La democracia no es solo un papel escrito al que le llaman Constitución. En Venezuela su mafioso dictador Nicolás Maduro todavía dice que su país es una democracia. El papel aguanta todo. Tampoco son solo las instituciones que se pueden torcer y acabar siendo utilizadas por dictadores y populistas del siglo XXI como sucede en México, Colombia, Argentina, Brasil y ni hablar de las dictaduras del continente.
La democracia está en el talante de sus gobernantes. Los que respetan las decisiones judiciales, los que se someten a ellas, los que respetan la independencia del Congreso y los que no utilizan el poder del ejecutivo para torcerle el cuello al votante o desconocer su decisión.
Lo sucedido en el 2021, ese pasado seis de enero en Estados Unidos, cuando un Presidente pretendió desconocer las reglas de juego de la democracia y la decisión de los votantes, incluso con una toma del Congreso por parte de sus simpatizantes, hace parte de un patrón que poco a poco ahoga la democracia. Incluso una tan fuerte como la de ese país.
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En la región, además de la toma del Congreso de Estados Unidos por parte de los seguidores de Donald Trump, los seguidores de Jair Bolsonaro en Brasil hicieron algo similar en el Congreso, la Corte Suprema y la Presidencia luego de la elección de Lula da Silva el pasado 8 de enero de este año.
Pero este deterioro democrático y el intento de desconocimiento a las decisiones del elector no comenzaron con Trump o con Bolsonaro. En la región comenzaron mucho antes. En el 2007 Hugo Chavez desconoció la decisión soberana de sus ciudadanos y se pasó por la faja el referendo que él mismo convocó. Nadie se quejó, nadie levantó la voz, ni nadie protestó contra ese exabrupto que generó precedentes en democracias serias como la colombiana. Claro, era Hugo Chavez con petróleo a 100 dólares, era la izquierda mafiosa populista repartiendo dinero a cambio de apoyos y de comercio. Lula callado. Estados Unidos callado. Y en la región nadie musitó palabra. Todos fuimos culpables en ese sentido. Incluso Colombia, tengo que ser muy claro. Se expresó preocupación pero no se asumió una actitud mucho más dura como debería haber sido.
Nadie vio ese hecho como precedente del deterioro de la democracia que se venía para la región. Cometimos todos un error absurdo que hoy se paga en otros países, pero que en Venezuela fue el inicio de la hecatombe política que la tiene como la tiene.
¿Se imaginan que el dictador chileno Augusto Pinochet hubiera desconocido el resultado del plebiscito en su país y se hubiera quedado gobernando? La crisis política que se hubiera dado habría sido tremenda. Pero en Venezuela donde se desconoció el resultado de un referendo el dictador siguió como si nada hubiera pasado –y hoy sigue un remedo de dictador que es más un capo mafioso en el poder– con la mirada cómplice del mundo.
El siguiente ejemplo fue el plebiscito por la paz en Colombia. Donde el silencio de Estados Unidos retumba en el continente y abre las puertas para lo que sucedió el 6 de enero del 2021. Nadie creía que podía ganar el NO. El Presidente Juan Manuel Santos cambió las reglas del juego para facilitar el triunfo del SÍ. Las Cortes se lo aceptaron mostrando qué tan manipulables eran y como con los “incentivos” correctos –la mal llamada mermelada– le aceptaban al presidente lo que él quisiera.
Fue una campaña de todo un Estado con recursos públicos, con los medios de comunicación públicos y privados entregados y con la mayoría de la clase política y los partidos contra un partido, el Centro Democrático, que no se oponía a la paz sino al acuerdo firmado que le daba a las FARC total impunidad como se ha visto hasta ahora. Me acuerdo cuando el principal diario del país “El Tiempo” me entrevistó un día antes y la primera pregunta fue “qué van a decir cuando pierdan el plebiscito”. Le contesté al periodista que íbamos a ganar y me repitió la pregunta. Le respondí lo mismo. Así está publicado pero nunca me olvidaré la incredulidad del entrevistador y los ojos que puso cuando respondí.
Los ciudadanos en las encuestas decían que iban a votar por el sí, pero mientras hice campaña muchos me dijeron que le habían mentido a las encuestadoras. Había un gran voto oculto y de castigo. Las FARC habían victimizado al país durante décadas y los ciudadanos no querían que se salieran con la suya. De ahí el resultado.
Lo que pasó después no tiene nombre. O si lo tiene fue un golpe de estado. Invitó a la oposición en un acto de pura demagogia y para guardar apariencias pues el premio Nobel estaba en juego. Es más, yo convencí al presidente Alvaro Uribe, en contra de muchos y con su misma reticencia, de que se sentara con las FARC, pero Santos lo impidió. No iban a hacer nada, no hicieron nada y desconocieron la voluntad popular. Luego, el Congreso le aprobó con un procedimiento exprés que no estaba en la Constitución –y que las Cortes de nuevo avalaron– elevar el acuerdo a nivel casi Constitucional. Las Cortes y el Congreso, otra vez con el incentivo de la “mermelada” de contratos y burocracia, corrupción pura y dura, accedieron a darle la espalda al pueblo y aprobarle a Santos ya con su Nobel bajo el brazo su proyecto personal que dividió al país y no trajo la paz a Colombia.
¿Y Estados Unidos qué? Avaló este golpe de Estado como lo hizo en Chile en 1973 o en Guatemala en 1954. De otra manera pero con el mismo resultado. Silencio cómplice de la administración Obama-Biden que vendría a morderles el trasero apenas cinco años después. Permitieron el desconocimiento de la voluntad popular, lo aceptaron y abrieron la puerta para los eventos del 6 de enero del 2021. Lo del Nobel es igual, aunque ese premio ya ha ido perdiendo su importancia y su peso pues es más un premio político que se cultiva y se gana (Lula está haciendo el trabajo) que un reconocimiento verdadero al trabajo por la paz y la libertad.
Y el precedente abrió unas puertas constitucionales en Colombia a las que aún no les hemos visto su final. El supuesto resultado –la paz– era prioritario, y la complicidad internacional hoy hace parte de ese legado ideológico donde hay golpes de estado buenos y golpes de estados malos. Unos se aceptan y otros no.
Triste decirlo, el fin de esta historia aún no se ha visto. Pero la democracia sí quedó herida y todavía nos falta saber si de muerte o no. Gracias presidente Santos, gracias presidente Obama y gracias Presidente Biden. El fin NO justifica los medios.