Escuché a Rafa Pérez Gay recomendar “El secreto del hijo” del psicoanalista italiano Massimo Recalcati, Director del Instituto de Investigación en Análisis Aplicado de Milán y profesor de la Universidad de Pavia, corrí a buscarlo, pero dejaré la recreación de esa lectura para otra ocasión: en el camino me encontré con que Recalcati es también autor de “Las manos de la madre. Deseo, fantasma y herencia de lo materno” y me quedé atrapada en esa lectura con la fascinación que siempre me causa el tema de la madre, lo materno, el maternaje. Ser madre y ser hija. Ese vaivén entre la mujer y la madre y los delicados equilibrios que nunca logramos, pero que, a fin de cuentas, más allá de las exigencias que una se impone, más los ideales familiares y culturales: madre perfecta o madre fallada sin salvación posible, lo que importa aprehender es que basta con ser “una madre lo suficientemente buena”, como bien explicó Donald Winnicott a a quien Recalcati cita y a quien una no puede parar de citar.
Recalcati intenta ubicar el encuentro de la madre y el hijo/la hija de esa manera terrenal que en ocasiones incluye, por ejemplo, el conflicto que puede existir -para la madre- al momento del nacimiento de su bebé: “muchas de las llamadas depresiones ‘posparto’ hablan precisamente de este rechazo del niño real frente a la representación idealizada del niño imaginario”. Pero cuando dice “rechazo” no necesariamente se refiere a una emoción que permanezca en el tiempo, la madre aprehende la singularidad de su hija/o, renuncia (hasta un punto) al hijo de la imaginación y abraza a su bebé. O no. Esa primera renuncia al ideal es tal vez, la primera “lección” que el/la bebé nos ofrece: es una personita que depende completamente de quien le ofrece su amor y sus cuidados, pero es otra/o. Ella misma. Él mismo.
Recalcati insiste en la importancia del rostro y la mirada de la madre o la persona que ejerce la función materna: los gestos de la madre guían al bebé, su mirada le confirma que es amado y que ocupa un lugar en el mundo. En esa mirada acogedora el bebé se vive arropado, extraviado si la mirada lo deserta. ?“¿No es acaso ‘madre’ el nombre que define las manos de ese primer Otro que cada uno de nosotros invoca en el silencio de su vacío?” y cuando el psicoanalista escribe “ese primer Otro” es su manera de dejar claro que no necesariamente se refiere a la madre biológica: “En el arranque traumático de la vida, podemos localizar una primera definición de la madre como ese Otro ‘más próximo’ que sabe responder a la llamada de los gritos de la vida”.
Sin embargo, ¿acaso no es inevitable? Para explicar el lugar materno Recalcati parte a todo lo largo del libro de la madre biológica que elije su maternidad o intenta sostenerla: “?La madre espera a quien ya lleva consigo, sin saber quién es y sin saber cómo es, sin haberlo visto nunca”. No aclara, no es el objetivo de su trabajo, pero lo sabemos: la madre biológica que abandona es una herida profunda en la mayoría de los casos aún cuando el/la bebé haya sido muy amorosamente adoptada/o. Recalcati se acerca con lupa al conflicto profundo de la maternidad: respetar la singularidad del hijo/de la hija o apropiárselo/a con por supuesto, cantidad de oscilaciones y matices: “?Es más, en toda madre lo ‘suficientemente buena’ –como diría Winnicott - la pérdida del hijo, su separación, se contempla desde el principio como la manifestación más intensa de su trascendencia. Esto significa que el secuestro ?arbitrario del hijo como ‘propio’ no define en absoluto la maternidad, no atañe al deseo simbólico de la madre, sino solo a su declinación patológica, a su más terrible aberración”.
Recalcati nos conduce hacia el concepto lacaniano de “la madre cocodrilo”, esa madre “estrago” que abre sus inmensas fauces para devorar a su hija/o: “La madre, en esta versión, en lugar de servir como refugio de la angustia, la provoca, la desencadena, se convierte en una terrorífica encarnación de la amenaza que vuelve inestable tanto el mundo exterior como el interior. La tesis de Lacan es que en el inconsciente de toda madre –hasta en el de la más amorosa y entregada sinceramente al bien de sus hijos–, en la estructura misma de su deseo, reside un indomable impulso a fagocitarlos”. Vaya que esas madres que se dejan llevar por sus impulsos existen, inmensas y regodeadas en sus poderes infinitos, cito de nuevo porque no tiene desperdicio: “La madre que todo-lo-sabe sobre sus propios hijos es una pesadilla, una locura, es una madre que se convierte en kapo. Se trata de una forma extrema de la degeneración de lo materno que se sintetiza en la imagen de la madre-cocodrilo. El derecho de propiedad sobre el hijo autoriza a la madre a caer en la pura arbitrariedad, en el capricho insensato, en la aniquilación del otro, en su sometimiento”.
La madre del patriarcado, nos dice el psicoanalista, es la madre abnegada y sacrificial que renuncia a su ser mujer en aras de convertirse en La Madre, justo la pareja que corresponde al “padre-amo”, esos ideales que ya se derrumban en tantos medios y gozan en tantos otros de cabal salud: “En la cultura patriarcal la madre estaba sintomáticamente destinada a sacrificarse por sus hijos y por su familia, era la madre de la oblación y del amor sin límites la madre de sacrificio era también la madre que retenía a sus hijos junto a ella, que les pedía, a cambio de su abnegación, una fidelidad eterna, formaba un binomio inoxidable con la figura, igualmente infernal, del padre-amo”. Bastante mejor que una madre no olvide que es también una mujer, a ella misma no le es bueno, pero lo más importante: esa abnegación que se le solicita estaría supuesta a funcionar en beneficio de su hija/o, cuando en la realidad es todo lo contrario. No hay negación de una misma sin resentimiento y sin cobranza. La que siente que da “todo”, no puede sino pedir lo mismo. Ese “todo” imaginario y devorante.
?