La ceremonia sucede en la antigua casa de Xicohténcatl. Elenita entra en el pleno del Senado de la República acompañada por su familia. 91 años de creatividad y de memoria. Una hija: Paulita. Dos hijos: Manecito y Felipe. Diez nietes hermosas/os: Tomás, Andrés, Nicolás, Rodrigo, Inés, Carmen, Pablo, Lucas, Cristobal y Luna. Una vasta familia elegida: la de sus amigas/os representades esa mañana por Jesusa Rodríguez, Marta Lamas y María Consuelo Mejía y la tan extendida familia de sus decenas de miles de lectoras/es en el mundo. Y en la munda. Porque ¿quién como ella para reivindicar las vidas, los talentos, los compromisos, los dolores y las luminosidades de las mujeres mexicanas? Trae su hermoso vestido de tehuana –una reivindicación de los pueblos originarios– con el que asistió a la ceremonia del Premio Cervantes en España en el 2013.
Está conmovida. Muy. Recibió la Medalla Belisario Domínguez (2022) que otorga el Senado de la República. Sobre el metal está inscrita la frase: “Ennobleció a la Patria”. “Nobleza obliga”, diríamos en su caso. La nobleza de esa corazona que ha arropado en su escritura décadas enteras de la historia de México. La “otra” historia. La no oficial. La que recrea las demandas, las luchas, las voces fuertes de los “desamparadas/os”. Irrumpe su deliciosa sonrisa. Cuánta escritura, cuánta experiencia, cuánta pasión por existir llegan con ella. Mirarla –cada vez– me da felicidad. Elenita da las gracias decenas de veces al día. No es solo su exquisita educación, es otra cosa tanto más profunda: vive llena de lucecitas contagiosas por dentro. Las de la esperanza que no ceja ante nada, la de la generosidad, la de una gratitud por la vida en todas sus dimensiones: las grandiosas y las más cotidianas. Elenita emocionada –desde esa aguerrida timidez que es tan suya-– porque recibe la Medalla Belisario Dominguez.
Y porque sus nietas/os la visitan, porque su gato se sienta en el brazo del sofá y porque ya floreció la bugambilia. Porque esa escritura suya indispensable provoca olas de cariño y porque amó a un hombre que la amó, el padre de sus hijas/os: “En mi lista se encuentra Guillermo Haro, quien puso a México en el mapa de la astrofísica moderna”. Ese marido al que en una entrevista llamó: “astrónomo, estrellero, astrofísico”. Tenemos clarito que la más brillante de las estrellas en la vida de Guillermo Haro, fue ella. Y así nada más, porque se le da la gana, agradece el reto de estar viva. Ese es el secreto de su sabiduría y de su longevidad activa y combatiente: no hay dato pequeño, no hay vivencia que no importe, somos parte de un universo que se conecta en la empatía, en la tristeza y en la risa. Todas/os somos parte. Y cada minuto de vida nos convoca y nos construye. Toma el micrófono en el Senado –claro– para dar las gracias: “Cumplo 91 años y aun subo la escalera de la canción que dice que ‘para subir al cielo se necesita, una escalera grande y otra chiquita’... “Los premios son una puerta que se abre de pronto, y un regalo, una posibilidad de futuro y un reconocimiento al pasado, para los que como yo, se despiden”.
También sube y baja la escalera de su casa y no le gusta que una se ofrezca para cargarle la bolsa o que le de el brazo para caminar sobre las piedritas de su calle. Ella puede.
Le encanta decir que está “viejita” mientras va como un torbellino de un lado a otro trabajando, apoyando a quien se lo solicita, defendiendo sus causas. Confiando en ese México de derechos que está en marcha. Ella jamás lo pondría en duda. “Fue en la cárcel preventiva, en el Palacio negro de Lecumberri donde encontré un mundo tan distinto al mío que entré a la mejor escuela de vida”. Su discurso en el Senado es una belleza de reconocimiento y memoria. Un “Yo recuerdo” a la manera del inolvidable “Je me souviens” de George Perec. A la manera del “I remember” de Joe Brainard. Las frases prologadas por el “Imposible no recordar… imposible no tomar en cuenta… Imposible no rendirle homenaje a...” como una larga cadencia son el principio de éste entrañable “Yo recuerdo” de Elenita. Protagonista y testiga. Un homenaje a las figuras más amadas de su vida personal y a las grandes figuras mexicanas en la política, la ciencia, el arte, la literatura, los movimientos sociales, el periodismo, el cine. El pregonerero. El señor del organillo. La marchanta.
