El segundo debate de las candidatas a gobernar el Estado de México fue muy criticado. El formato resultó un retroceso porque casi no interactuaron ni presentaron argumentos que llamaran la atención de los espectadores. Además, la elocuencia se perdió porque se concentraron en leer sus tarjetas frente a las cámaras.
Por si fuera poco, la estructura aprobada, la moderación y la narrativa visual fueron poco atractivas. En todas las circunstancias, predominaron las precauciones. Nada debía estar fuera de control. La indicación de los asesores parecía solo una: a como diera lugar, las candidatas tenían que ajustarse al guion.
En otras palabras, ninguna quiso arriesgarse. ¿El resultado? No hubo debate. Se trató de un evento de suma cero. Con base en el resultado, lo más probable es que, previamente, ambos equipos llegaron a la conclusión de que era la mejor opción. Pero así la ciudadanía perdió una buena oportunidad para tener una decisión mejor informada.
El buen líder sabe que, para ganar, hay que correr riesgos. Más cuando se trata de cumplir una misión tan importante como la de gobernar uno de los estados más grandes del país. La recomendación de “es por tu bien” pudo haber sido la más lógica para ambas candidatas, pero la decisión final no fue la más acertada.
Sobran las razones de peso. La más importante es que la mayoría de los debates en nuestro país no han sido el factor decisivo del resultado final en una elección. La experiencia demuestra que, si son atractivos y alguien lo gana de manera contundente, solo han podido mover un pequeño porcentaje en las intenciones de voto.
Por lo anterior, no se entiende que la candidata que está abajo en las encuestas haya optado por el exceso de cuidados. Y menos si está a punto de alcanzar a su adversaria, como lo dijo desde el predebate. En sentido inverso, tampoco se comprende que la candidata puntera se haya excedido con las precauciones, si la ventaja que dice tener es mayor a dos dígitos.
¿Cómo se explica, entonces, la regresión que vimos la semana pasada? Una de dos. O las intenciones de voto se han cerrado tanto que existe en realidad un empate técnico. O que, por ajustarse a las indicaciones de los viejos manuales de comunicación, los asesores y consultores recomendaron la inmovilidad, a pesar de las críticas que se iban a generar.
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Desde una perspectiva de poder, optar por el mal menor es una opción legítima. También lo es reducir el margen de incertidumbre. Después del 4 de junio, sabremos quién tuvo la razón por no debatir. Lo que resulta difícil de entender es la afectación que se podría dejar en la imagen pública de quienes están contendiendo.
La seguridad personal es una de las características más apreciadas en los líderes y lideresas. También importa la firmeza, la claridad en lo que se propone y la contundencia de los argumentos. En consecuencia, un personaje que le da la vuelta al conflicto, que duda y que no responde los ataques ve mermado su liderazgo.
En política, la inseguridad que tienen las y los personajes se manifiesta de muchas formas. A final de cuentas, su lenguaje no verbal —y el apego a guiones y documentos que se alejan de la naturalidad, sencillez y espontaneidad— casi siempre los termina delatando.
Pongamos un ejemplo. Leer tarjetas durante un debate sí es recomendable. Pero no todo el tiempo ni en forma predominante con la mirada abajo. Se lee para retomar algunas ideas. Se lee para dar a la audiencia algunos datos duros que resulten relevantes en la argumentación. Se recurre a las tarjetas para no perder el hilo de la argumentación.
Imaginemos que pasaría si en una entrevista para cualquier medio, el personaje tuviera que recurrir en todo momento a sus tarjetas. Pensemos qué credibilidad tendría leer todo el tiempo al dar una conferencia de medios o en un discurso motivacional en un evento masivo. La respuesta es sencilla: los atributos del líder se derrumbarían.
Cuando se quiere mantener la seguridad y el control, es recomendable utilizar algunos recursos técnicos. El teleprompter, por ejemplo, es muy útil en algunas conferencias de medios, eventos, spots o transmisiones streaming, cuando se utiliza en forma correcta. También las tarjetas de apoyo en debates e incluso durante algunas entrevistas. Pero es imprescindible entrenarse a fondo, para mantener la naturalidad, fluidez y espontaneidad.