Al final se impuso la terca realidad.
Al final, los balazos derrotaron a los abrazos que por años pregonó el presidente mexicano.
Al final, igual que sus antecesores, López Obrador ordenó acabar con los criminales, permitió que fueran “rafagueados” desde helicópteros militares y provocó un reguero de muertos; una verdadera guerra entre criminales y efectivos de las fuerzas armadas.
Jóvenes masacrados –de ambos bandos–, durante enfrentamientos que, en los hechos, marcaron el fin de la demencial y “chabacana” estratagema conocida como “abrazos, no balazos”.
De esa manera asistimos a la victoria de los balazos, al triunfo del monopolio estatal de la fuerza y la violencia, contra los infractores de la ley.
Así, al arranque del quinto año de gobierno, López Obrador debió cambiar una vez más de opinión, en medio del ridículo mundial, a pesar de que la mayoría de los masacrados para detener a Ovidio Guzmán fueron jóvenes; del bando criminal y de las fuerzas castrenses.
Pero el asunto es peor si recordamos que, incluso, un niño inocente se debate entre la vida y la muerte, en Sinaloa, luego de ser alcanzado por una bala perdida en el operativo para capturar al jefe del Cártel de Sinaloa.
Y es que, al final, el mandatario mexicano debió ordenar todo aquello que dijo repudiar en la lucha contra el crimen, cuando recorría el país como candidato y luego ya convertido en el presidente.
Es decir, que López Obrador se vio obligado a ordenar la captura, al costo que fuera, de los jefes de la banda criminal que escapó del Cereso 3 de Ciudad Juárez –en medio de una masacre más–, pero sobre todo, ordenó la captura del intocable Ovidio Guzmán.
Lo peor del caso, sin embargo, es que AMLO debió cambiar de opinión no por convicción y tampoco por el fracaso de su fallida estrategia.
No, lo cierto que cambió de opinión a causa de la presión del presidente norteamericano, Joe Biden, quien en los previos a la Cumbre de América del Norte exigió pruebas de la lealtad de López Obrador frente a la lucha contra el narcotráfico; uno de los mayores flagelos de la sociedad norteamericana.
Y frente a la presión de los socios comerciales de México en el TMEC, López Obrador debió olvidar su coqueteo populista con las bandas criminales a las que hoy está obligado a combatir.
Vale recordar, por si lo han olvidado, que desde febrero de 2017 el entonces candidato presidencial, López Obrador, se empeñó en aparecer como un “moderno mesías” que condenaba el uso de la fuerza pública contra las bandas criminales.
De esa manera, luego del operativo que terminó con la vida de Juan Francisco Patrón, alias “El H2”, líder del Cártel de Los Beltrán Leyva –el 9 febrero de 2017 en Nayarit–, López Obrador inventó una historia que estremeció a no pocos incautos luego de que fueron abatidos 14 integrantes del citado grupo criminal.
Dijo que el gobierno de Peña Nieto había ordenado la masacre de jóvenes y niños y que su gobierno respetaría la vida de todos los mexicanos, sin importar si eran o no integrantes de las bandas criminales.
Así cuestionamos el mesianismo de AMLO, en el Itinerario Político del 16 de febrero de ese 2017, titulado: “¿Financia ‘el narco’ a Morena?”.
“Viene a cuento el ejercicio memorioso, porque el pasado fin de semana, durante su campaña presidencial ilegal por Nayarit, el tabasqueño calificó como “una masacre” el enfrentamiento acontecido el pasado jueves (9 de febrero de 2017) en Tepic, donde un operativo de las Fuerzas Armadas consiguió abatir a 14 integrantes del cártel de los Beltrán Leyva, entre los que se encontraba Juan Francisco Patrón –alias ‘El H2’–, líder del grupo delincuencial.
“López Obrador acusó a las Fuerzas Armadas de ‘ajusticiar’ a los delincuentes en lugar de detenerlos. Además, dijo que ‘la mayoría de las víctimas’ eran jóvenes a los que ‘la política neoliberal les canceló el futuro y los empujó a tomar el camino de conductas antisociales’.
“El ilegal candidato presidencial no perdió la oportunidad de transformar su defensa de los delincuentes en un acto de campaña anticipada. Prometió que cuando triunfe Morena ‘se acabará la guerra’. Y afirmó que, en lugar de ‘enfrentar la violencia con violencia’, se apoyará a los jóvenes, se impulsará el campo y habrá trabajo para todos.
“Es decir, AMLO pregona un populismo al mejor estilo Trump, con idénticos recursos discursivos de Chávez y Maduro en Venezuela, de Evo Morales en Bolivia y con un rancio tufo del viejo PRI. Sí, según AMLO, por decreto y por un deseo divino, los males sociales como la violencia y el crimen se transformarán en bondades y ¡todos a vivir en el reino del amor!
“Pero más allá del populismo discursivo, lo cierto es que aparecen puntos convergentes entre los afanes de AMLO por imponer a Los Abarca en Iguala y la defensa del crimen organizado en Tepic. ¿Por qué razón, López Obrador aparece como defensor del crimen organizado que campea en Nayarit?
“¿Por qué razón López Obrador inventa mentiras monstruosas sobre la supuesta muerte de niños o jóvenes por parte de las fuerzas federales? ¿Por qué el cuento de que los criminales fueron ejecutados, antes que pedirles permiso y perdón para ser detenidos, a pesar de que recibieron a balazos a los marinos?
“La respuesta podría tener una explicación en los reportes de la prensa local y en testimonios de periodistas regionales que, en redes y en portales, han documentado la abundancia de dinero en la campaña de Morena; la repentina aparición de modernas y costosas camionetas al servicio de Morena, que recorren pueblos y rancherías regalando todo tipo de despensas y enseres.
“Es decir, que de la nada apareció en todo Nayarit un naciente partido que tiene una costosa estructura capaz de movilizar todos los recursos necesarios para ganar votos y que se llama Morena. ¿Quién, en un estado dominado por el narcotráfico, financia a ese partido? ¿Por qué la defensa incondicional de AMLO? Al Tiempo”. (Fin de la cita)
¿Les quedó claro el doble discurso?
En efecto, cinco años después de la defensa a ultranza de las bandas criminales por parte de López Obrador, el hoy presidente no sólo desecha a cárteles como el de Sinaloa, que financiaron a Morena, sino que los persigue y trata a sus líderes peor que los gobiernos de Calderón y Peña.
En efecto, la estrategia de “abrazos, no balazos”, también fue una estratagema político electoral.
Al tiempo.