“Recuerdo hace 50 años la sorpresa de mi madre cuando le hablé de mi admiración por Zapata, ‘pero Elena, si nos quitó la hacienda en Morelos y por su culpa perdimos la hacienda de La Llave’”... Con el tiempo su madre fue transformando su mirada. “A su regreso de Suecia a Octavio Paz lo asombró que una multitud lo recibiera en el aeropuerto y lo oí repetir incrédula: ‘no es para tanto, no es para tanto’... admiré al yucateco Felipe Carrillo Puerto y a Elvia su hermana”. Ovación en el Senado. Si bien Carrillo Puerto es un personaje fundamental en la historia de la izquierda del sureste mexicano, quiero pensar que ésta vez, el aplauso fue, sobre todo, para la valiente feminista del Mayab. “Seguí muy de cerca la lucha de los ferrocarrileros, la gran huelga del oaxaqueño Demetrio Vallejo, tuve la fortuna de conversar con trenistas, ferrocarrileros en el Palacio negro de Lecumberri y más tarde en Santa Martha Acatitla. Quienes me impactaron primero fueron las mujeres, sus esposas, las que iban a la cárcel a ver a su esposo como doña Cuca Lumbreras con su itacate, Angélica Arenal alimentaba a Siqueiros todos los mediodías de un largo, largo encarcelamiento”.
“Imposible olvidar a las costureras del terremoto del 19 de septiembre de 1985... imposible no recordar a Evangelina Corona quien esperó durante horas a que sacaran los cuerpos de sus compañeras en San Antonio Abad… Carlos Monsiváis y yo anduvimos en varias zonas de desastre… imposible no tomar en cuenta el viacrucis de Rosario Ibarra de Piedra en busca de su hijo. Imposible no admirar a Francisco Toledo. Imposible no admirar ‘Las manos de mamá’ de Nelly Campobello, la única escritora de la revolución mexicana… el Taller de Gráfica popular, el periódico “México en la Cultura”... Renato Leduc, Ignacio López Tarso, Tin Tan, Tongolele, Dolores del Río, María Grever, Consuelo Velázquez, Pérez Prado, Palillo, Cantinflas, Rius, El Fisgón, Luis Alcáraz, Pita Amor, a tantos mexicanos hoy olvidados… y desde luego a mi muy querido y admirado Luis Buñuel… Las feministas Marta Lamas y María Consuelo Mejía y a las escritoras que hoy seguimos, Sabina Berman, Carmen Boullosa, Fernanda Melchor”.
“Hoy muchos recuerdos retumban en mi cabeza como abejas… Gracias a México el país de mi abuela Elena Iturbe de Amor y el de mi madre Paula Amor, el de Guillermo Haro, el de nuestros nietos: Gracias a la vida que me ha permitido escribir lo que pienso. Supongo que muchos esperaban –pido disculpas– un texto político y lamento decepcionarlos, pero estoy tan llena de agradecimiento que solamente puedo decir: gracias, gracias y otra vez gracias”.
En el patio interior de la casa grande de Xicohténcatl una multitud la abraza. Pienso en una frase que dice con frecuencia: “me gusta más escuchar que hablar”. Es cierto. Elena escucha con mucho detenimiento. Es una manera de ser que ha trabajado en su oficio de periodista que comenzó en 1955 en Excélsior y continúa cada semana en su columna del períodico La Jornada. A Elenita una le pregunta algo de su vida y al ratito quién sabe cómo, ya es ella la que está preguntando. “Todavía insisto en los por qués, para qués, cómo, cuándo, dónde”. La sabiduría de una entera vida de preguntona desmecatada.
En 1978 fue la primera mujer en recibir el premio Nacional de Periodismo. En conversación con Valeria Ferrusca para “Celdas literarias” a la pregunta: ¿qué hace con su nostalgia cuando termina un libro? respondió: “Existe un remedio, como cuando te caes de un caballo te tienes que volver a montar de inmediato. Lo mismo en la literatura o como dice el dicho ‘un clavo saca a otro clavo’, un libro saca otro libro, entonces terminas un libro y de inmediato haces otro para que no te entregues a la nostalgia”. En una muy linda entrevista para el canal del Congreso dijo: “Lo único que he hecho finalmente en mi vida ha sido escribir, no he bailado, no he echado relajo; he escrito”. Sobre todo escribió y creció tres hijas/os a los que acompaña. Pero sí “echa relajo”. También le da tiempo. Y conversa con cantidades de jóvenes que la buscan. Y bebe vino tinto con sus amigas. Y le conocemos algunos amores. Algunitos. Elenita es muy pudorosa con su vida.
Ay, he soñado tantas veces que se recuesta en un diván y me cuenta casi todo. Dice que aún no lo ha hecho. Queda pendiente ese punto del diván mientras escribe un libro con la historia de su madre Paula Amor y ve crecer a sus nietas/os. Y luego el libro que sigue para que la nostalgia no muerda. Larga vida a tu persona Elenita. Larguísima vida a la inmensidad de tu legado como mujer y como escritora. Qué privilegio tocar el timbre de la casita en Chimalistac y que tu luz y tú abran la puerta. Qué privilegio habitar una munda en la que habitas tú.