Ante la incertidumbre que típicamente acompaña a los procesos electorales en torno a quién resultará ganador de qué elección, suelen hacerse pronósticos que buscan anticipar los resultados, asumiendo que lo esperable es bien lo ocurrido, bien lo mostrado por encuestas. Pero, ¿es viable hacer presagios que sean correctos con años, meses de anticipación a un evento electoral? Diríamos que es al menos difícil, pues las variables involucradas son múltiples, cada una sujeta a condiciones propias de incertidumbre, y los sucesos que pueden preverse no serán seguramente todos, ni siquiera los más relevantes, que se presentarán en el panorama nacional antes de los comicios.
Pronosticar el futuro
¿Cuántos pudieron anticipar el crecimiento del respaldo por Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 a año y medio de distancia? ¿Quién anticipó menos de un año antes de la elección de 2000 la victoria de Vicente Fox? ¿Cuántos creían que Felipe Calderón iba a remontar su desventaja en la elección de 2006? Está bien: el liderato de Enrique Peña Nieto en 2012 y de Andrés Manuel López Obrador en 2018 se confirmó en las urnas. Mas ello podría pensarse como una excepción a la regla, siendo muy cuestionable que pueda saberse cuándo repartos anticipados se confirmarán y cuándo se modificarán. Cabría recordar las contundentes derrotas de las oposiciones previstas meses antes de los comicios locales en 2016 y nuevamente en 2022 o la inviabilidad de conocer antes de tiempo el reparto de sillas estatales que se daría en 2021.
Condiciones de Competencia
Es difícil asumir que tendencias actuales que pudieran reflejar las encuestas o cualquier mecanismo de previsión se confirmará con seguridad. El camino de aquí a junio de 2024 está lleno de baches: quién sabe qué situación exista en la economía nacional, quién sabe cómo haya variado la situación en materia de seguridad, quién sabe qué escándalos de corrupción hayan estallado y qué impacto pudieran tener en las preferencias ciudadanas. Vaya: ni siquiera es posible anticipar cuáles serán las reglas electorales con las que se competirá, ni el balance de fuerzas en el máximo órgano de la autoridad administrativa electoral nacional, tampoco quiénes alcanzarán realmente las candidaturas por los principales contendientes ni si se darán rupturas o por el contrario será viable acoger en otros espacios a contendientes que no sean favorecidos y con ello impedir que se disgreguen los aspirantes y sus seguidores.
Lo que nos muestra toda posible aproximación al estado actual de preferencias e intenciones del electorado es solamente eso: su actual situación, un reparto a más de un año de distancia de lo que sin duda será una contienda muy reñida, con multitud de pistas de combate y con eventos que podrán algunos, los más, ser anecdóticos, con otros que podrán incidir significativamente en los repartos. No hay que olvidar que cada vuelta por la Presidencia de la República ha conllevado virajes de más de quince puntos. Súmenle quince al ganador previo y su triunfo sería contundente y su hegemonía se consolidaría. Réstenle quince puntos y su victoria estaría en entredicho. Habrá que esperar, observar atentos y tener la debida paciencia.