Cuando Florence Nightingale, considerada fundadora de la enfermería moderna, hablaba de la estadística, campo en el que también realizó importantes aportaciones, la describía como una ciencia esencial para toda administración u organización basada en la experiencia, pues brinda resultados a partir de esta última.
A esta gran mujer se le atribuye el cálculo de muertes prevenibles entre militares de guerra, técnica que permitió demostrar que todo acontecimiento humano puede analizarse a través de los datos, y contribuir a mejorar las prácticas de la salud.
Desde sus orígenes, la estadística ha sido instrumento estratégico de las instituciones estatales para el diseño de políticas y la toma de decisiones públicas, primero, para conocer las necesidades de la gente; y, después, para definir la manera en que éstas se atenderán, para lo cual es primordial que lo reportado sea confiable y oportuno.
Gracias a esta rama del conocimiento podemos tener mediciones específicas y cualitativas sobre las características de distintos grupos poblacionales y sus problemáticas, pues nos permiten comparar, evaluar y comprender comportamientos e interrelaciones.
Es el caso de las cifras con perspectiva de género, en particular, las dirigidas a temáticas de interés femenino, con una visión interseccional, que reflejen nuestras diferencias, y detecten situaciones de exclusión, para poder combatirlas.
La información con estos enfoques es fundamental para cumplir con la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible; pues erradicar los actos de discriminación estructurales que enfrentamos son claves para el progreso social.
A pesar de lo anterior, según lo señalado en 2013 por la Secretaría General de la ONU, aún vigente en 2018, solo el 13% de los países en el mundo destinaban presupuesto para producir indicadores de género, un 15% contaba con legislación para el levantamiento de encuestas especializadas en ese sentido, y un 41% emitía informes sobre la violencia que experimentamos.
En México, a partir de su creación, el 25 de enero de 1983, el ahora Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), llamado así desde 2008 cuando obtuvo su autonomía constitucional, se ha encargado de describir a nuestro territorio, recursos y economía, y a contabilizar cuántas personas somos.
Su labor ha fortalecido la generación de insumos que distinguen las desigualdades que vivimos las mexicanas, y que ayudan a construir entornos de mayor inclusión y equidad.
Un ejemplo de ello es el establecimiento del Centro Global de Excelencia en Estadísticas de Género en 2018, por ONU Mujeres y el INEGI, que promueve el uso y análisis de modelos numéricos que nos representen a nosotras, y que sean fiables y comparables internacionalmente.
Tal como se establece en la Estrategia de Montevideo para implementar la Agenda Regional de Género, es posible “transformar datos en información, información en conocimiento y conocimiento en decisión política”, y en especial, las estadísticas claman igualdad, y una forma de mostrarlo es hacer visible lo invisible para cambiarlo.