“En esa hermosa familia, también aparecían monstruos”, murmura una mujer en situación de cárcel entrevistada por la actriz y productora Carmen Huete en “Cartas para la libertad”, la nueva serie de diez capítulos que transmite el Canal 14 con la producción ejecutiva de Sandra Ortega y la realización de Armando Meneses e Isaí Rivera ¿Existirá mejor manera de referirse a la violencia intrafamiliar? El daño está adentro y lo inflingen los “monstruos”. Esos que se parecen a todo el mundo. El depredador es, en la mayoría de los casos, un familiar. Aislamiento y silencio. Una familia tan “normal”. “Nosotras, las que en ‘casita’ nunca estuvimos seguras”, decía una pancarta en la marcha del 8 de marzo. Las mujeres recluidas en Santa Martha Acatitla responden a una entrevista, nos leen sus textos en voz alta.
Han trabajado en talleres para atreverse a decir. Para aprehender con palabras sus orígenes, sus experiencias cotidianas, los acontecimientos previos al delito, el delito mismo. Las consecuencias y sus reflexiones. El cautiverio. Los sueños. La lucha por imaginar un horizonte de futuro. Cada capítulo lleva el nombre de la mujer que testimonia. La primera es Adriana. Tiene el don de la palabra. Estudió finanzas con una especialidad en administración de empresas. Se expresa con exactitud, con firmeza. Es evidente que ha reflexionado mucho. La memoria del amor y el matrimonio. La luna de miel en donde súbitamente, todo cambia. “Ahora que recuerdo me resulta impresionante y sorprendente cómo desde la luna de miel se detonó la violencia. No nada más violencia verbal, sino física, violencia sexual”. Allí se entera que, para su esposo, que ella firmara el acta de matrimonio fue el equivalente a entregarle un título de propiedad. Un derecho de vida o muerte.
Comienzan los golpes. La escalada en el intento de posesión. Martín se casó con una mujer pensante a la que quiere convertir en su marioneta. Adriana responde cómo puede. Se lastiman, se humillan, se hieren. Pero Martín aprieta el puño y golpea. Cada vez más. ¿Qué lleva a una mujer a esconder un cuchillo detrás de su espalda cuando su esposo la acorrala? El terror. La impotencia. La repetición imparable del círculo de violencia. La urgencia de defenderse. Adriana apuñaló a su esposo durante una de las golpizas que él le propinaba. Dos años estuvo prófuga. Fue detenida y sentenciada, en principio, a 35 años de prisión. Después a 27 por “homicidio calificado en razón de parentesco”. Su voz. La narración. Los murales pintados por las reclusas en Santa Martha con el apoyo del CIEG_UNAM. “Bastaron solo 60 segundos para que el rumbo de mi destino cambiara. Un homicidio como resultado de un feminicidio en puerta”.
Adriana explica el mecanismo de la negación que le impidió huir de Martín a tiempo. Su incredulidad ante lo que le estaba sucediendo: “¿violencia yo? De ninguna manera, eso solo es para las mujeres en pobreza extrema, las que no tuvieron oportunidades de crecimiento académico”. También el miedo a las amenazas de Martín de dañar a su familia si lo dejaba. La complejidad de la relación de la víctima con su victimario. “Tuve una madre extraordinaria. Una infancia bonita... crecí con esa parte, que las mujeres no necesitamos depender de un hombre para poder salir adelante”, pero aún así –con Martín– se instaló la codependencia. Las preguntas que atan: ¿cómo pudo su esposo cambiar tanto? ¿regresará el que fue alguna vez? Y al preguntarse, se quedaba.
“Te perdono” le decía Martín. “Vamos a hacer una cosa, te voy a perdonar, yo creo que se te cruzaron los cables porque te tomaste una cerveza y te di una aspirina”. Así, magnánimo. Tan comprensivo él. “Hay situaciones donde estás muy mal, donde no te ha quedado claro el papel que tienes. Ya eres una mujer casada. No hagas arrebato de niña”. Y por supuesto al final del lavado de cerebro una frase como la más potente de las armas: “yo te amo”. Se habrá sentido tantas veces culpable Adriana.Tan confundida. ¿Quizá la violencia se va a detener? ¿quizá lo que sucede no es tan grave? “Era una situación cada vez más caótica… Palabras, empujones, había mucha crítica hacia mi familia”. Nunca hubo maltrato en el noviazgo. Al menos ningún signo que ella pudiera reconocer como tal. Martín supo percibir lo que ella necesitaba y ofrecerlo. Por un tiempo.
En una escena de la habitual violencia de su esposo, Adriana toma el cuchillo de la cocina y lo esconde detrás de su espalda. Hasta que lo usa contra él. “A pesar de que él ya no estaba con vida yo sentía miedo porque sentía que me iba a perseguir”. Adriana da clases a sus compañeras en la cárcel: “Allí me pierdo, no soy Adriana, solo sé que estoy allí y que soy la portadora de cierta información”. Vemos la clase, sus compañeras responden con entusiasmo. “Creo en la amistad... hay calidad humana importante aquí en la prisión como compañeras”. Estando en reclusión perdió a su madre: “Siempre me bendecía cada vez que se iba y era un dolor impresionante porque yo no sabía si era la última vez que la iba a ver, y sí fue así”. En una visita del Ministro Arturo Zaldívar a la cárcel se comprometió a revisar algunos expedientes, entre ellos, el de Adriana.
El 1 de diciembre de 2022 –después de quince años de cautiverio– Adriana quedó en libertad. Nos deja claro lo que desea transmitirnos, lo que considera necesario que aprendamos como personas y como sociedad: “No es lo peor de la sociedad lo que está aquí, sino simplemente mujeres con ciertas vivencias inesperadas”. El final de éste primer capítulo es entrañable. Adriana ya libre, protegida en su casa, intentando hacernos entender que no es bueno deslizarse en las facilidades de la discriminación y los juicios sumarios. Llámandonos a la empatía. “Es inexplicable a veces, me faltarían palabras para decir por qué no te quitas de ahí”. A aprender a escuchar.