DEMOCRACIA

Colometrías políticas

Entre la defensa del pasado y la construcción del futuro basada en la nostalgia. | Carlos Gastélum

Escrito en OPINIÓN el

La comparación es inevitable. Las dos grandes concentraciones del 2023, la rosa del 26 de febrero y la guinda del 18 de marzo, van más allá del contraste simple entre fotografías de asistentes o los textos de los oradores.

Como avecindado del centro de la Ciudad de México, estuve presente en ambas. Desde sus preparativos, hasta su desarrollo y conclusión, cada una retrató sus particularidades, entreviendo que la disputa por el país es, a la vez, el conflicto por la interpretación de la historia que cada bando asume tener de su lado.

La ola rosa se enmarcó como una manifestación eminentemente urbana de clases medias y altas. No llegaron en camiones que asaltaran en masa las calles aledañas del primer cuadro de la ciudad, ni hubo pases de lista o lonches para matar el hambre. Eso sí, se percibía la emoción del descontento colectivo que percibe a un país que no va bien. 

Pero esa emoción fue mal pagada por la ausencia de símbolos que conectaran los ánimos de la plaza con las palabras de los oradores. Sobraron ganas, faltó quién las articulara. No extraña que el cénit del ánimo público ocurriera en lo único que no necesitaba ser reescrito ni interpretado: al momento de entonar el Himno Nacional.

El color rosa interpreta la coyuntura como una cruzada por la defensa de lo construido, de las luchas cuyos resultados son irrenunciables pues hacerlo significaría olvidar sangre, sudor y memoria. Es también una expresión de quien se siente maltratado y burlado, ¿cómo explicar que todo lo construido que permitió a este gobierno llegar, sea ultrajado por ese mismo gobierno? Es, en resumidas cuentas, un sentimiento de despojo por los arrebatos de a quienes llaman autoritarios y traidores.

La ola guinda, por otro lado, respondió a los parámetros típicos de las movilizaciones populares que se confunden con la operación de estructuras públicas y partidistas. En su estrategia de contraste, sus autobuses por doquier a manera de estampilla, procuraba evidenciar una manifestación de alcance nacional. Personas de un mosaico mayor, entre clases populares y los asistentes de representaciones públicas y políticas, dio una mayor diversidad en los rostros y las vestimentas.

Contraria a la falsa ilusión del acarreo, las personas que asistieron tenían sus motivos para estar ahí. Sea la oportunidad de un beneficio inmediato, o por la convicción de construir imágenes de ser la máxima expresión del movimiento gobernante, y que esa imagen llegase a su audiencia objetivo, fuera esta el presidente, una figura relevante del partido o el líder de colonia.

Y en la ola guinda sobró lo que los rosas carecieron: un maestro de los símbolos que audazmente se arroja a la reinterpretación de la historia para, desde el presente, imputarles valores a los referentes del pasado. La destreza presidencial tiene menos que ver con circularidad de los mensajes, sino con la habilidad de sacarle palabras a los muertos. No importa si en realidad Cárdenas pensó en los pobres o en la transformación nacional a la hora de la expropiación, lo trascendente es que el respaldo del líder las asume como tales cuando así lo manifiestan las palabras desde Palacio.

Es esa interpretación guinda, la de la apropiación del futuro en la nostalgia del pasado, lo que hace distinta a ambas olas. Se trata de hacer recuentos de agravios, de la persecución interminable, y la permanente sombra de la erosión soberana, lo que lleva a proponer acciones contra los reaccionarios y fundadores de partidos conservadores.

Estas colometrías, más que hablarnos de dos polos cuyos intermedios parecen cada vez menos reconciliables, nos dicen que navegamos a una contienda presidencial entre la defensa del pasado, y la construcción del futuro basada en la nostalgia. Hacia allá vamos.