El montaje no solo fue irresponsable, sino que alcanzó la categoría de vulgar, grosero y criminal.
Y es que frente a una de las mayores tragedias naturales del siglo –y la mayor en el actual gobierno--, la respuesta del presidente mexicano fue un insultante montaje, cuyas imágenes censuró el mundo entero.
Sí, porque en lugar de asumir el papel de jefe de Estado, de reaccionar con rapidez para prevenir a la población, para salvar vidas, para instalar albergues y para proveer lo indispensable en auxilio a los millones de damnificados por el paso del huracán Otis, López Obrador montó una parodia de sí mismo; la parodia del gobierno atascado.
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En lugar de subir a un helicóptero militar, para realizar una primera evaluación del tamaño de la tragedia, para entender la agonía de millones de damnificados, López Obrador buscó una escenografía que lo hiciera pasar como una más de las víctimas del meteoro.
¿A qué fue López Obrador a Acapulco, en su camioneta blindada, trajeado y escoltado por militares, marinos y seguido por camarógrafos preparados para filmar imágenes impecables?
En efecto, al presidente mexicano no le importaron los damnificados por el huracán, tampoco las vidas perdidas; no le interesan los desaparecidos, los miles de familias que se quedaron si techo, sin agua, sin luz, sin comida…
No le interesó movilizar seguridad pública federal a la zona del desastre para evitar vandalismo, pillaje, saqueo de miles de inmuebles colapsados por el paso del huracán y que las víctimas del meteoro sufrieran el robo, a manos de saqueadores, de lo poco que salvaron de la tragedia.
No, al irresponsable mandatario mexicano sólo se le ocurrió buscar una escenografía ideal para su montaje –el vehículo militar atascado en un río de lodo--, para luego regresar a la tranquilidad de su Palacio, en donde su cocinero personal le preparó la cena, mientras que ujieres alistaron un baño caliente y una cama impecable.
¿Y los damnificados, las familias enlutadas, los desaparecidos, los daños incuantificables y la devastación material y económica del segundo estado más pobre del país y el pillaje, la inseguridad y el abandono de millones de personas que lo perdieron todo?
Nada de lo anterior le importa al presidente mexicano. Y si aún lo dudan, lo vimos en “la mañanera” del jueves 26 de octubre, en donde López Obrador presumió las mentirosas encuestas que dizque lo colocan como el segundo mandatario más popular del mundo. Sí, al presidente mexicano no le importa nada, salvo su popularidad, sus caprichos y sus venganzas, como la venganza que ordenó contra el Poder Judicial.
Y mientras que López Obrador está tranquilo y seguro en su Palacio, ¡que se jodan los millones de damnificados, las familias enlutadas, las decenas de desaparecidos, la pérdida de miles de empleos, la ruina económica de Acapulco y de Guerrero todo, que se jodan los pobres, a los que horas antes llamó, de nueva cuenta, “mascotas”!
Por eso, frente a esa irresponsabilidad oficial, obliga preguntar.
¿Qué existe en la cabeza de un presidente, como López Obrador, que desprecia de tal manera a los ciudadanos, en general, pero en especial a los damnificados de una tragedia como la que se vive en Guerrero?
¿Qué tiene en la cabeza un mandatario, como López Obrador, que ordena preparar la escenografía ideal para un montaje en donde él aparece como víctima de la tragedia, mientras que muchos mueren o desaparecen a causa del manejo irresponsable de la llegada de un potente huracán como Otis?
¿Por qué el presidente y todo su gobierno, no fueron capaces de alertar del grave riesgo que venía, de advertir a la sociedad el peligro del meteoro, de movilizar a la fuerza pública federal, si en Palacio tenían toda la información desde 20 horas antes del golpe del huracán?
¿Por qué la irresponsabilidad de rechazar el uso de un helicóptero militar para conocer con precisión el tamaño de la tragedia, para ordenar de inmediato la movilización de ayuda, de vigilancia, de seguridad?
¿Por qué, hoy mismo, el presidente no está en Guerrero, recorriendo colonias, evaluando daños, desplegando vigilancia y seguridad, articulando la búsqueda de los desaparecidos, movilizando guardias nacionales para impedir la rapiña y el saqueo propios de una tragedia como la que se vive en Guerrero?
¿Dónde están las autoridades estatales, la gobernadora, los alcaldes, los legisladores locales y federales, que han convertido a Guerrero en una entidad no solo fallida, sino sin ley, sin gobierno y un verdadero “narco-estado”?
La respuesta a las interrogantes anteriores la conocen todos: Guerrero, igual que todos los gobiernos estatales de Morena y que la gestión federal de López Obrador, son uno de los mayores fracasos de la historia mexicana y significan el imperio del crimen, de la ingobernabilidad y el fin la democracia.
¿Lo dudan?
Al tiempo.