Desde hace casi cinco décadas los gobiernos de México y Canadá han mantenido un acuerdo bilateral en el que se sustenta el Programa de Trabajadores Agrícolas Temporales, conocido por sus siglas como PTAT. Se trata de una iniciativa que busca lograr la complementariedad de los mercados de trabajo entre ambas naciones, a través de la contratación documentada de trabajadores campesinos para laborar en distintos sectores de la industria agrícola canadiense, y beneficiar a las familias de uno de los sectores sociales con mayores carencias económicas. Un programa que inicialmente contó con la participación de 203 trabajadores, actualmente, envía anualmente alrededor de 25 mil trabajadores mexicanos, que laboran entre 2 y 8 meses en distintas actividades agrícolas en territorio canadiense.
Desde la década de 1960, Canadá ha recurrido a la contratación de mano de obra extranjera como una alternativa ante la necesidad de cubrir la escasez de mano de obra canadiense. Los primeros trabajadores agrícolas provenían de países del caribe: Jamaica, Trinidad y Tobago, Barabados y San Vicente y las Granadinas. Para el caso mexicano, los antecedentes del PTAT se encuentran en un Memorando de Entendimiento firmado en 1974, en el cual se establece que ambos gobiernos se comprometen a regular y operar los Lineamientos generales del programa, priorizando los derechos laborales de los trabajadores, quienes, parten anualmente en el marco de un contrato laboral que idealmente garantiza su estabilidad laboral. Entre las distintas labores que desempeñan se encuentran: la siembra, cosecha y empaque de frutas y verduras, el cuidado y mantenimiento de hortalizas, el cultivo y empaque de tabaco, y tareas de la apicultura.
Por parte del Estado mexicano, a través de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social (STPS) y la Coordinación General del Servicio Nacional de Empleo (CGSNE) y sus oficinas en las 32 entidades federativas, se lanza una convocatoria de alcance nacional y dirigida al sector rural, para seleccionar y reclutar trabajadores agrícolas que cumplan con los requisitos que los empleadores canadienses han establecido previamente. A su vez, el Estado canadiense se compromete a facilitar y agilizar los procedimientos necesarios para el ingreso controlado de los trabajadores mexicanos seleccionados. En dicho proceso de seleeción se estipulan los requisitos para poder participar en el PTAT: ser mexicano, vivir en una zona rural, tener una escolaridad máxima de nivel bachillerato, ser oficiante de tiempo completo del campo, tener dependientes económicos (familia directa), gozar de una buena salud para desempeñarse en las tareas, tener entre 18 y 45 años, entre otros.
Tras un examen de conocimientos técnicos sobre el trabajo y las tareas en la agricultura, de ser aceptado, el candidato pasa a formar parte del PTAT y, posteriormente se lleva a cabo un examen médico que permite evaluar la condición física del trabajador. En este momento, el trabajador pasa a formar parte de una larga lista de espera para poder partir por vez primera a la empresa, o como dicen coloquialmente, a la farma, donde laboraran por una temporada; el tiempo de estadía varía del tipo de actividad y los tiempos de producción de la industria a la que llegan. No obstante, lejos de tratarse sólo de una estancia laboral, el PTAT implica la inserción de estas personas en nuevos circuitos sociales: el trabajo, la cultura de un país ajeno, el uso de técnicas y tecnologías altamente especializadas, el acercamiento con nuevos grupos sociales: organizaciones de la sociedad civil, empleadores y equipos de trabajo locales, entre otros, son tan solo algunas de las cuestiones a las que nuestros connacionales se enfrentan año con año, temporada tras temporada. Es aquí donde una iniciativa que aparentemente vela por los derechos de los trabajadores mexicanos se complejiza, puesto que en el terreno de la vida cotidiana estas personas se enfrentan ante un sinfín de situaciones que les colocan en un escenario de vulnerabilidad o, en su contraparte, de experiencias de aprendizaje e intercambio cultural significativo, que transforman de múltiples formas sus modos de vida.
A pesar de los beneficios económicos que pudieran tener, para la mayoría de los trabajadores la experiencia de participar en el PTAT conlleva tomar la compleja decisión de dejar a sus familias por largas temporadas. La mejora de las condiciones materiales de vida que permite el programa, que incluso es mejor que los salarios a los que podrían acceder en México, lleva consigo –como cualquier experiencia migrante– la noción de un sacrificio, puesto que parten con el anhelo de tener una vida digna y brindar a sus familias mejores condiciones de vida. El miedo y la incertidumbre, son quizá los principales sentimientos que atraviesan las experiencias de los trabajadores en su tránsito por ambos países; además de enfrentarse a barreras como el idioma, el racismo, la explotación laboral, el hacinamiento, el poco tiempo libre o de ocio y, en general, a la poca o nula posibilidad de integrarse social y culturalmente a un país que sólo recibe de estas personas su esfuerzo físico y su desgaste emocional.
Así pues, una política pública que resulta exitosa para ambas instancias gubernamentales, resulta más bien contradictoria. Los logros de este programa binacional que se presentan año con año a través de las estadísticas, no reflejan la experiencia de cada uno de los trabajadores. En este sentido, resulta pertinente replantearse los parámetros para evaluar el éxito o fracaso de este tipo de iniciativas, en un panorama internacional en el que pareciese que la alternativa a los procesos migratorios, la movilidad humana y la precariedad laboral, se puede solucionar a partir de la implementación y regulación de flujos migratorios ordenados y circulares.
Entonces, ¿basta con sólo atender a los números y los beneficios económicos que resultan de estas iniciativas? O, ¿será necesario atender a los testimonios de carne y hueso, cuya mirada trasciende a los intereses institucionales centrados exclusivamente al desarrollo económico? Desde mi punto de vista, escuchar los testimonios como el que se presenta a continuación, resulta un elemento clave para seguir reflexionando sobre este tema, y en un panorama utópico, poder intervenir en pro de los trabajadores agrícolas temporales:
“Mi esposa es la que a veces ya no quiere que me vaya, ella dice ya son muchos años, que ya nos hicimos grandes. Yo me fui a Canadá cuando tenía 24 años, ella tenía 23. Ahora mi esposa tiene 51 y yo 52, ya paso´ la mitad de nuestra vida lejos y prácticamente la he dejado sola todos estos años. He venido nada más entre 3 y 4 meses por temporada. Ya son muchos años, yo sé, pero le digo que todavía tenemos a nuestros hijos y yo tengo que ver qué es lo que voy a hacer para poder dejarles un futuro, porque yo ya hice el mío, ya trabajé, ya me superé. Pero aún faltan los que me están siguiendo, los que tengo detrás de mí.” (Testimonio de un trabajador en el PTAT, 05 de diciembre de 2021).
*Isela Mendoza García es licenciada en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco y maestra en Sociología Política por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Sus líneas de investigaciones son los procesos de constitución y transformaciones de identidades culturales en el proceso migratorio.