Cuando las encuestas de intención del voto han acumulado, mes con mes, ventaja clara por parte de Claudia Sheinbaum en la batalla intestina de Morena; cuando en torno a Adán Augusto López se alineó ya el clan tabasqueño-chiapaneco que acompaña desde hace décadas a Andrés López Manuel Obrador; cuando dentro de la propia familia presidencial se evidencian apetitos sobre lo que viene… Cuando todo eso pasa, Marcelo Ebrard mantiene abierta una estrecha ventana de atención sobre lo que será su postura ante el futuro inminente.
Se trata de un espacio que puede resultar avasallado en unas semanas, transcurridas las elecciones en los estados de México y Coahuila, cuando todo se precipitará. En esa coyuntura deberá conocerse la decisión del actual canciller. Y todo apunta hacia una ruptura, quizá de la mano de Movimiento Ciudadano, de Dante Delgado y de un posible movimiento como los que ahora sacuden la política por todo el mundo, donde los partidos tradicionales agonizan.
Pero muchos no imaginan tal escenario por parte de Ebrard. Lo pronostican disciplinado, negociando para sí. O peor, consumido por la indecisión. El Hamlet del 2024.
“Si tengo dudas sobre el proceso, me iré por mi lado”, ha dicho a sus cercanos y a algunos de sus amigos el actual canciller, quizá el político más cuajado del escenario actual, dentro y fuera del oficialismo. Necesitaría mucho menos que eso para aceptar que está rezagado en la carrera de quienes buscan dentro de Morena la candidatura presidencial.
Es inverosímil que Ebrard no asuma que el proceso lo ha marginado. Su trato con el Presidente es de alto nivel, pero no más que el propio de un colaborador de su rango. Por meses, quizá por años, ha sido blanco de una guerra de ataques desde redes con costos millonarios que exhiben las huellas digitales de operadores de Palacio y otras oficinas relevantes, incluso de sus adversarios en la contienda. Mario Delgado, su examigo y aliado político, le ha dado la espalda. Figuras de la autodenominada 4T acumulan ya kilómetros de activismo en favor de otra alternativa. Eso vale aun para Ricardo Monreal, el líder senatorial morenista que luce un aparente aval desde las alturas para encaminarse hacia otra ruta, acaso la de la ciudad de México.
Dante Delgado, sin duda el dirigente partidista mexicano más astuto del momento, carga siempre con él una libreta con sus cálculos electorales, y esos números se agitan con Ebrard en encuestas, donde arrancaría al menos una docena de puntos debajo de Sheinbaum, e incluso por encima de Adán Augusto López. El lance resultaría imposible sin una estructura complementaria, bajo una denominación que aún no existe. Forman legión las figuras que en sus respectivos países han llegado al poder desde un frente similar, que suelen ser tan eficaces como inestables.
Una opción real de poder a cargo de Ebrard, frente a la candidatura de Morena, alentaría la posibilidad de que el Congreso federal se renueve en forma mucho menos cómoda para el oficialismo. Lo mismo valdría para las nueve gubernaturas que estarán en disputa el próximo año, las innumerables alcaldías y diputaciones locales. En 2024 habrá 12 mil puestos en disputa.
Una posibilidad cierta para Ebrard sería la derrota. Pero aun eso abriría la incógnita de lo que este personaje podría encarnar durante los siguientes seis años, de frente a una presidenta o presidente sucesor de Morena. Y frente al mandato que los electores definan sobre lo que saldrá de las urnas.
Apuntes: La comunidad científica que ha estado bajo acoso durante al menos tres años por parte de María Elena Álvarez-Buylla, directora del Conacyt, celebró este fin de semana con discreta sonoridad el amparo definitivo que el Poder Judicial de la Federación otorgó al investigador emérito de la UNAM Antonio Lazcano, como parte de la Comisión Dictaminadora del Sistema Nacional de Investigadores. Un amplio número de colegas del doctor Lazcano se dio cita este viernes en un restaurante de Polanco, en la ciudad de México, donde celebraron la bofetada moral y jurídica a la señora Álvarez-Buylla. Se prevén nuevos reveses sobre la política de persecución al mundo intelectual impulsada frecuentemente desde Palacio, lo que ha tenido en Conacyt una de sus expresiones más burdas.