Uno de mis autores favoritos es Eduardo Galeano, quien rescata en su libro Memoria del Fuego I, Los Nacimientos, un proverbio africano que los esclavos trajeron a las Américas: “La hierba seca incendiará la hierba húmeda”. Retrata el momento que vive el sindicalismo en México, el viejo y el nuevo.
Sectores patronales, y hasta dirigentes sindicales, ven con asombro cómo el nuevo modelo que obliga a que participen los trabajadores en las decisiones fundamentales de las relaciones laborales no es generador de crisis.
Por el contrario, su participación, mediante el voto secreto, es generadora de soluciones, al unir puentes de comunicación y confianza, antes rotos.
Charles Baudelaire, poeta francés y autor inquietante, enfatizó en su momento:
“…la inteligencia tiende puentes sobre el vacío para ligar, para unir incluso a los contrarios; verdaderos saltos mortales sobre la ausencia de sentido de la realidad, que, si bien nos da existencia, nos desintegra, nos disgrega, nos dispersa en la locura del mundo”.
Tomar en consideración a los trabajadores como elemento central en las relaciones laborales, empotradas en las líneas de producción, está causando una revolución en México, nunca antes vista.
Obreros que se convierten en soñadores permanentes, suspirando por un mundo mejor, o trabajadoras que van despostillando su vida de opresión; ellas tejen, unen cada uno de los eslabones que otros han roto intencionalmente para hacerlas invisibles y ahora, en estos atisbos de libertad sindical, buscan revertir esa condición de desigualdad.
El mundo laboral empieza a ser un yo viviente, un: “aquí estoy”, al resurgir de las entrañas la presencia de los trabajadores ante jefes incrédulos de ropa brillosa que miran con asombro la mejora de las relaciones laborales.
Todos aceptan, tanto tirios como troyanos, o los que se disfrazan de ellos, que este mundo de relaciones de trabajo se encuentra en una tensión distinta con nuevos retos que obligan a mejorar las capacidades de relación y comunicación, a los dirigentes sindicales y a los jefes laborales.
Hasta los noveles jueces del trabajo descubren la complejidad del derecho laboral, que es distinto al que imaginaban, más técnico, sustentado en su mayoría en jurisprudencia, con historia y sentido social.
Jueces que miran con asombro las manifestaciones de los obreros, sus reclamos sin ambages en defensa de sus derechos colectivos, bilateralidad y huelga plasmados en el apartado A del artículo 123 Constitucional, como las llevadas a cabo el pasado mes de diciembre por los integrantes del Sindicato Independiente de Trabajadores de la Universidad Autónoma Metropolitana (SITUAM).
Negociaciones colectivas como las que se viven en estos días en la Universidad Autónoma Metropolitana, en esa Casa Abierta al Tiempo, con transmisiones en vivo de cada una de las conversaciones que se llevan a cabo. Donde no hay secretos sino absoluta transparencia. Incluso con la presencia libre, en todo momento, de trabajadores, como testigos en las negociaciones.
No sólo eso, gritos, consignas, reclamos verbales, cartulinas y mantas pegadas expresando inconformidades en plena negociación.
Personajes soñadores que, como decía Robert Musil:
“…caminan por el mundo y miran hacer a las gentes que se sienten en él. Y llevan en ellos una cosa que esas gentes no pueden adivinar, una caída a cada instante y a través de todo hacía el abismo. Sin perecer. El estado de la creación”.
Hay centros de trabajo donde ya se han acordado mejoras salariales y contractuales condicionadas a la aceptación obrera mediante el voto personal, libre, directo y secreto. Los jefes y líderes sindicales salen de sus escondites y aceleran la cercanía con los suyos para explicarles los detalles y bondades del convenio para obtener su beneplácito.
Miran de manera diferente a los personajes del mundo laboral que siempre se han considerado “de abajo”. Me dice una ellas: “Ahora hasta los jefes vienen a nuestro lugar de trabajo. ¡Qué raro, antes ni nos saludaban! Ahora nos hablan, nos explican las razones del convenio, queda el recuerdo de la imposición”.
Esta escena, el hecho de que los obreros se sientan presentes, tomados en cuenta, me recuerda al escritor García Ponce, que escribía a propósito de la existencia del ser:
“…es hacer vivir la libertad como realización del deseo, es mantener viva la tensión de ese deseo al que la vida mata. Lo imposible es hablar sin que la realidad se desmorone corroída por esa aparición”.
Todo esto se suma al anuncio de las autoridades del trabajo que afirman que no son 550 mil contratos colectivos, sino 139 mil los que definen las relaciones laborales. Y, de estos, se prevé que 20 mil sean avalados mediante el voto secreto de los trabajadores. Una expectativa que descubre los retos de una reforma que no se aplicaría en el 85% del mundo laboral formal.
La absoluta mayoría sin contratos colectivos existentes, sin protección sindical, expuesta a la imposición de los patrones que rehúyen una relación de equilibrio laboral. Sin embargo, esos sectores patronales no se percatan de que la reforma será un remolino que cambiará las relaciones de explotación por unas más equilibradas, que mejoren tanto las condiciones de los trabajadores como de sus empleadores.
Mientras tanto, cientos de miles de obreros en la informalidad miran aquel mundo laboral tan lejano para ellos, como las trabajadoras del hogar, los jornaleros del campo, los trabajadores de las plataformas digitales, los del comercio informal y otros más que quieren, que luchan por dejar de ser fantasmas y ser protegidos por la reforma laboral, aún inalcanzable para ellos.
Es como escribía Ernesto Kavi en su libro La Luz impronunciable: “…bajo el sol es el mismo para todos, una sola fortuna”, pero no la justicia.