Ya todo está en marcha. Todo aquello que tiene que ver con las elecciones que se llevarán a cabo el 5 de junio de 2023. El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) tiene todo dispuesto y la maquinaria echada a andar con toda la fuerza del Estado. Está en el gobierno y, como antes se hacía, hoy aprovecha toda su fuerza y su poder y lo hace.
Su ímpetu triunfador le lleva a mostrar músculo en todo momento y da por hecho que ganará la presidencia del país para esa fecha. Al momento, en términos generales, podría ser.
De hecho han estado en campaña desde el primer día de diciembre de 2018 y han gastado recursos públicos y tiempo de gobierno para ello. Gobernar pasó a segundo plano hace tiempo: lo de entonces y ahora es preservarse en la presidencia del país para –dicen– consolidar en gran proyecto de la Cuarta Transformación (4T).
Y sin embargo ya se sabe, eso de la política y la voluntad presidencial y la voluntad popular son imprevisibles. Y ya se sabe, por dicho popular, que “del plato a la boca, a veces se cae la sopa”. Por tanto, el gran problema para Morena hacia 2024 está en sus propias entrañas…
En las luchas internas por el poder, en las confrontaciones que como remolino bajo del agua aparentemente en calma estén produciendo lo que puede ser la repetición de la historia del Partido de la Revolución Democrática que fue engullido por sus tribus y sus confrontaciones hasta dejarlo en estos huesos que ahí se ven.
Y esto es así por lo que ya se ve. La lucha entre los grupos que apoyan a uno u otro aspirante a candidato presidencial; todo estimulado desde Palacio Nacional, porque hace ya tiempo decidió dar a conocer los nombres de quienes podrían ser ese candidato por Morena y sus aliados para la contienda del año siguiente.
Y con esto al mismo tiempo estimuló esas confrontaciones, esos golpes bajos, esas miradas sesgadas y afrentas disimuladas por sonrisas de solidaridad y unidad de partido. Pero cada uno de ellos quiere anular a su adversario: Claudia Sheinbaum –que se supone la preferida del gran elector–; Marcelo Ebrard Casaubón; Adán Augusto López y, como que sí-como que no, Ricardo Monreal el malquerido pero la piedra en el zapato de esta lucha interna.
Mientras son peras o son manzanas, el proceso electoral para Morena está en marcha, aunque claramente anticipado y rompiendo las reglas y tiempos establecidos por la ley.
Al final de cuentas el canibalismo dentro de Morena podría debilitar esa fortaleza que hoy presume y darle otro sentido y otro nivel de fuerza a este Movimiento que, como sabemos, al final de cuentas no las tiene todas consigo, como ya se ha visto en elecciones recientes en las que ha perdido fortaleza legislativa y regional…
Morena tiene miedo a que su nivel de aceptación se reduzca al mínimo en las próximas elecciones. Palacio Nacional lo sabe y hace todo para que la parte institucional le sea favorable, de ahí querer debilitar a mínimos al Instituto Nacional Electoral para poder manipular lo electoral en su favor, lo mismo que los tribunales de lo electoral y los institutos regionales electorales… Y tanto más…
Y ahí radica una fuerza política que se conoce y no se sabe cómo vencer: la de la gente de a pie que no está contenta con el gobierno actual, aun la gente de izquierda que no encuentra a una izquierda en el gobierno de la 4T. Es gente que desde todo el país reciente las decisiones del actual gobierno federal y las de los gobernadores morenistas obedientes y genuflexos.
Y uno esperaría que el punto de equilibrio estuviera en los partidos de oposición. Una democracia es fuerte cuando el gobierno está ahí por la vía democrática y actúa en forma democrática en todo momento; y que la oposición es fuerte y genera reflexión y propone las opciones de solución a conflictos de gobierno y la falta de confianza en ese gobierno.
Pero no. No hay en México una oposición fuerte, fortalecida, con carácter, con ideas, con estrategias, con propuestas de gobierno como opción viable o lejana. Ninguno de los tres partidos que se dicen de oposición lo son en realidad.
Son entelequias que luchan por su subsistencia y que se presumen triunfantes porque aún tiene registro electoral oficial, pero que en la realidad no corresponden a la interlocución que se supone entre partidos y ciudadanos con distintos puntos de vista respecto de cómo gobernar y para qué.
Ni el Partido Revolucionario Institucional (con un líder cuyos vaivenes han destruido lo poco que quedaba de este partido); ni el Partido Acción Nacional y mucho menos el Partido de la Revolución Democrática, no han podido construir ni por separado, ni en su aspiración de unidad, esa oposición fuerte, vigorosa, inteligente, propositiva y atrayente del elector: no.
Esa oposición duerme el sueño de las manzanas. Duerme en sí misma. Sueña. Aspira. Se une-se confronta-se dilata… Pero nunca aporta certezas ni opciones ni soluciones. Ni fortaleza alguna. Son ellos, llenos de sí mismos.
Y mientras esto sea así, la descomposición política de México está a la vista. Y lo único que queda es esa oposición no institucionalizada pero real, cierta, candente: la de la gente de a pie que quiere participar, que va a participar y que quiere cambiar las cosas: para que las cosas cambien.
Ahí está ese punto de equilibrio. Ahí está el factor real y al que Morena tiene miedo…
¿Y la oposición institucionalizada? Pues ahí está… y ahí seguirá, Ni para bien ni para mal. Simplemente…: ahí está.