En el mundo polarizado de hoy, donde ofender, destruir o acusar te da legitimidad y en muchos casos votos, es difícil pensar en el tema de la esperanza. La pandemia sin duda nos cambió, y mucho, la perspectiva sobre el mundo y su futuro. De cierta manera nos volvió más pesimistas, dicen que un pesimista es un optimista informado, que junto con esa cloaca que son las redes sociales que tanto nos dividen y contribuyen mucho a este escenario, hacen del discurso de la esperanza casi una apuesta suicida.
Por cierto, esta política del odio, muy exitosa no nos digamos mentiras, siempre ha existido pues con ella llegaron al poder los fascistas, los nazis y los populistas latinoamericanos que hoy lo siguen incentivando –el discurso de Gustavo Petro presidente de Colombia del pasado 1 de mayo es el mejor ejemplo–. Pero lo sucedido en Chile en las pasadas elecciones constituyentes muestra un camino sobre que hacer y que no, y le da a José Antonio Kast, líder del partido republicano mayoritario en la nueva Asamblea Constituyente, la posibilidad de abrir un nuevo camino.
Michael Ignatieff el político liberal canadiense acaba de escribir un libro fantástico “En busca del Consuelo” donde utiliza la historia de la consolación durante los pasados dos mil años como base de la esperanza absolutamente necesaria para afrontar este mundo y estos días oscuros que hoy vivimos. Ignatieff, a partir de ese espacio de empatía, tan ausente hoy en los políticos que en gran mayoría le caen al caído pues es rentable electoralmente, construye con la aceptación del dolor la posibilidad de construir esperanza que debe ser finalmente el objetivo de la política y si, de cada uno de nosotros.
Ese pesimismo ha llegado a tal extremo que hoy es totalmente común escuchar a los jóvenes con toda seriedad y tranquilidad decir que no van a tener hijos. “No quiero traer hijos a este mundo”, es muy fácil escucharles decir cuando la conversación entre ellos o con sus padres va hacia ese tema. Y con lo que viene en materia de robotización, de inteligencia artificial o de cambio climático ese discurso y ese sentimiento pesimista se va a acentuar.
Las elecciones generales en Argentina, las regionales en Colombia y la redacción de una nueva constitución en Chile son tres escenarios políticos en este año que nos pueden ayudar a construir ese discurso donde sumamos y no restamos, donde construimos entre todos y donde logramos ponerle el límite a esos extremos, en especial los de la izquierda hoy tan en boga en el continente, que creen que se pueden imponer a las malas sobre una sociedad diversa.
Partiendo de un discurso razonable donde no hay salidas fáciles, donde no se promete lo imposible de cumplir, donde se visibiliza ese incumplimiento de quienes hicieron esas promesas solo para ganar elecciones, se puede construir una plataforma de políticas que con libertades para el individuo y para la empresa crean soluciones y generan esperanza y futuro a unos ciudadanos, hoy desesperanzados, como se ve en las encuestas de los tres países.
En Argentina no es solo recoger el desastre que dejan casi 20 años del Kirchnerismo que quebraron a uno de los países más ricos del continente. Sus finanzas no son viables y con casi 24 millones de argentinos que reciben subsidios, ya impagables y que además son la causa principal de la inflación que empobrece a todo el país y afecta de manera más dura a los pobres, para vender esperanza se necesita seriedad y claridad sobre el camino que hay que recorrer. Hoy los argentinos están listos para un gobierno que hable claro, que no genere estigmas para sumar sectores blandos y que plantee soluciones prácticas y pragmáticas a la crisis económica, social y de seguridad que vive el país. Lo fácil es la radicalidad que va a estar presente y que nunca se va a sumar pues viven de ese discurso pesimista, excluyente y de odio.
En Chile Kast, sin una elección de por medio, tiene la gran oportunidad de construir ese camino de sumas y no de restas y exclusiones. Los chilenos le dieron esa oportunidad que debe manejar con generosidad y con perspectiva de estadista que no mira las siguientes elecciones sino las siguientes generaciones. Un ejemplo puede ser la política indigenista. Colombia tiene un camino recorrido del que se puede aprender. De lo malo y de lo bueno. Que les de autonomía pero no impunidad como hoy sucede con los resguardos indígenas en Colombia y el cultivo de la coca. Y donde ese derechos vengan acompañados de unos deberes claramente establecidos que si no se cumplen generan la pérdida de esos derechos. Como nos sucede a todos los ciudadanos de las democracias liberales. Ojalá puedan asimismo dar debates del aborto y el género sin exclusiones pero sin imposiciones como hoy quieren unos y otros. Que la libertad del individuo y la esfera de la familia sean los ámbitos privilegiados para estos temas.
Y las regionales de Colombia que claro son un plebiscito sobre el polarizador Presidente Petro, ¿pero y los ciudadanos qué? ¿Quién le habla a los bogotanos de las 3 o 4 horas que gastan en un bus para llegar a su trabajo y volver a casa? ¿O de la inseguridad rampante en Cali, en Bogotá y en Medellín? ¿O la corrupción brutal de Ospina en Cali y Quintero en Medellín? La ventaja es que los gobiernos de izquierda han sido tan malos que hay gran cansancio con esas gestiones y el discurso que los acompaña. Pero hay que ir más allá y lo que se ve desafortunadamente es más de lo mismo. No se ven grandes líderes que sumen y que unan. No se ve un discurso ingenioso y novedoso. No se ve un discurso de soluciones prácticas a los problemas que enfrentan los ciudadanos. Queda tiempo, poco, pero aún es posible rescatar ese discurso de soluciones y de sensatez.
Si, el tema al final es esperanza. Pero que sea real. Que no disimule las dificultades pero que muestre el final del camino. Ignatieff en su libro nos ilustra a partir del consuelo, la compasión y la empatía en los últimos 2000 años un camino para hacerlo.