La nueva exposición del pintor Diego Lamas se inauguró el 3 de febrero en el Centro Cultural Isidro Fabela, Museo Casa del Risco y permanecerá abierta hasta el 26 de marzo. “Historia, amigos y otros diálogos”, es la tercera exposición individual de Lamas tras “Elurofilia” (Pasión por los gatos. 2013) en el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir y “Paisaje y silencio” (2016) en la Galería Roja del Museo Nacional de San Carlos. Poco más de un lustro después, la pintura de Diego ha dado un vuelco. Los gatos son y serán un leit motiv imprescindible en su obra y como bien escribió la pintora Magali Lara: “El alter ego de Diego es un gato”, pero la pasión se movió de lugar. Esta vez, tampoco paisajes, ni mares, ni volcanes contra cielos de colores magníficos.
Me atrevería a decir que hoy en la pintura de Diego –entre un “autorretrato” parafraseando a Durero y una “última cena” con los amigos (él es Jesús), parafraseando a Da Vinci– las preguntas del artista están dirigidas –sobre todo– a las mujeres. ¿O a La Mujer con mayúsculas que se supone que no existe pero vaya que da lata? ¿O a algo que podríamos llamar “lo femenino multiplicado?” ¿Las feminidades? La provocación. La piel se muestra. O se insinúa. El deseo. Diego lúdico juega de distintas maneras con un movimiento pendular, primero con los tiempos y las geografías que trastoca a voluntad y sin el mínimo pudor: pinta a una mujer del siglo XXI que se da de codazos con la Mona Lisa, luego presenta a aquella célebre “Lechera” holandesa, ¿la recuerdan? La de Vermeer, como parte de una publicidad de un Café Punta del Cielo en el que venden atole y cafecito de olla.
En otra pintura una musa en overol y sin siquiera una playerita debajo, irrumpe entre el caballero del sombrero ancho y la dama sobre vestida del siglo XVII. Pero no solo, las pinturas de Diego incluyen los bandazos (¿había escrito “movimiento pendular”? Qué tibia. Me retracto), entre “apropiarse” obra de los grandes maestros de la pintura occidental: Da Vinci, Durero, Vermeer, Rubens, los clásicos cuyos cuadros se exhiben en los museos más exigentes, y mezclarlos –justo– con la “apropiación” de la obra de un artista contemporáneo mundialmente famoso, pero de nombre desconocido, él prefiere firmar con un pseudónimo. Inasible, anda a salto de mata. Un artista y activista callejero. El Maestro del “street art”. Diego hermana a las glorias intramuros y al especialista de los muros tomados en la clandestinidad.
De Da Vinci a Banksy. Podríamos decir que Diego Lamas es un hombre de extremos. Y de musas. El “Auorretrato” de Alberto Durero se convierte en Diego mismo posando con su gato Leonardo en los brazos. Leonardo nos mira inquisitivo. Sabe que anda traspapelado en los siglos. En la pintura “Una historia”: una mujer desnuda sus piernas para mostrar su tatuaje, desde las caderas hasta las rodillas surge la imagen ¿de una diosa marítima? Una pintura de “La Medusa”. Pues sí, les digo que acá va de mujeres. La seductora, la hacendosa, la dulce, la amorosa, la temible. La misteriosa. La que en una de esas te convierte en piedra. Y todas-en-una. Otra mujer tendida de lado sobre una plancha, con una de sus manos sostiene su cabeza. Vemos su rostro de perfil. Tres personajes se inclinan sobre ella como si intentaran dilucidar algún misterio. ¿Estará enferma de algo? ¿solo ausente? ¿quizá aburrida de ser mirada como objeto de estudio? Es uno de mis cuadros preferidos. No sabemos qué hace ella, pero sobre todo, ¿qué demonios hacen elles? La indagan.
“Ara en el metro”, la protagonista estaría sola en el vagón de no ser por dos personajes que se desprendieron de los muros del arte urbano para acompañarla. La niña que salta a la cuerda (atribuida a Banksy) y un encapuchado que pareciera creado con la misma técnica del graffiti. Ara está cómoda. Mira a la niña. Es una escena encantadora. Diego se divierte muchísimo y nos divierte con sus aventuras en los territorios del “arte sobre el arte” (“art about art”). Desacralizar la pintura de los Grandes Maestros. Acercarla. Jugar con ella. Convocarnos al juego. En “Un sueño”, recrea “La pesadilla” de Johann Füssli, íncubo y caballo incluidos. Más una presencia que no está en el original, pareciera que Ara por fin se bajó del metro y llegó a su destino: una pintura del siglo XVIII. Curiosa y altiva mira a la mujer que duerme en total extravío. Los ojitos del íncubo brillan. Se ve bien perversa esa bestiecilla.
