A los políticos les encantan las encuestas. Sobre todo si las cifras les son favorables. Y hacen alarde y elogio de esos resultados y aplauden a la casa encuestadora que los obtuvo mediante estrategias y metodologías que –dicen– son absolutamente científicas y certeras.
Pero si no les son favorables las descalifican; dicen que fueron elaboradas por adversarios, enemigos de la transformación, por conservadores, neoliberales, feos y sin cepillar.
Todo depende de cómo le va en la feria de las encuestas a cada uno, sobre todo si son candidatos a algún puesto de elección popular y, sobre todo, si son “corcholatas” del cuño corriente. Como se ha visto en meses-semanas-días recientes.
O como ocurre con los índices de “preferencia” que obtiene el presidente de México que cada vez que hay una sacudida política que le puede restar esa “popularidad”, salen encuestas –como hongos– en donde se dice que está cada día más fuerte y que su popularidad y aceptación ciudadana está por los cielos y más allá.
En todo caso, a lo largo de nuestra vida política, luego de la reforma política de 1977 comenzaron a aparecer modelos de encuestas, preguntas al elector sobre sus preferencias y el por qué. Esto, en la medida en que los partidos y los candidatos se iban incrementando, parecía cada vez más evidente el interés por saber, antemano, quién podría ganar tal o cual elección.
Y para eso, comenzaron a surgir encuestadores –algunos de ellos provenientes del ámbito universitario–, u organizaciones políticas o independientes y ahora empresas dedicadas a levantar encuestas o consultas para saber por dónde anda el ánimo ciudadano respecto de las elecciones municipales, estatales y, sobre todo, la federal. Es el pan nuestro de cada día durante estos procesos de acumulación de simpatías políticas.
Estas organizaciones u empresas encuestadoras (algunas de ellas incluso certificadas por la autoridad electoral), dicen contar con los métodos, la metodología, el personal calificado, y con ello hacen súper estudios de preferencias tanto comerciales, mercantiles, políticas, electorales…
El punto es saber si lo que nos dicen cada día es lo que de veras tiene que ver con la preferencia social o ciudadana o si –como ocurre cada vez con más frecuencia– esto tiene que ver con lo que quiere dar a conocer ‘su cliente’.
Sí, hay empresas encuestadoras muy serias y respetables. Sus directivos y su personal son calificados para ello y hacen las consultas de forma cuidadosa.
Pero al final lo que decide el ciudadano es absolutamente impredecible y tiene que ver con el estado de ánimo social del momento, con la visión que en conjunto y de forma individual se tiene tanto del gobierno, del gobernante o de los candidatos a puestos de elección popular.
Con frecuencia las mismas empresas aseguran que los resultados obtenidos permiten, además de conocer por dónde anda la cosa en tanto preferencia electoral –como es el caso por estos días–, como también –dicen– estas encuestas sirven para tomar decisiones de gobierno, de tipo político, electoral o social e incluso comercial.
Muchos están interesados en saber qué ocurrirá el día de la elección, –si vamos al tema electoral–. Tanto los políticos involucrados, sus partidos políticos, las fuerzas económicas o políticas que apoyan a cada candidato, el gobierno en el poder que quiere mantenerse en él, los medios de comunicación que quieren saber cuáles serán los temas a tratar durante el proceso electoral .
Y lo dicho, con frecuencia los resultados obtenidos sirven para influir en la voluntad del elector porque hacen las veces de propaganda, debido a que algunas veces estos resultados obedecen al interés del candidato o candidata e, incluso del gobierno mismo que tiene su propia decisión respecto de quién habrá de ser su candidato o, como despectivamente se conoce hoy: su “corcholata” definitiva.
Pero, con frecuencia los resultados de las encuestas no aciertan. Son muchos los casos en los que empresas, aun con toda su seriedad, han fallado en sus resultados. Lo hemos visto con frecuencia en muchas de las elecciones mexicanas de este siglo.
Por ejemplo. Por estos días se debate quién de los aspirantes a candidatos a la presidencia del país por Morena y socios es el que cuenta con el mayor apoyo social-ciudadano, aunque antemano sabemos ya que quien habrá de decidir al candidato vive en el edificio que es Palacio Nacional.
Pero mientras son peras o perones las encuestas están a la vista cada día, y sus contradicciones. Por ejemplo: Apenas el 8 de mayo aparecen de forma casi simultánea dos encuestas serias y rigurosas que indican sus resultados de preferencia de “las corcholatas”.
Una de ellas (El Financiero) atribuye la supremacía a la candidata Claudia Sheinbaum. ‘Su preferencia subio´ de 31 a 34 por ciento en abril, ampliando su ventaja de 12 a 16 puntos porcentuales sobre el segundo lugar, Marcelo Ebrard, en un careo que considera a cinco posibles aspirantes, incluidos Adán Augusto López, Ricardo Monreal y Gerardo Fernández Noroña.’
La empresa Gea, por su parte anuncia que Marcelo Ebrard es el más presidenciable y lo pone por encima de Sheinbaum y Adán Augusto: ‘La encuestadora GEA fue una de las que colocó a Ebrard por encima de sus contrincantes de Morena a nivel nacional, luego de preguntarles a los ciudadanos sobre quién les gustaría que representara a Morena en las elecciones presidenciales’.
Así, Adan Augusto López tiene sus datos-encuestas favorables. Así el Ejecutivo tiene muy altos índices de preferencia de crisis en crisis. Y así.
¿Creer o no creer en estos resultados? ¿O en las encuestas de aprobación o desaprobación presidencial? Ese es el dilema ciudadano.
Ese es el tipo de escollos que se encuentran en el camino para tomar la decisión final, única e intransferible: el voto. Lo importante es estar alerta, profundizar en la seriedad con la que se tendrá que otorgar el voto y cuáles serían sus resultados después de 2024. Cada uno, cada ciudadano, tiene una responsabilidad con la democracia y con el país.