Dice el dicho popular: “No hay enemigo pequeño ni gigante invencible”. Sin embargo, lo que está sucediendo en la lucha por la presidencia de la República demuestra lo contrario. El potencial para hacer frente a un adversario como Morena no debe reducirse a la imagen de una sola persona, o a la expectativa de que un alto porcentaje de la ciudadanía lo apoyará por el simple hecho de ser opositor. Se requiere un poder mucho mayor.
La historia reciente de nuestra democracia así lo confirma. Las estrategias o acciones aisladas, desarticuladas, descoordinadas, con pocos recursos o que no controlan las divisiones y conflictos entre los que se dicen aliados rara vez han tenido éxito. Cierto es que hubo, por ejemplo, algunos candidatos independientes que rompieron la regla. Pero también lo es que sus triunfos se dieron en contextos políticos excepcionales.
Desde esta perspectiva, se puede asegurar que en este momento sí hay varios adversarios pequeños. Y que la mayoría no tiene ninguna posibilidad de lograr las posiciones a las que aspiran. Unos se engañan a sí mismos y se dejan engañar por sus colaboradores. Otros son utilizados por sus adversarios porque les conviene enfrentarse a personajes débiles, más aún cuando no les representan ningún riesgo.
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El proceso que lleva a cabo Morena y sus aliados ha sido, es y será definido con las reglas del presidente Andrés Manuel López Obrador. Habrá encuestas, claro. Probablemente veremos algunos debates. Seguirán los conflictos y se tratarán de gestionar para evitar rupturas. Sin embargo, con el respaldo de los muchos recursos que se ejercen desde el poder presidencial, no hay más que dos grandes finalistas y desde ahí se elegirá solo a uno, o una.
Los demás aspirantes de Morena parecen pequeños. Y en política, lo que parece, es. ¿Podrá alguno de los adversarios pequeños poner en jaque la estrategia que se ha puesto en marcha? ¿Alguno se atreverá a convertirse en el “hijo desobediente”, como lo hizo Felipe Calderón cuando vio que no tenía todo el apoyo que esperaba del expresidente Vicente Fox? ¿Quién o quiénes estarían dispuestos a asumir los riesgos de desafiar —en las actuales circunstancias— a quien hoy se muestra como “el gigante invencible”?
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El método de selección de Morena funcionará. Por lo mismo, no se ve en el horizonte que alguno de los aspirantes ponga en riesgo el resultado final. Y si alguno lo hiciera, sus posibilidades de éxito serían muy bajas. El único riesgo latente para la estrategia del presidente está en el conflicto que habría si el canciller Marcelo Ebrard estuviera en desacuerdo frente a la designación de Claudia Sheinbaum, la Jefa de Gobierno.
Con base en los controles que aún ejerce el presidente, la confianza de su partido se incrementa porque a cualquiera de los posibles adversarios internos todavía se les puede mantener a raya. Claro que podría haber una sorpresa con alguno que falle en el cálculo político, pero una situación así se ve poco factible. La negociación o el acatamiento de las órdenes superiores serán, sin duda, su mejor opción.
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En contraste, en la oposición sigue sin verse al gigante que pueda enfrentar con eficacia al primer mandatario y a su posible sucesor o sucesora. Todas y todos los aspirantes parecen pequeños. Sin embargo, esto no es del todo cierto. Lo que pasa es que las dirigencias están cometiendo algunos errores en la gestión de conflictos e intereses, pero sobre todo en la interpretación de lo que dicen los estudios de opinión.
Derivado de lo anterior, desde Palacio Nacional se están operando —entre otros— dos principios básicos de la estrategia política. El primero se le atribuye a Napoleón Bonaparte: “Nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error”. El segundo a Sun Tzu: “Resultará vencedor quien afronte preparado a un enemigo que no lo esté”. Ambos están dando buenos resultados.
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Si en la oposición interpretaran de mejor forma lo que dicen las encuestas, un candidato no partidista tendría más probabilidades que uno que surja de la política tradicional. El descrédito de los partidos y los políticos “de siempre” es tan solo una de las razones. Por lo tanto, este hecho descarta a la mayoría de quienes quieren la candidatura, aún cuando registren altos niveles de reconocimiento o superen el 15% en las intenciones de voto.
Para ser competitivo, la candidata o candidato opositor seleccionado tiene que conectar emocionalmente con la sociedad civil. Debe ser un excelente comunicador. Su narrativa, propuestas y mensajes no pueden estar basados exclusivamente en las provocaciones que suscita la polarización, porque sería simplemente reactivo a la agenda que impone el adversario. Asimismo debe contar con los recursos económicos suficientes, sin rebasar los límites que marca la ley.
Por otra parte, debe tener la capacidad y el entrenamiento adecuado para conectar con los grupos en desventaja. Uno de los objetivos principales es fracturar y reducir el voto duro que el presidente y Morena han consolidado durante los últimos cinco años. Ciertamente es muy difícil luchar contra el aparato social del Estado y la popularidad del primer mandatario, pero nuestra democracia necesita mayor competitividad y un auténtico equilibrio entre los poderes.
Construir a un personaje capaz de convertirse en un fenómeno mediático es viable y factible. Para convertirse en buen líder —o lideresa— no debe temer al conflicto. Tiene que estar preparado para enfrentar cualquier guerra sucia o campaña negra. Y conocer bien a su adversario porque, parafraseando a Sun Tzu, quien no conoce al adversario ni se conoce a sí mismo es derrotado en todas las ocasiones.
Hasta ahora, una de las enormes ventajas de la estrategia del presidente es que no enfrenta adversarios de peso ni “gigantes invencibles”. Por eso ironiza con los mensajes y acciones de sus adversarios y se da el lujo de alentar las aspiraciones de quienes quisiera y le conviene enfrentar. ¿Lo seguiría haciendo si en realidad los viera como un peligro para su proyecto y legado político?
Recomendación editorial: Lawrence Freedman. Estrategia. Una historia. Madrid, España: Editorial La Esfera de los Libros, 2016.