunado. Los tiempos –con desesperante lentitud– cambian. Depende de las geografías, de las culturas, a veces de las clases sociales. Del nivel de poder y control que las religiones monoteístas ejerzan. Películas para reflexionar en lo complejo que ha sido llegar a un mundo donde “La marcha de las lenchas”, contra viento y marea, es posible. Cuánto de ya logrado y cuánto aún por cambiar.