El martes tres de enero leí en el periódico El País la columna titulada “Se acabó”, escrita por Belén López Peiró: “Ya está. Terminó. C’est fini. Me liberé. ¿Qué más? Después de nueve años y una denuncia. Declaraciones, pericias psicológicas, viajes de ida y vuelta a comisarías, fiscalías, tribunales de la nación. Un expediente: 500 páginas. Dos abogados. Una procuradora. Una comisión de justicia. Terapia por 15 años. ¡La mitad de mi vida! Mi familia entera partida en dos. Un pueblo encubriendo al abusador...” Su tío (esposo de la hermana de su madre) Carlos Sarlo, ex comandante de la policía, fue sentenciado el pasado diciembre a diez años de prisión por los abusos sexuales cometidos en su contra cuando ella tenía entre 13 y 17 años.
“Cada vez que me aplasta, que me niega el aire, que me niega a mí”. Belén tiene ahora 31. Denunció cuando tenía 22, como suele suceder: contra viento y marea. Me conmovió mucho el final de su columna: “Yo a partir de ahora me dedico a escribir otra cosa”. Viivir otra vida. Liberarse. Buscando más información me encontré de inmediato con los dos libros en los que narra la experiencia del abuso repetido del que fue víctima, el mandato de silencio, la vergüenza y la dificultad para vincularse emocionalmente desde ese dolor, la culpa, la decisión de denunciar y el larguísimo proceso judicial. Los leí de un tirón. “Por qué volvías cada verano” fue publicado en 2018 y “Donde no hago pie” en 2021. Si bien fueron escritos en momentos emocionales distintos, ambos son un solo libro o para decirlo de otra manera: leer al uno sin el otro sería una lectura incompleta.
Después del divorcio, su madre se sumió en una tristeza que le impedía mirar y escuchar, su padre era una presencia lejana. La historia de la soledad de una adolescente que ansiaba tener un hogar y creyó encontrarlo (o por lo menos una aproximación) cuando pasaba las vacaciones de verano con la hermana de su madre, su esposo y su hija Florencia en un pueblo llamado Santa Lucía, el lugar de origen de la madre. Su tío la llamaba “mi sobrina preferida”. El testimonio incluye en el segundo libro los años de preparación del juicio.¿Qué decir y cómo? No basta con decir la verdad, es necesario convencer a los jueces de que esa es la verdad. La palabra de la víctima será puesta en duda. Su persona, su vida, sus cariños serán llevados y traídos con argumentos en su contra
“Es indispensable –le explican– aparecer como “la buena víctima”. La hermana de su madre permanece al lado de su esposo a pesar de que se rumora que ya aceptó que sí sabía, alega que se queda junto a él para proteger a su hija. La hija lo defiende con furia y a ojos cerrados: Belén es una loca, es una ingrata. Actúa guiada por la envidia. Ellos la acogieron cuando nadie la quería. “¿Si te abusaba por qué volvías cada verano?¿por qué no hablaste antes?” La mayor parte de la familia toma partido por el “Acusado”, como comienza a llamarlo Belén a lo largo del juicio. La abuela continúa recibiéndolo en su casa. Sí, de ese tamaño la naturalización del abuso. El tan sabido: “No es para tanto”.
”Y es vacío porque cuando lo veo, acaba y se aleja, una parte de mí se va con él y yo me convierto en resto. Es que de un pijazo me rompió y usó sólo lo que necesitaba, lo que deseó, lo que quiso de mí. Y despatarrada quedó el resto, lo que no sirve y está para desechar. La obra. Mi sobra. Mi cuerpo”. Nadie se dio cuenta. Por años nadie supo o quiso saber hasta que un amigo de la madre le señaló que la manera en la que Sarlo miraba a Belén no era la manera en la que un tío mira a su sobrina. La madre cuestionó a su hija, Belén irrumpió en llanto y por fin tuvo un espacio para hablar. “Mi sobra”, escribió Belén refiriéndose a toda ella, a su entero cuerpo y a su entera persona. ?“Desde la publicación del libro, me levanto cada día con el mensaje de una mujer. Todas ellas tienen algo en común: quieren contar su historia”. El proceso de sanación incluye esa experiencia íntima que se colectiviza. “Yo también”.
Transcribo algunas preguntas que las especialistas que apoyaron a Belén le plantearon como fundamentales y que me parecen my importantes de analizar, preguntas que nos ayudan a pensar la manera paulatina en la que el abusador incestuoso se convirtió (se convierte) en indispensable en la vida de su sobrina y en su supuesto “protector” ante el resto de la familia y los habitantes del pueblo: “¿Cómo se estableció ACUSADO como el único miembro de tu familia al que podías recurrir? ¿Cómo se convirtió en el único capaz de darte afecto? ¿Qué palabras usó, qué herramientas usó de tu vida para hacerte sentir que, si te peleabas con tu mamá o te dejaba tu novio, era la persona a la que podías acudir? ¿Cómo fue sexualizando tu necesidad de afecto? ¿Qué pasaba con las figuras de cuidado? Hay un punto de quiebre en tu infancia: la separación de tus padres. ACUSADO aprovecha el quiebre para empezar la captación. ¿Cómo se configuraba, entonces, tu nueva familia? ¿Cuáles eran las nuevas costumbres?¿Cuáles fueron tus motivos concretos para no develar? ¿Cómo logró ACUSADO abusarte sin explicitar su violencia?”
?Después de nueve años agotadores, Belén logró que se hiciera justicia. ?“¿Qué tal? ¿Cómo anda mi sobrina preferida? Como en un juego, sujeta mis pies y me arroja al agua. Yo me dejo caer. Mi cuerpo golpea contra el agua y salpico”. Se sentía tan orgullosa Belén del amor de su tío. Su mirada la legitimaba. ¿Cómo aceptar que es él mismo quien la lastima, quien la humilla, que cada segundo de sentirlo a su espalda la destruye? El tío que en la alberca le enseña la mejor manera de respirar, el que está en la habitación del hospital cuando el accidente en la moto, el que pasa a Buenos Aires a buscarla para llevarla con él al pueblo. “Temor a él y a perderlo todo. Perder a mi familia. Vergüenza. Diez años sin hablar. Confusión. Era mi culpa. No era mi culpa. Quería quedarme o irme. Qué pensé la primera noche. Preguntarle al psicólogo. No angelarme. Preparando los desayunos a la mañana, después de abusarme. Tratándome como a su hija. Necesito que me vengan a buscar”. Pero nadie pensaba en ir a buscarla. Por años. Nadie.
“Los relatos de mujeres que han sufrido abuso sexual coinciden en que dos cosas les son arrebatadas con el abuso: la experiencia propia del cuerpo y la palabra”, escribe la escritora y periodista Daniela Rea en el prólogo de “Por qué volvías cada verano”. Belén recupera su palabra, la asume y la tiende como un puente hacia las niñas, adolescentes y mujeres víctimas de la más impronunciable forma de abuso: el abuso sexual incestuoso. Belén nos dice a todes: aprendamos a mirar y a escuchar. Porque allí donde supondríamos que la seguridad y la certidumbre arropan y protegen, sí, hacia adentro mismo de la familia: allí sucede.