El recuadro de la sátira visual muestra una escena en la que se retrata a un grupo de cinco hombres al interior de una cantina, de pie, reunidos alrededor de un boliche: tres de ellos a un costado de la pista, otro al frente de ella y uno parado sobre el mostrador; todos se han quitado las chaquetas, quedando en mangas de camisa, y a uno de ellos se le muestra vestido como una especie de bufón. Cuatro de ellos sostienen en sus manos, por lo alto, copas en actitud de brindar y celebrar mientras el quinto tira la bola que lleva inscrita la palabra “Dictadura” con la cual hace una chuza; las cabezas de los pinos que caen no son simples figuras esféricas sino que tienen tallados rostros humanos. El telón de fondo de la pista es una especie de estandarte pero muy deteriorado, raído y agujereado, en la que está inscrita la leyenda “La Revolución. Plan de Tuxtepec” y cuyo sostén son dos fusiles con bayonetas, en medio de las cuales asoma la cabeza de un hombre, cuyo rostro dibuja un gesto demencial. Detrás de la barra se observa al cantinero en el cumplimiento de su labor, sirviendo unos tragos. En la parte superior izquierda (de frente a quien lee) se ve una ventana desde la cual asoman varios hombres; inscrita en el marco está la palabra “Pueblo”. La imagen lleva por título: “Boliche de la ‘Unión’. Una chuza” y fue publicada el 2 de mayo de 1877 en “La Orquesta”.
Lo que vemos en la imagen es al general Porfirio Díaz, quien fuera presidente de México de 1877 a 1880 y de 1884 a 1911, quien lanza la bola, rodeado de sus correligionarios –de izquierda a derecha, de frente a quien mira– Ignacio Vallarta, Pedro Ogazón, Ignacio Ramírez y Protasio Tagle, quienes brindan y festejan el logro del General, mientras el pueblo observa la escena entre indolente y sorprendido. En “Boliche de la UNIÓN” lo que se halaga es el acto que Díaz acaba de realizar: “una chuza”, arropado con la fuerza de las armas y bajo la bandera tuxtepecana. Amparado en sus consignas, las de ese Plan de Tuxtepec, y con la bola de la “dictadura”, ha derribado los pinos humanizados echando así por tierra las aspiraciones y las oposiciones de algunos como: Juan A. Mateos, Justo Benítez, Guillermo Prieto, Florencio Antillón, entre otros. Ese día, en el que se publicó la caricatura, 2 de mayo, el Congreso nombró a Díaz presidente y su gabinete quedó conformado por Vallarta como ministro de Relaciones Exteriores, Ogazón de Guerra y Tagle en Justicia e Instrucción Pública.
Mediante esa chuza se alude al golpe dado por el gobierno de Díaz al decretar que el Congreso tendría solamente carácter de asamblea legislativa, denigrando así su investidura, convirtiéndole en un “boliche”, esto es, en una casa de juegos en la que predomina la habilidad y el azar. De esta “suerte”, según la caricatura, Díaz impone su voluntad a la de toda la República representada en las Cámaras. Lo que podemos ver con claridad es que la llegada al poder de un militar, de un caudillo, mediante el uso de la violencia armada, la cual fue capaz de derrocar a un régimen constitucional, provocó en el año de 1877 cierto temor: el de la imposición de una dictadura, quizá por la rememoración de los tiempos en que presidió al país su Alteza Serenísima, el general Antonio López de Santa Anna.
La acusación de dictador recayó sobre Díaz desde esos años en las páginas de los periódicos de humor. Las caricaturas, particularmente las publicadas a partir de 1876, acusaban y denunciaban los métodos y los resultados de sus acciones y las de sus aliados, quienes habían accedido al poder y se mantendrían en él con altos costos para el país, según la sátira visual. En 1877 estuvo motivada por un rumor, del que se habló en varios periódicos de la época, sobre la pretensión de Díaz y sus allegados de promulgar un régimen de ese tipo. Hay algunas imágenes en las que la palabra dictadura aparece directamente sobre la espada que porta Díaz entre las manos; entre otros ejemplos, “La Linterna”, 9 de julio de 1877: “Segundo mandamiento” o “La Mosca”, 5 de abril de 1877: “El pavo”.
En opinión de sus detractores, el militar representaba una amenaza para México y para sus habitantes. Lo que pronosticaban era el principio de una etapa de gobierno que cancelaba toda esperanza de paz, de desarrollo, de progreso, de independencia. Principios constitucionales, derechos legales e individuales, libertad de pensamiento y de acción, honor, moral y un largo etcétera, serían hollados por un régimen basado en la fuerza de las armas y liderado por unos hombres capaces de cometer las peores acciones si ello les permitía lograr sus objetivos y concretar sus ambiciones. El mensaje es claro y contundente: Díaz es un tirano que avasallará a la nación. Las imágenes contrarias a Díaz buscaban presentarlo como una especie de villano cuya presencia supondría grandes males y calamidades para el país. El término dictadura se utilizó de forma reiterada, siempre asociado a los riesgos que, para la política, para la vida pública y para el país suponían lo que se asumía como las pretensiones y como el sello del gobierno del General.
Ahora bien, hay que decir que cualquier parecido con la actualidad no es mera coincidencia. En efecto, algo similar sucedió a finales de pasado abril, cuando el día 28 las y los senadores de Morena y partidos apéndices fueron llamados a Palacio Nacional, a donde acudieron prestos y diligentes a recibir órdenes del presidente del poder ejecutivo y de inmediato, violentado el debido proceso, se trasladaron a la antigua sede del senado para sesionar, en razón de que los otros partidos tenían tomado el recinto legislativo. Ahí, aprobaron a toda prisa, sin siquiera leerlas, 20 reformas que incluían desaparición de algunas instituciones como el INSABI y la Financiera Rural, y se dio luz verde a la nueva ley de ciencia, entre otras iniciativas. Atestiguamos una especie de nuevo Boliche de la Unión pero aquí el logro de la chuza le corresponde todo a López Obrador.
* Fausta Gantús
Escritora. Profesora e Investigadora del Instituto Mora (CONACYT). Especialista en historia política, electoral, de la prensa y de las imágenes en Ciudad de México y en Campeche. Autora del libro “Caricatura y poder político. Crítica, censura y represión en la Ciudad de México, 1867-1888”. Coautora de “La toma de las calles. Movilización social frente a la campaña presidencial. Ciudad de México, 1892”. Ha coordinado trabajos sobre prensa, varias obras sobre las elecciones en el México del siglo XIX y de cuestiones políticas siendo el más reciente el libro El miedo, la más política de las pasiones. En lo que toca la creación literaria es autora de “Herencias. Habitar la mirada/Miradas habitadas” (2020) y más recientemente del poemario “Dos Tiempos” (2022).