“Mi pintora”, una joven sentada sobre una silla –a la seductora manera de un personaje de Balthus– pinta el rostro melancólico de Diego. En el verdadero “Retrato de una mujer con abanico” de Rembrandt, la joven luce muy pálida y muy triste. Como pasmadita. Diego generoso corrige la plana: exactamente 382 años después, Agatha (así se llamaba la modelo) sonríe. No se detiene lánguida del marco, sino con fuerza. Su cuerpo bastante más cercano al espectador que en la versión de Rembrandt, avanza hacia afuera del marco. Tal vez para la siguiente exposición de Diego ya Agatha pose junto a la bailarina del local “El recreo”. O tome el metro con Ara. Su proceso libertario está en marcha. En “Encuentro” posan la mujer de los cabellos rojos con su falda de colegiala (More Balthus?), la Mona Lisa de Banksy con su bazooka al hombro, y una imagen –también como escapada de un muro graffitero– del Dios Pan, cuya pésima reputación por perseguir mujeres y ninfas ha atravesado los siglos. ¿Lo explica la bazooka de la Mona Lisa? Tal vez. Hay personajes radicales.
Es en “La tejedora” donde la fascinación del pintor por su musa preferida me parece más conmovedora. ¿Qué teje esa mujer de grandes ojos rasgados, cabellos oscuros, mirada intensa? Está mirando a su autor. Teje deseos. Quiere atraparla el pintor. Acá donde mira como si estuviera al borde de una danza. O de “algo”. Allá donde con su blusita roja y una expresión extraviada se deja abrazar por la Mona Lisa. En “¿Qué encierra?” Diego pinta a una mujer con su vestido negro escotado, sus guantes largos. Una cerradura a la altura del pecho. Pero hay dos llaves que cuelgan del fondo del cuadro. ¿Cuál es la indicada? ¿Y no es ella misma la que regresa como bruja? Y como la dama del siglo XXI junto a un caballero con armadura. Cecilia Gallerani, “La dama del armiño” de Da Vinci ha perdido su serenidad perfecta. Mira a los espectadores de reojo. Diego llegó para permitirle liberar sus emociones verdaderas: está muy enojada.
En “El titiritero” Diego-mismo con un traje negro, una corbata de moño y un bombín, parece más bien un mago. Junto a él sus muñecas/os. Reconocemos a algunas/os. Así va sucediendo al mirar las obras: Diego pinta los rostros de sus personas amadas. ¿A quiénes nos recuerdan las modelos de “Las tres gracias”? En “Anatomía 1”, “apropiación” de “La otra lección de anatomía” de Rembrandt, Diego-mismo todo de negro y con su cuellito de encaje, se concentra sobre la cabeza de un hombre en apuros al que al parecer –en una mesa de operaciones– le abrió la cabeza. Al lado suyo, otro hombre colocado en el papel de su asistente, sigue atento sus enseñanzas.
Me encanta el humor de Diego, no se derrota tanto como él ha derrotado en estos últimos tiempos sin esa fuerza: darle la vuelta al dolor y al susto. Permitirnos sonreír con él: el compañero de la barba a quien Diego-mismo le da lecciones de medicina pareciera ser el neurólogo Horacio Sentíes. Su médico.Tantito más y Diego lo opera. La libertad de imaginar. La libertad de darle vuelta a la realidad. La alegre venganza de jugar. Como bien dijo Carmen Gaitán Directora del Museo Nacional de Arte (MUNAL) durante su discurso la noche de la inauguración:
“Diego ha tenido que combatir muchos impedimentos, por eso lo admiro, a pesar de que Diego ha tenido estos embates, siempre se levanta para decirnos: ‘a ver, ¿me voltean a ver? Porque este soy yo’. Diego ha logrado hacerse un lugar, no nada más en nuestros corazones y por la amistad que sentimos por él, sino porque cada día se atreve a voltear de cabeza el mundo y a darle un orden”. Las pinturas de Diego traen su firma y su sello color escarlata. Su color preferido. La noche de la apertura de su exposición está todo de negro. Elegante. Largo. Emocionado. Rodeado de fans. Mónica Macias Villanueva, Coordinadora de exposiciones del Museo del Risco lo presenta. Aplaudimos mucho. Lo amamos mucho. Las palabras de Carmen son hermosas: “Yo que vengo de un mundo muy formal que es el mundo de las instituciones, me encanta que te atrevas, que deshagas, que te rías, que reinterpretes y que tú nos digas a nosotros: ‘este soy yo’.