Un fantasma recorre el mundo; es el fantasma de la crisis financiera global. Una crisis provocada por la reserva federal norteamericana, la llamada Fed. Veamos.
El viernes 10 de marzo el Banco Silicon Valley (BSV) colapsó al enfrentar una corrida de ahorradores que exigían acceso a sus depósitos en tanto que el banco no contaba con recursos para pagarles. Incluso vendiendo todos sus activos no habría podido pagar arriba del 90 por ciento de los ahorros de sus clientes.
La Corporación gubernamental que asegura los bancos ante estas eventualidades (FDIC), tomó de manera inmediata el control del banco y sus recursos. Esta entidad asegura cuentas de ahorro de hasta 250 mil dólares. Solo que en este caso la mayoría de las cuentas eran empresariales por millones de dólares cada una.
Que las empresas no recibieran el total de sus recursos ponía en riesgo su viabilidad, numerosos empleos y la economía de una región caracterizada por el avance tecnológico. Lo peor habría sido que se extendiera el pánico y hubiera corridas de ahorradores que provocara la quiebra de otros bancos.
Recordemos que los bancos no simplemente guardan el dinero, sino que lo prestan a otros, sean particulares, empresas, o al gobierno. Los bancos deben tener algo más que la liquidez suficiente para atender las salidas de ahorro que ocurren en condiciones normales. Ningún banco cuenta con dinero inmediato disponible para enfrentar una gran oleada de personas que en condiciones de pánico quieran retirar todo su dinero.
El gobierno norteamericano, encabezado por el presidente Biden enfrentó la situación declarando que todos los ahorradores tendrían acceso a todos sus recursos de manera inmediata. Es decir que cubriría todo el faltante necesario.
Una medida indispensable, pero no suficiente para calmar toda la inquietud que persiste sobre la seguridad de los ahorros que se encuentran, no en ese banco regional sino de todo el sistema bancario global. Lo que ocurrió con el BSV podría repetirse en otras partes. Vayamos al fondo del asunto.
El BSV invirtió buena parte de los ahorros que recibía en lo que en su momento se consideraba la mejor y más segura inversión: prestarle al gobierno norteamericano mediante la compra de bonos del tesoro a tasa fija a plazos de, digamos el estándar, 10 años. De 2020 a 2021 esos bonos ofrecieron tasas cercanas al uno por ciento anual; todavía a mediados de 2022 pagaban alrededor del 1.5 por ciento anual.
Pero en el segundo semestre de 2022 el banco central norteamericano empezó a elevar agresivamente la tasa de interés de referencia y a principios de marzo los bonos del tesoro llegaron a pagar 4 por ciento.
Un bono a 10 años comprado hace tres que paga una tasa fija menor al uno por ciento ofrece un rendimiento muy menor al 3.36 por ciento que pagaba un bono comprado este 17 de marzo. Por eso mismo el bono viejo baja su valor. Es decir que han aparecido oportunidades de inversión que pagan varias veces más que los bonos comprados hace tres, dos o incluso apenas hace un año.
El problema del BSV es que los bonos del tesoro en los que invirtió perdieron mucho de su valor. Ante esta situación los dueños del banco vendieron lo más que pudieron de sus acciones, es decir que hace semana y media estaban rematando al banco. Lo más significativo es que el BSV pidió auxilio, señaló que necesitaba una recapitalización de varios miles de millones de dólares sin que hubiera una respuesta positiva de ningún lado.
Ante ello los ahorradores se apresuraron a tratar de sacar su dinero y el banco no pudo pagar; eso originó el colapso del 10 de marzo.
Lo importante es que prácticamente todos los bancos y fondos de inversión tienen bonos del tesoro norteamericano muy devaluados y todos ellos tienen pérdidas. Lo que no se sabe es en cuáles casos el monto de estas pérdidas amenaza la capacidad de pago del banco a sus ahorradores. Eso también depende de la inquietud de los ahorradores; ya dije que ningún banco soporta una corrida masiva.
Otro banco, el First Republic de San Francisco California tuvo el mismo problema. Sus activos devaluados no cubrían los depósitos recibidos. En este caso el gobierno norteamericano organizó un rescate original; se logró organizar a cinco grandes bancos, el JPMorgan Chase, Citigroup, Wells Fargo, Bank of America y Goldman Sachs para que cada uno le prestara, sin garantías, 5 mil millones de dólares; otros bancos aportaron cantidades menores, pero el conjunto alcanzó los 30 mil millones de dólares.
No lo hicieron exactamente por ser muy buenas gentes, sino porque el fuerte temor de que la quiebra, así sea de pocos bancos de mediano tamaño, provoque un pánico que se extienda como reguero de pólvora. Afortunadamente las medidas de rescate del gobierno y de los grandes bancos parecen estar funcionando.
Pero el problema es mucho mayor. Prácticamente en todos los países se emitieron bonos de largo plazo a tasas de interés muy bajas que ahora, debido al aumento de las tasas de interés generalizadas han perdido valor.
El banco Credit Suisse, de Suiza ha tenido varias importantes dificultades, pero la gota que derrama el vaso es la pérdida de valor de sus activos. En este caso es el banco central de Suiza el que ha salido a su rescate con un préstamo de algo más de 50 mil millones de dólares en moneda suiza.
El problema es global y se ha originado en el incremento de las tasas de interés que han determinado los bancos centrales, encabezados por el norteamericano. En todos lados los bonos de largo plazo comprados a bajas tasas de interés se han devaluado y eso genera pérdidas.
La gran incógnita es que hará la Fed, el banco central norteamericano, el próximo 21 de marzo. Dicen que la Fed aprieta hasta que algo se rompe, y aquí se ha roto algo. Lo que podría llevar a que abandone el combate a la inflación como prioridad y se oriente a proteger sus otros dos objetivos, proteger la economía y el empleo. Se encuentra en una disyuntiva desagradable, baja la lucha contra la inflación o se arriesga a provocar más quiebras que pueden brincar en puntos inesperados.
Si estas quiebras fueran aisladas podrían contenerse una a una con acciones precisas. Pero si generan pánico y la gente corre a los bancos a sacar su dinero; el que no puede estar disponible para todos, el asunto podría convertirse en una gravísima crisis. Lo mejor es guardar la calma y esperar que la Fed, y los bancos centrales en general, reconsideren cuidadosamente sus prioridades.