En memoria al gran reformador Mijaíl Gorbachov a 92 años de su nacimiento, el 2 de marzo de 1931.
El pasado 24 de febrero, se cumplió un año de iniciada la guerra en Ucrania, por una invasión relámpago de Rusia. El conflicto, a dos años de los estragos humanos y económicos provocados por la pandemia de covid-19 ha profundizado los daños, la crisis de suministro, sobre todo en los alimentos y la energía combustible y puesto en la picota las expectativas de recuperación económica mundial. Han muerto más de 5 mil civiles; se han destruido más de 10 mil viviendas y los daños en propiedades destruidas se calculan en casi 800 millones de dólares, a los que se agregan la caída de la actividad económica y las pérdidas de ingreso de los trabajadores estimados para junio de 2022 en un billón de dólares (https://www.fundacionmgimenezabad.es/es/guerra-en-ucrania-analisis-politico-y-legal).
Los recursos erogados para sostener esta guerra de parte tanto de Rusia como de las potencias de Occidente que financian y apoyan esta guerra, son también cuantiosos. Por la parte de Rusia el gasto diario calculado en los primeros 23 días de los ataques, señalaron un promedio de 10 millones dólares diarios. Pero es previsible que con la escalada del conflicto que ha venido dándose con el uso de misiles crucero, los recursos comprometidos hayan ascendido sensiblemente. A ello hay que agregar el impacto sobre el PIB y la pérdida de capital humano directamente derivados de las operaciones bélicas, más el impacto de la guerra económica que han desatado las potencias de Occidente en contra de más de tres mil empresas rusas, que en conjunto los especialistas consideran impactarán en una caída sustantiva del PIB gigante asiático con repercusiones para las generaciones de los próximos cuarenta años.
Para las potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, los costos no son menores. Estados Unidos y las instituciones de la Unión Europea han aportado hasta enero del presente año 55 mil 347 millones de euros en ayuda financiera, más 47 mil 500 millones en ayuda militar. En cambio, la ayuda humanitaria para los millones de asilados por la guerra, calculada en 6 mil ochocientos millones de euros por el sitio https://es.statista.com/ representa menos de 10% de la ayuda militar.
Estos cuantiosos recursos contrastan con lo que estas potencias dedican para la ayuda al desarrollo, o para paliar la pobreza en el mundo, que sumó entre 70 y 90 millones de personas más a partir de la pandemia. Entonces cabe preguntarse ¿qué es lo que dirimen las potencias hoy en aquellas tierras, que son capaces de llevar al mundo no solo a una crisis económica más prolongada, sino incluso al riesgo de desatar una guerra nuclear? Para entender esto debemos de hacer un poco de historia y otro poco de geopolítica.
Entre 1904 y 1919 Halford Mackinder –geógrafo inglés– desarrolló las bases de la geopolítica que han seguido las potencias en el mundo moderno, al señalar que el corazón del poder mundial (Heartland) se ubicaba en lo que identificó como el continente euroasiático, integrado por la zona de Europa oriental y Asía central, desde el río Volga hasta el Yang-Tze, y desde el Himalaya hasta el océano Ártico. Según su consigna geopolítica: ‘Quien gobierne en Europa del Este dominará el Heartland; quien gobierne el Heartland dominará la Isla-Mundial (el Mediterráneo y sus costas en Europa, Asía y África); quien gobierne la Isla-Mundial controlará el mundo’. La relevancia del Heartland no solo deriva de que en su geografía se produce más del 60% del PIB, sino que ahí también se encuentran los recursos energéticos (agua, petróleo y gas) más importantes del mundo. Y se ubican ahí también, los trece países con los ejércitos más poderosos del mundo.
Esta consigna fue asimilada y expandida por uno de los más influyentes asesores en materia de seguridad de Washington: el polaco-americano Zbigniew K. Brzezinskin (1928-2017) asesor de los gobiernos demócratas de Carter a Obama. Sus propuestas geoestratégicas expuestas en “El tablero mundial” (1998) apuntaban el escenario de lucha geoestratégica considerando que la Guerra Fría colocaba en el escenario mundial, de un lado, una gran potencia marítima: Estados Unidos; con una gran capacidad de movilización intramares; un poder económico financiero sin igual en la historia; un capital cultural y un prestigio internacional sin precedente, con sus valores de libertad individual y egoísmo económico y con una gran capacidad para consolidar y tejer alianzas, institucionalizar y extender sus ideales y sus proyectos de expansión económica y militar en el orden mundial sobre en todo el Occidente (ONU- Banco mundial, FMI, Pacto del Atlántico) y el Oriente medio (Israel-Arabia saudita). Del otro lado colocaba a una potencia terrestre, el país más grande del mundo: Rusia (con 17.1 millones de Km2) que sumado a los países de la URSS constituía 22.4 millones de Km2., ubicado justo en el corazón del corazón continental. Sin embargo, a juicio Brzezinskin, este gigante tenía pies de barro, pues carecía de cohesión cultural interna, estaba dominado por una burocracia lenta e ineficiente y debía arrancar un desarrollo económico para atender a toda la población compitiendo con sus metas en seguridad armamentista.
Todos sabemos en qué acabó esa quimera soviética cuando Gorbachov optó por dimitir de su cargo como presidente ante la negativa de los presidentes de las Repúblicas de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) liderada por Boris Yeltsin, de reconocer a los órganos de poder central; lo que significaba en los hechos la inminente desintegración de la URSS. No obstante que en 1991 un referéndum con 78 % de los votantes de la URSS había optado por el «sí» a la continuidad de la Unión Soviética. Sabemos también que detrás de Yeltsin, estuvieron las potencias occidentales animando el fracaso de las reformas de Gorbachov y la disolución impulsada por Yeltsin.
El objetivo geopolítico de acabar con la potencia terrestre no cerró ahí. Como ha señalado John Mearsheimer, profesor de Asuntos Internacionales de la Universidad de Chicago: “Occidente con EU a la cabeza del tren” ha empujado a la esquina del cuadrilátero a Rusia a partir de tres avanzadas estratégicas: 1) Hace ingresar a Ucrania a la Unión Europea; 2) La incorpora a la OTAN, con lo que la frontera occidental se corre a la puerta de Rusia y, 3) promueve una revolución cultural y política (a color revolution: the Orange Revolution) a favor de la democracia liberal al estilo americano, aislando a la potencia rusa incluso del marco asiático, por las constantes amenazas a China. En este marco el propio Mearsheimer (https://www.youtube.com/watch?v=HBiV1h7Dm5E&t=3s) prevé que el arrinconamiento a Rusia y el acuerpamiento que Occidente está dando a Ucrania, puede generar una doble pinza extremadamente peligrosa: que los líderes rusos se sientan tan severamente amenazados que los lleve a usar armamento nuclear para obligar a una negociación con ventaja. Y a sus rivales occidentales, a estar tan apremiados de su rendición, que se escale la guerra para acelerarla. En todo caso será necesario que la sociedad civil se levante en todos países a detener esta guerra terminal e irracional, que en los próximos meses lindará momentos cruciales, poniendo en riesgo la sobrevivencia de todos.