Muchos dicen que estamos preparados. Pero no es cierto: varios especialistas aseguran que aún falta mucho para que las autoridades de los tres niveles de gobierno puedan enfrentar, con rapidez y eficacia, los efectos devastadores de otro terremoto de gran magnitud.
La enorme pérdida de vidas y patrimonios no ha sido suficiente para corregir a fondo el problema. Por supuesto que es injusto afirmar que no se ha hecho nada. Tampoco se pueden dejar de reconocer los importantes avances registrados por algunas instituciones y grupos de la sociedad.
En ambas circunstancias, sería faltar a la verdad. El problema es que a 37 años de los terremotos de 1985 —y a 5 de los de 2017— varias ciudades y poblados en nuestro país no están exentos de padecer situaciones tanto o más graves como las que se viven hoy en Turquía y Siria.
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Los programas de protección civil, la atención de las autoridades a las personas afectadas por cualquier tipo de desastre, la comunicación a través de los medios audiovisuales y medios digitales, y la relevancia que tienen las interacciones en las redes sociales se pueden y se tienen que mejorar. En principio, propongo concentrarse en tres prioridades.
Primera, actualizar los protocolos de atención a víctimas. Es bueno saber que contamos con algunos grupos de la sociedad, que han sido solidarios y muy efectivos en su labor. Pero falta mucho trabajo, recursos y procesos de organización más efectivos dentro de las instituciones, que por momentos parecen responder más a la lógica de sus agendas políticas que a la continuidad y eficacia que deben tener las políticas públicas.
Segunda, es indispensable reconsiderar las medidas de austeridad en el tema de la prevención. También hay que combatir la corrupción en los permisos de construcción. Aún más. Hoy más que nunca es inaceptable la lentitud que se ha mostrado en una gran cantidad de obras de reconstrucción que se tuvieron que hacer luego de los sismos de 2017.
Y tercera, los expertos resaltan la importancia de mejorar los mecanismos y programas de mitigación en la elaboración de mapas de peligros y mejores evaluaciones para la población que vive en zonas de riesgo. De igual forma, es preciso reforzar las acciones en las grandes construcciones para reducir los colapsos, así como llevar a cabo todo lo que sea necesario para profesionalizar las autoconstrucciones.
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Pero eso no es todo. Ni los intereses políticos ni la austeridad deberían ser obstáculos para reforzar las construcciones de las escuelas, hospitales y edificios públicos, además de darles el mantenimiento adecuado en forma periódica. Los especialistas se refieren también a las medidas de protección que necesitan nuestros inmuebles históricos, algunos de los cuales han sido considerados patrimonio de la humanidad.
Claro que también ha habido acciones positivas. Destaca el Plan DN-III-E. Los resultados que ha dado son buenos, pero insuficientes ante los grandes desastres. De hecho, así lo ha demostrado el grupo que se envió a Turquía junto con las y los ciudadanos expertos en el rescate de personas. El problema aquí no está en el plan ni en su aplicación. Está en la magnitud de los desastres y en la forma en que los cuerpos de emergencia se han visto rebasados.
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Mención aparte merece la falta de actualización de los protocolos de comunicación social, tanto los que son responsabilidad de las autoridades como la que corresponde a medios de comunicación, consultores y líderes de opinión. La experiencia de los terremotos de 2017 mostró un importante retroceso, el cual se vio afectado en muchas situaciones por el activismo propio generado desde las redes sociales.
En suma: México necesita mejorar sus mecanismos de resiliencia, gestionar con mayor eficacia los riesgos y actualizar o elaborar los protocolos necesarios para la gestión de crisis ocasionadas por los desastres naturales y/o la negligencia o corrupción de algunas autoridades. En el marco de la sucesión presidencial, ir a fondo en las soluciones que hacen falta se ve poco probable. Esperemos que la naturaleza no nos sorprenda o agarre desprevenidos.
Recomendación editorial: Sergio Manuel Alcocer y Darío Rivera Vargas (editores técnicos). Los sismos de Septiembre de 2017. México: Editorial Pigmalión, 2022.