El lunes pasado, la jueza Mónica Osorio Palomino aplazó la audiencia en la que se informaría a Roxana Ruiz del desistimiento de acción penal en su contra por el homicidio del hombre que la violó, Sinaí “N”.
Roxana, mujer de 22 años, residente en el Estado de México, pero originaria de Oaxaca, y madre de un niño de seis, pasó nueve meses en la cárcel a la espera del juicio realizado el pasado 15 de mayo en el que la misma jueza Osorio Palomino determinó que haber defendido su vida matando al hombre que la violó y amenazó con matarla, era un exceso y la sentenció a seis años de cárcel y una multa de 285 mil pesos.
Uso excesivo de legítima defensa, determinó la jueza, como diciendo: te puedes defender, siempre y cuando, al final seas tú la que termine muerta.
De acuerdo a la OCDE, únicamente uno de cada mil casos de violación denunciados en México alcanza alguna condena, y según una encuesta realizada en marzo de este año por la empresa Enkroll, el 45% de las mexicanas han sufrido algún tipo de agresión o acoso sexual en sus vidas. Las cifras son infernales: en México, no únicamente matan mujeres y niñas a razón de diez al día, sino que a las que no nos matan, nos violan; no solo eso, si denunciamos, no pasa nada; y si nos defendemos, nos encarcelan.
El debate por la sentencia –y los testigos admitidos por el juzgado– destaparon, si alguna vez estuvo oculta, una de las peores caras de la opinión pública frente a la violencia sexual. Cuestionamientos sobre qué hacía el hombre en casa de Roxana, si ella es demasiado joven o demasiado adulta, su maternidad, su estatus de migrante. Las preguntas eran variadas, pero el mensaje es el mismo: las mujeres no debemos ocupar el espacio público, y si lo hacemos, sufrir las consecuencias en silencio y abnegación.
En un acto impulsado por el calor de la opinión pública –y, probablemente, alguna asesoría avispada– el presidente López Obrador ofreció un indulto a Roxana; la absolvería, pero ella debía aceptar su culpabilidad. Roxana y su defensor rechazaron la oferta, no hay culpabilidad en sobrevivir.
Hace poco, asistí a un maravilloso monólogo de la feminista y periodista vasca Irantzu Varela. En un breve pasaje, cuestiona si las mujeres tememos a los hombres o no, y hace un llamado a recordar una experiencia que todas las mujeres del público hemos vivido: caminar de noche por una calle desierta y escuchar pasos que se acercan, sentir pavor, girar y ver que quien está detrás de nosotras es otra mujer, quizá una mujer trans, o una persona que no entre en la categoría de masculino normativo. Todas coincidimos, el miedo se disuelve. En el mundo en el que vivimos, los hombres nos matan, nos violan, nos acosan, nos tocan y nosotras debemos medir si no nos defendemos lo suficiente y nos acusan de buscárnoslo, o nos defendemos demasiado y nos acusan de excedernos. ¿Cuánto es lo correcto al defender nuestras vidas? Quizá, como dice Irantzu, si empezáramos todas, cada día, a excedernos en nuestra defensa, se haría tan común, tan natural, tan aceptado, como es ahora su violencia.
El juzgado Neza-Bordo determinó desistir en la acusación contra Roxana Ruiz, pero un proceso revictimizante y violento no es un proceso justo. México continuamente viola los acuerdos a los que está obligado como miembro de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW) y de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (Belém do Pará). En ambos instrumentos, los Estados son responsables de garantizar vidas libres de violencias a mujeres y niñas; así como de erradicar prácticas revictimizantes en procedimientos y marcos jurídicos; México no ha logrado avances significativos en ninguno de estos rubros.
La justa rabia
En 2016, el caso de “La Manada” en España causó conmoción y rabia, no únicamente por los actos sino por las sentencias iniciales contra los cinco imputados que determinaron las agresiones como abuso y no violación, ya que –a opinión de los jueces– no hubo “violencia ni intimidación”. El argumento jurídico era que si no había armas o amenazas de muerte, no era violación. La respuesta de la sociedad, colectivas y activistas, en las que se exigía una revisión de los códigos legales logró una nueva condena y eventualmente la modificación de la clasificación en las agresiones sexuales. Este dato para poner en contexto el caso de Roxana Ruiz, y para quien dude que en el sistema patriarcal, no importa si nos defendemos poco o si nos defendemos en exceso, lo importante es que nos callemos; pero ya no más.