No sé si recuerdan estar donde cientos de mujeres obreras, todas costureras, iban en filas tomadas de la mano gritando en aquella avenida de Paseo de la Reforma de la Ciudad de México el 20 de octubre de 1985. Un mes después del mega sismo del 19 de septiembre; vivencias que, a pesar del tiempo, estremecen la esencia. La memoria no lo borra.
No es posible olvidar ese maldito sismo del 85 que dejó atrapadas a cientos de mujeres que minutos antes de las 7 de la mañana llegaron de prisa a esos edificios asesinos, lugares de trabajo, donde encontraron su muerte.
Llegaban todos los días presurosas a confeccionar, como si fueran sueños, prendas de vestir, en esas viejas máquinas de coser, que parecían parte de su cuerpo. Recuerdo observar atónito sus movimientos en piernas, brazos y manos al mismo tiempo, mientras que su vista seguía a toda velocidad la aguja que entretejía las telas.
Tengo en mi mente sus sonrisas cuando las visitaba en sus talleres, ¿abogado cómo está? ¡Nos da alegría su visita! ¡Ya nos preparamos para reunirnos con el patrón en un rato más, queremos que nos pague lo justo! ¡No nos vamos a dejar!
Me sorprendía que mientras platicábamos no cesaban de trabajar. Yo les decía ¡oigan no se vayan a picar con esa aguja!
¡Abogado nosotras podemos trabajar y luchar al mismo tiempo!
En efecto ellas podían, esas grandiosas mujeres lograban sonreír, bromear, analizar, elaborar planes de trabajo y hasta ponerse serias sin dejar de soñar. Subidas en aquellas máquinas en las que parecían volar.
Después de algún tiempo de conocerlas pude saber su secreto. Me di cuenta que en la bolsa de su mandil cargaban siempre el 8 de marzo. Que su lucha no era de un solo día.
Como aquellas reporteras que ahora sostienen una huelga en la agencia Notimex que traspasa más de tres años y que son el orgullo de mujeres y otros hombres que reconocen su persistencia.
Esas mujeres viven en tiendas de campaña con banderas rojinegras, algunas con paredes de plásticos, cartón o láminas, a ellas no las ha movido ni el desdén, el covid-19, el viento, la lluvia o el intenso calor.
No solo las reporteras, también las corresponsales extranjeras despedidas y sus compañeros, dan lecciones a la señora Sanjuana Martínez, que ella sí cobra cada quincena con la venia de no sé quién, a pesar de la huelga, repartiendo dinero del erario para sostener a esquiroles y que “celebra” a su manera el 8 de marzo pisoteando los derechos de otras mujeres.
Ellas saben que ese día es de luto, para rememorar a aquellas 129 mujeres que murieron en un incendio ocurrido en 1857 en la fábrica Cotton, en Nueva York, Estados Unidos, luego de una huelga y ocupación del centro de trabajo reclamando los mismos salarios por iguales tareas con sus compañeros y reducción de su jornada de trabajo.
Como aquellas señoras honrosas que sostienen al Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar (SINACTRAHO) que, con sus zapatos desgastados y manos callosas, en combi, metro, trolebús, corriendo o caminando llegan a toda prisa a sus centros de trabajo.
Ellas que llevan el 8 de marzo con mucho recelo y que no lo sueltan a pesar de que la sociedad, la inmensa mayoría, no las ve, desde arriba les dicen a las trabajadoras del hogar, como si les dieran migajas, que tienen derechos en la ley, que no se quejen, que hasta con seguridad social gozan. Todo es una mentira.
Algunos gobernantes desde el tendedero de ropa les informan a las trabajadoras del hogar que, a los inspectores federales, no les compete vigilar el respeto de los derechos de ellas. Les dicen con falsedad que únicamente es competencia de los gobiernos de los estados hacerlos cumplir.
Que las normas laborales que presuntamente las protegen carecen de sanción en caso de incumplimiento, provocando un silencio que duele, que lastima no solo a las trabajadoras del hogar, a sus familias, sino también a la construcción de una sociedad más justa.
Apenas el fin de semana pasado, preguntaba a un centenar de quienes asisten a la capacitación de sus derechos laborales, cuántas de ellas tenían contrato de trabajo por escrito y seguridad social. Únicamente tres presumían tenerlos, pero porque sus patrones contaban con una empresa aparte y desde allí las daban de alta, no las reconocían como trabajadoras del hogar.
Como las jornaleras de San Quintín, Baja California, quienes cargan día con día el 8 de marzo desde su sindicato. Muchas de ellas llegan solas a esa región, con sus hijos a cuestas, apenas hablando el idioma español, otras menos con esposos compartiendo salarios, sin prestaciones ni seguridad social.
Las mujeres ya no se dejan, como aquellas jornaleras que recibieron cuarenta pesos de utilidades envueltos en un papel sucio e indignadas lo aventaron en la cara del patrón que pretendía burlarse de ellas. ¡A nosotras nos respeta! Al día siguiente respondieron con un paro de labores.
Las mujeres no celebran el 8 de marzo recibiendo flores, lo conmemoran reivindicando su esencia, por las que murieron, por las que seguimos buscando, y por la vida digna de las demás.