Durante décadas, y aún hoy, en universidades, foros y redacciones, hemos escuchado que el periodismo debe ser neutral, objetivo. Hace tiempo ya que voces dentro y fuera del gremio han cuestionado la quimera de alcanzar esta supuesta meta, particularmente sobre cómo esta supuesta objetividad ha dejado fuera de la información las voces, experiencias y exigencias que existen en los márgenes, en las periferias; las vidas disidentes, minoritarias, rebeldes. Esas voces que tampoco son consideradas en las políticas públicas, ni las inversiones privadas.
El debate sobre la objetividad periodística toma particular profundidad frente a la memoria de las voces expulsadas de la esfera pública –de los medios, del ágora política, del debate– limitadas al espacio privado, a lo doméstico, minimizadas y desdeñadas como inválidas, desconocedoras, descartables; tan descartables como las vidas y experiencias de las que hablan.
La irrupción de las mujeres en el ámbito público, un avance que hemos logrado paso a paso con lucha y resiliencia, encontró una nueva resistencia en el ámbito informativo. Sin embargo, es que es imposible ser objetivo, ya que todo lo que pensamos, sentimos, escribimos, está profundamente atravesado por la forma en que experimentamos el mundo, y sería ingenuo pensar que un hombre blanco educado –la mayoría de quienes durante décadas han forjado el mundo informativo– experimenta la misma realidad que una mujer indígena campesina, por ejemplo. La “objetividad”, es decir, lo que se da por válido y cierto, es, si acaso, la experiencia masculina normativa.
El periodismo tiene la responsabilidad de hacer visibles estas distintas realidades, quizá no con objetividad, pero sí hacerlo con rigor, con transparencia y ética. Con los datos que pongan el dedo en las llagas que como sociedad nos duelen, en los abusos de poder, en los sistemas de opresión, en las violencias que nos impiden una vida plena, a todos, a todas nosotras. El periodismo debe ser revolucionario, enfrentar al sistema, cuestionarlo, debatirlo y, si es necesario, prenderle fuego simbólico– para construir uno nuevo, más igualitario, más justo.
Estoy convencida que la perspectiva de género es indispensable para lograr este periodismo, para cuestionar y escuchar, para construir la sociedad que deseamos ser. El periodismo feminista entiende que todos somos responsables esta construcción, particularmente en un país donde decenas de mujeres y niñas son asesinadas y violentadas cada día, con cientos de miles de personas desaparecidas y defensores de derechos humanos y territorio asesinados con impunidad. En un contexto de abuso, despojo y miedo, un periodismo que decide no sólo narrar, sino cuestionar y construir es revolucionario.
En días pasados, La Cadera de Eva presentó su nuevo portal, un espacio en el que precisamente repensamos continuamente qué y cómo narramos, donde las voces y las historias que están en el centro son las de todas, todos y todes, voces diversas, amplias, periféricas, discas, subalternas, y críticas.
Esta nueva etapa de La Cadera de Eva es una decisión política, estamos resistiendo frente a los sistemas que nos quieren divididas, aisladas, calladas y temerosas. Pero no nos callaremos.