Se puede pensar que el siglo XXI comienza con una única voz que anuló a otras. Esta es la voz del capitalismo triunfante que para mayor comodidad llamamos neoliberalismo. Elemento que por obvio que parezca no pocos críticos tienden a omitirlo. Esta emanación del capitalismo superior forma parte de aquello que denominamos “episteme moderna”, esto es, la constitución de una Weltanschauung (visión de mundo) que postula el advenimiento de un sujeto racional basado en las leyes del mercado. Así como la creencia en la capacidad del Estado –un Estado hecho a su medida– para moldear racional y científicamente a la sociedad. Episteme cuyo motor fue la Revolución francesa, y su marca cultural y filosófica la Ilustración. En función de una definición estricta de episteme, el neoliberalismo actúa como un marco conceptual que determina la praxis social de millones de hombres y mujeres. Los “argumentos previos a su triunfo” –glosando a A. O. Hirschman– se venían construyendo, al menos, en América Latina, en la retórica instrumental presente en gran parte de las teorías del desarrollo y, particularmente en el estructuralismo cepalino, las cuales comparten la creencia de que es posible “planificar” el desarrollo económico y el cambio social. No afirmamos que éste sea la otra cara del neoliberalismo, lo que afirmamos es que el desarrollismo prepara el camino conceptual para el advenimiento del neoliberalismo como Weltanschauung dominante.
En lo que respecta a América Latina, se tiende a pensar en que el mencionado estructuralismo cepalino –o el “desarrollo estabilizador” mexicano– iría a contrapelo de las políticas neoliberales que se imponen en América Latina a partir de los años setenta. Incluso, se podría arriesgar la hipótesis que el golpe de Estado en Chile de 1973 fue, en cierta medida, la radicalización en la implementación de esa en la forma de instalar las políticas públicas bajo el sesgo de un principio incuestionable de la razón instrumental. Racionalidad y capitalismo triunfante emanado con la Guerra Fría. Sin embargo, la dialéctica entre eficacia y eficiencia no surge con el neoliberalismo, siquiera con el desarrollismo. Es una narrativa de larga data que se instala en nuestro continente a muy temprana edad con el liberalismo decimonónico y su fe en el libre mercado como “vía para el progreso” (ejemplar resulta ser en este contexto el gabinete de los “científicos” del presidente Porfirio Díaz).
Por consiguiente, si hay un fantasma que recorre a América Latina es el fantasma de la racionalidad transformadora. Muchos nombres se han acuñado para definir una misma forma (o idea o figura): liberalismo, positivismo, fascismos, socialismo, desarrollismo, neoliberalismo. América Latina no ha logrado jamás sacarse desde sus independencias el prurito positivista en el sentido de la fe mesiánica en el progreso. La historia del continente podría ser perfectamente asumida como una tensión dialéctica entre el futuro como revelación y justicia o el futuro como hecatombe y desaparición. El lenguaje otrora religioso ha cambiado por galimatías técnicas que no esconderían otra cosa que la necesidad de controlar los acontecimientos en pos de un futuro que –retrasos más o menos– llegará. Por ejemplo, el neoliberalismo en México resultó ser un punto de inflexión histórico y este ha devenido en un período el cual pudiera llamarse de “transición”, una etapa que estaría al mismo nivel que la Revolución o el Cardenismo dado los trascendentales cambios sociales, económicos y culturales que busca implantar: fin de la sociedad rentista, mercado libre como asignador de recursos, posesión y administración de la tierra, apología al emprendedor como sujeto de la historia. Por lo mismo, en términos simbólicos, el NL debiera ser leído como un punto de inflexión en la crisis del México contemporáneo. Según esta narrativa neoliberal y de aquellos que la construyen, “el liberalismo social” –como lo definía Salinas de Gortari– actuaría como caballo de batalla contra las bases sociales y políticas que se establecieron desde la Revolución.
¿Al día de hoy, entonces, cuál es el balance de la época neoliberal en México? Mírese alrededor y se encontrarán por todas partes incontables pruebas de su rotunda victoria y, a la vez, de su rotundo fracaso. En esta mirada se comprenderá que la cruzada neoliberal en México cumplió cabalmente con sus objetivos y, a la vez, quebrantó casi todas sus promesas (como utopía prometía el progreso, el desarrollo económico y la modernidad). Lo más indiscutible de sus victorias es negativa: el neoliberalismo destruyó deliberadamente –y más allá de toda posibilidad de reparación– estructuras, corporaciones y arreglos del México postrevolucionario. Con similar potencia reacomodó las piezas económicas del país y construyó las instancias y avenidas por las cuales hoy circula la vida pública y privada de las mexicanas y los mexicanos. Acaso esa sea su mayor conquista: haberse confundido con la forma misma del país.
