Varias noticias buenas contribuyen a darle una maquilladita de optimismo a la situación económica de México. En primer lugar, se celebra que se mantiene la racha de fortalecimiento del peso. Al cierre de esta semana el dólar se cotizaba a 17 pesos con 28 centavos. En lo que va del año el peso ha incrementado su valor en casi un 11 por ciento; el más alto de los últimos siete años.
Luego, entre las señales optimistas le sigue el entusiasmo por el nearshoring; es decir la reubicación de empresas transnacionales en México impulsada por la crisis en Europa y el enfriamiento de las relaciones entre Estados Unidos y China. Alemania, el motor económico del viejo continente se encuentra en recesión debido en particular a que su industria ya no cuenta con el aprovisionamiento de energía barata que le surtía Rusia.
Y China no deja de escuchar los tambores de guerra norteamericanos; destaca la instalación de cuatro nuevas bases militares norteamericanas en Filipinas y los intentos de llevar a la OTAN hacia ese espacio con la invitación a la India a formar parte de la alianza militar (la cual rechazó) y de instalar oficinas en Japón (a lo que se opuso Francia). Esperemos que no se llegue a un conflicto bélico; pero el conflicto comercial sí que amenaza empeorar. Así que para los grandes inversionistas internacionales China ya no resulta muy atractiva si es que lo que quieren es exportar a Estados Unidos.
Con Europa y China fuera del escenario queda México, con frontera con el gran mercado norteamericano, con mano de obra más barata que la de los dos primeros, y que con gusto recibe la inversión extranjera directa que ofrece instalarse aquí. Eso si se le cumplen varias condiciones: mejorar la infraestructura; estado de derecho, es decir alejar las amenazas de cortapisas futuras a su libertad de hacer negocios; y dar seguridad, más seguridad, auténtica seguridad.
Claro que no solo llega inversión productiva. También llega inversión especulativa que viene a aprovechar, en un país sin veleidades izquierdistas y que prioriza la estabilidad financiera, nuestras tasas de interés muy superiores a las que ofrece el mercado internacional.
Al optimismo contribuye que el Banco de México, al igual que Banco Mundial y otras entidades financieras acaban de subir su pronóstico de crecimiento económico para México en el 2022. Banxico había dicho que creceríamos en un 1.6 por ciento y ahora lo elevó a 2.3 por ciento. Este porcentaje se queda corto con lo que predice nuestro presidente: que creceremos al 4 por ciento anual.
Hasta aquí lo positivo. Estamos lanzando cuetes, pero con mis disculpas, habrá que entrar en lo no tan positivo, tendremos que recoger las varas.
En los últimos años las tasas de crecimiento para 2019 y 2020 fueron negativas, de -0.14 y -8.2 por ciento. Positivas para 2021 y 2022, de 4.9 y 3.1 por ciento. Si se hacen las cuentas al final del 2022 estuvimos, por una nadita, a punto de llegar al tamaño del Producto de 2018. Así que según Banxico al fin de 2023 podríamos acumular un crecimiento de dos por ciento en cinco años. Compartiendo el optimismo presidencial habremos crecido en 3.7 por ciento en esos cinco años. En ambos casos el crecimiento habrá estado por abajo del crecimiento de la población con lo que el producto per cápita seguirá estando por abajo del de 2018.
En estas condiciones es fácil deducir que las inversiones extranjeras no vienen atraídas por el fortalecimiento del mercado interno sino, simplemente, por la cercanía al mercado norteamericano.
Veamos el asunto en otra perspectiva. En 2020 México tuvo una balanza comercial positiva en 34,185 mil millones de dólares –mmd–. Es decir que exportamos más de lo que importamos; lo que estuvo asociado a que fue un año de apretarse el cinturón para la mayoría de la población. En 2021 la balanza comercial fue negativa en 10,939 mmd y en 2022 fue negativa en 26,421 mmd.
La situación no apunta a mejorar. Las exportaciones de México a Estados Unidos descendieron 2 por ciento comparado este abril con el abril de hace un año. Lo que se atribuye a que por un lado la economía norteamericana se está desacelerando y por otra parte las mercancías mexicanas son ahora más caras debido a que los pesos les cuestan más a los extranjeros. Es decir que un dólar en México se compra menos que antes. Lo saben los compradores del extranjero y lo saben las familias mexicanas que reciben dólares que convierten a menos pesos que antes.
Es decir que el principal programa social que existe, el que pagan los mexicanos del exterior se ha deteriorado. Lo que va de la mano con la noticia de que el segundo mayor programa, el del gasto en desarrollo social que paga el gobierno registró una disminución de 2.7 por ciento en el primer cuatrimestre. El gasto en salud en particular tuvo una caída de 16.5 por ciento anual; lo que va a empeorar, supongo, los tiempos de atención en el sistema de salud público.
Nos hemos enfilado a un modelo de atracción de inversiones tanto productivas como especulativas que ha fortalecido el peso y del que esperamos que fortalezca las exportaciones. Lo que plantea cierta incongruencia; encarecer al peso no propicia mayores exportaciones.
Lo que sí consigue, sumado a la apertura total de las importaciones de básicos, es elevar la dependencia alimentaria. No se ha resuelto la demanda de los productores agrícolas comerciales del noroeste de contar con precios de garantía para todos, a un nivel que garantice la rentabilidad de la producción. Lo dicen los norteños, que son los únicos que pueden organizarse para hacerse oír, pero es una demanda generalizada en el medio rural.
Nuestra agricultura no puede competir con la norteamericana si no tiene subsidios similares a los que se dan en Estados Unidos; o si no existe una moneda competitiva, una vieja demanda empresarial o, por último, si no es protegida mediante aranceles o restricciones a las importaciones. Tres opciones alejadas de las capacidades financieras del gobierno y del pensamiento neoliberal de libre mercado.
Pero la peor mala noticia, en mi opinión, es que esta administración pretende dejarle amarradas las manos a la siguiente en materia fiscal. El secretario de Hacienda, Ramirez de la O, acaba de reiterar que no se elevarán los impuestos en lo que resta del sexenio y va más allá, señala que sería muy mala idea para la siguiente administración elevar los impuestos.
México es, para los muy grandes capitales, un paraíso fiscal; tiene una captación tributaria de menos de la mitad del promedio de los países de la OCDE, menos de la mitad de lo que capta Brasil. La siguiente administración enfrentará la disyuntiva entre el incremento de la inversión en infraestructura, educación, salud y seguridad que, entre otras cosas están demandando los inversionistas externos y, por otra parte, el gasto social o cumplir con aquello de la autosuficiencia alimentaria. Ya ahora es evidente que no alcanza para todo y, a pesar de ello, la pretensión es amarrarle las manos a la siguiente administración para que no haga la tan indispensable reforma hacendaria.