Argentina, que hasta la mitad del siglo pasado era una de los países más prósperos del mundo y que hoy se debate en una crisis profunda, celebró elecciones presidenciales el pasado domingo 22 de octubre.
Las cifras espantan: algo más de 20 millones de pobres (45%), entre estos un 60% niños, inflación de los últimos 12 meses a septiembre 138,3% , en lo que va del año 103,2% y se estima que superará el 150% en el 2023. Caída del PBI más del 3%, hasta el primer semestre. La deuda externa supera los 405 mil millones de dólares y podría ser más porque se desconocen montos de “arreglos“ con China (Swaps) que se mantienen en secreto. Tampoco se pueden manejar cifras de empleo y desempleo por cuanto la mitad de la población activa está en el sector informal. Y un dólar desbocado, cuya cotización se ha multiplicado por 5.
Sergio Massa es el ministro de Economía y también es el candidato presidencial del peronismo-kirchnerismo que gobierna el país. En lo que va de la gestión ministerial de Massa –15 meses– la inflación creció más del 145%, los pobres aumentaron en algo más de 2 millones, cayó el PBI casi el 2%, ni se sabe, por lo dicho, cuánto creció la deuda externa y el dólar por las nubes, para resumir.
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Con este panorama unos 10 millones de argentinos –poco menos de la cuarta parte de los convocados a elegir– no votaron. Se quedaron en sus casas.
No se entiende.
El 36,7 % de los que concurrieron (9.646 mil) votaron por Massa, quien resultó ganador y pasa cómodo a la segunda vuelta (balotaje) fijada para el domingo 19 de noviembre. Una sorpresa, sin dudas.
Menos se entiende.
Segundo se ubicó el opositor Javier Milei (30% =7,885 mil) un economista liberal radical que se autocalifica de libertario, especie de outsider que sorprendió en los últimos 5 meses y quien disputará la presidencia con Massa. Tercera se ubicó Patricia Bullrich ( 23,8%= 6.270 mil) opositora y conservadora, con el mejor equipo y programa según la mayoría de los analistas, que contó con el apoyo del expresidente Mauricio Macri, entre otros muy destacados dirigentes políticos.
Y todo esto ¿cómo se entiende?
Una respuesta: ganó el populismo
Como es sabido, los populistas se valen de ciertas debilidades de la gente, la que para empezar le tiene miedo a la libertad. La libertad implica riesgos y esfuerzos. Son más los que prefieren que le den pescado a que los enseñen a pescar. La gente necesita tutores y eso peligrosamente en casos la lleva a sacrificar la democracia y las libertades. Creen más en lo que les prometen y les dicen. Los populistas primero le sacan un peso de encima: les aseguran que ellos no son los responsables de los males, penurias o depresiones que los aquejan. Las culpa la tiene el otro o los otros. Digamos el imperialismo yanqui, el FMI, el capital financiero, los empresarios, el patrón, o la Iglesia y por supuesto los políticos. Simultáneamente les prometen salidas milagrosas, rápidas y sin mucho esfuerzo.
Milei, manejó muchos de esos elementos. De entrada los convenció de que los males del pueblo tenían como único y gran responsable a la “ casta política”, “los políticos que le roban sus dinero”, la burocracia, todos “ñoquis ” que no “laburan” y cobran a fin de mes: el Estado explotador y vividor. Más la varita mágica: la dolarización y el fin del Banco Central y cierre de unos cuantos ministerios. De una pincelada se acababa con la inflación, el déficit fiscal y además todos iban a cobrar en dólares. Al principio la gran mayoría pensó que le canjeaban sus pesos por dólares. Y prometió mucha libertad, incluso para llevar revolver al cinto.
Milei subió como leche hervida.
Ese fue su problema; y demasiado temprano, además. Debió explicar el cómo. Entonces comenzó a tartamudear, habló de recortar subsidios, de que había que trabajar para poder cobrar lo que sea, que iba a llevar su tiempo. Prometió que en 35 años Argentina sería como EU (¡Para! ¡Para! En esa época más de la cuarta parte de los votantes, estarán muertos.)
A Milei tampoco le ayudó una indisimulada tendencia autoritaria y la soberbia. La soberbia es mala compañera.
Massa, no es menos autoritario que Milei –quizás más– ni menos soberbio, pero es muy ducho –ahora la juega de humilde– y también mucho más irresponsable y mentiroso, y sin ningún escrúpulo.
La oposición fue dividida: una constante de la que se han favorecido en el continente “los progresistas”. El equipo que asesoró a Lula, estuvo junto a Massa.
Pero más importante aún fue que Massa gastó mil millones de dólares en su campaña electoral, además abusó del poder e hizo trampas. Como ministro repartió dinero del estado a diestra y siniestra. Dio “platita” contante y sonante; dinero dulce digamos. Bonos, adelantos y aumentos a funcionarios y jubilados –18 millones dependen del Estado–, bajó impuestos, repartió bicicletas, tablets, lavarropas y heladeras. Y emitió y emitió. Pan para hoy y hambre para mañana. Pero la gente no tenía tiempo para analizarlo: tenía que ir a la cola, –la noche antes de las elecciones incluso– para invertir “la platita”, ya en el bolsillo, para comprar electrodomésticos. Massa, el hoy ministro de Economía, también les dijo que cuando sea presidente iba a hacer desaparecer la inflación. ¡Increíble!.
Pero el golpe más fuerte fue el del precio del boleto del transporte urbano. Como es sabido éste es un tema que forma opinión: de dos a cuatro y más veces por día el ciudadano se alegra o maldice, según lo que deba de pagar para ir al trabajo y para volver a su casa. Y Massa, en cada tren y en cada colectivo les aseguro a los argentinos que él mantendrá el precio subsidiado de 53 pesos (5 centavos de dólar) y que con Milei o Bullrich, –ambos dijeron que iban a sacar el subsidio–, pasaría a costar 1100 pesos (1 dólar y centavos). Muy fuerte.
Bullrich prometió seriamente sangre, sudor y lágrimas. Lógicamente salió tercera.
Qué va a pasar el próximo 19 de noviembre. Massa es el favorito, dicen. Manejando el dinero del estado como lo ha venido haciendo, continuará en ello. Y además, con dirigentes de Bullrich y otros candidatos menores divididos; como pasa siempre con los anti “progresistas”. Por si fuera poco Milei a lo largo de su campaña sumó muchos enemigos, sobre todo entre los integrantes de lo que él denunció como la “casta política”.
Va a ser difícil para Javier Milei, aunque últimamente con los argentinos no se puede asegurar nada. Son difíciles de entender en estas cosas.