Lejos de ser una mera política de Estado, precisa y reversible, el neoliberalismo se encuentra inserto hoy en lo más profundo de nuestras cotidianidades. El balance es paradójico, su implantación conlleva la esquizofrénica convivencia de multimillonarias inversiones, centros comerciales y acceso al consumo masivo con desempleo, precariedad y pobreza. Independientemente de lo que piensan ciertos autores críticos que postulan el carácter poco preciso de la categoría neoliberalismo, en el común de la gente sí existe, sí hay claridad de que el neoliberalismo existe y tiene presencia; quizá fantasmagórica (Mark Fisher hablaba de zombi), pero presencia, al fin y al cabo. Tal como aconteciera en el estallido social de Chile en 2019, gran parte de la masa movilizada responsabilizaba de su situación social…al neoliberalismo. Es decir, en la praxis de los habitantes vital y social del país suramericano, el neoliberalismo tiene concreción práctica y política, mas no necesariamente académica. Por lo mismo, en México, en Chile y otros países el neoliberalismo ha constituido una fuente de continuos (malos) entendidos en sus impactos socioculturales, en el sentido que es más llevadero hablar en su dimensión fáctica (pobreza, bajo crecimiento, desempleo, violencia, migración, desigualdad, etc.), antes que en sus marcos semánticos o conceptuales internalizados (emprendimiento, esfuerzo personal, individualismo, etc.). Es irónico que pese a su ambigüedad la sociedad acuda a lo neoliberal como elemento comprensivo.
¿Cómo resolver y comprender esa paradoja? Proponemos lo siguiente: el neoliberalismo no podrá ser aprehendido nunca en la medida que no sea puesto bajo el prisma mayor de ser “la etapa superior” del capitalismo avanzado, que es quien nutre a la episteme moderna. El neoliberalismo no sólo es una forma contemporánea de mercantilismo; ante todo, si se desea, es la expresión patente de una nueva modalidad de totalitarismo: supremacía absoluta de las leyes del mercado, estigmatización de toda narrativa social que no comulgue con el denominado “pensamiento único”. Por ello, desde que aparece en el horizonte de nuestras discusiones en 1938 (Coloquio Lippmann), nadie de los neoliberales –paradojas de la historia– se autodenomina neoliberal, al menos en el sentido que utilizamos hoy: naturalización de la sociedad mercantil, apología al pensamiento único, eficiencia como norma, emprendimiento sobre cualquier política de protección social.
En síntesis, cuando nos preguntamos ¿cuáles serían esos principios que permitirían tener una visión global del fenómeno capitalista neoliberal? La respuesta primera, es los principios que han empujado a Occidente desde la Ilustración en adelante. En este período se constituyen las matrices (culturales, epistémicas, ideológicas, no necesariamente civilizatorias) que detentamos hasta el día de hoy. El neoliberalismo antes que todo, es una “nueva racionalidad”; y que, en consecuencia, tiende a estructurar y a organizar, no sólo la acción de los gobernantes, sino también la conducta de los propios gobernados. La racionalidad neoliberal tiene como característica principal la generalización de la competencia corno norma de conducta y de la empresa como modelo de subjetivación. El término «racionalidad» no se emplea aquí como un eufemismo que permite evitar pronunciar la palabra “capitalismo”. El neoliberalismo es la razón del capitalismo contemporáneo: el señor Hyde y doctor Jekyll, respectivamente. Un capitalismo sin el lastre de sus referencias arcaizantes y plenamente asumido como construcción histórica y norma general de la vida. En definitiva, se le puede definir como el conjunto de discursos, prácticas, dispositivos que determinan un nuevo modo de (auto) gobierno de la sociedad, hombres y mujeres según el principio universal de la competencia individual.
* Valentín Palomé Délano
Licenciado en Lingüística y Literatura. Maestro en Literatura. Universidad de Chile. Doctor en Estudios del Desarrollo. Perspectivas Latinoamericanas. Primera generación. Instituto de Investigaciones Dr. José Luis Mora.