Al tomar su asiento en la amplia mesa que el martes dio marco en Palacio Nacional a la reunión bilateral México-Estados Unidos, el presidente Joe Biden puso al alcance de su mano dos diferentes juegos de tarjetas para el momento de tomar la palabra: aquellas que se apegaban a los acuerdos tejidos en los meses previos entre ambos gobiernos para avanzar en la integración de la zona norteamericana…, y las que necesitaría si su anfitrión y contraparte, Andrés Manuel López Obrador, incurría en un desliz. Y desde el primer momento supo que las cosas irían mal.
El protocolo de estas y muchas reuniones de alto nivel establece que, una vez sentados los protagonistas, periodistas ingresan al recinto breves instantes para capturar imágenes y registrar al vuelo algún detalle. Luego son amablemente desalojados. No fue así esta vez: con los medios en la sala, López Obrador comenzó a leer su discurso sobre una alianza en América bajo el espíritu de John Kennedy (1961) y el sueño de Bolívar de una patria grande, “reina de las naciones y madre de las repúblicas”. Biden leyó las tarjetas con las que atajó el tema con palabras directas, casi duras.
Antes de nacer, entraba a las sombras de la atención pública la que ahora se conoce como “Declaración de Norteamérica”, impulsada por Estados Unidos y Canadá, que propone por vez primera un trato de iguales a México, le ofrece estar en el corazón de decisiones estratégicas para un nuevo diseño de la economía mundial. Un ejemplo que figura en el documento final es que los grandes fabricantes de semiconductores hoy asentados en Asia sean atraídos a la zona fronteriza, lo que es el germen del llamado “Plan Sonora”, el cual ha tomado años diseñar y ya está en la mesa, pero puede naufragar en las manos de la 4T o, peor, del gobernador sonorense Alfonso Durazo.
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De acuerdo con fuentes de la embajada de Estados Unidos y testigos cercanos a la cumbre, López Obrador exhibió durante la misma una serie de obsesiones en dos vertientes. La primera, calificada de “provinciana”, estuvo anclada en la búsqueda del mercado doméstico, al que siguió dirigiéndose hasta el término de la cumbre, con la conferencia de prensa que encabezó con el propio Biden y con el premier canadiense, Justin Trudeau.
El protocolo diseñado para ese evento en particular marcaba que cada mandatario atendería brevemente preguntas, acaso incluso una sola. Y todo debía terminar en 30 minutos. López Obrador decidió capturar el micrófono por más de 40 minutos. El equipo de Biden, de 80 años, entró en alerta por los riesgos de que estuviera de pie más de una hora.
La segunda obsesión del Presidente, que distinguieron los observadores de primera mano, se orienta a ser el “paladín” de América Latina, justo en los momentos en que su influencia real comienza a ser desplazada desde varias naciones, incluso con gobiernos progresistas, como Chile, Argentina o Colombia -ni caso tendría mencionar a Perú-, que se acercan ahora al brasileño Luis Ignacio “Lula” da Silva, más moderno, menos mercurial y con nexos experimentados en Estados Unidos. Al mandatario mexicano se le observa velando cada vez más por los regímenes autoritarios de Venezuela, Cuba o Nicaragua. Si el sueño bolivariano se concreta alguna vez, no será en el tiempo de López Obrador, ni éste oficiará de partero.
De acuerdo con comentarios de las fuentes consultadas, López Obrador incurrió en una contradicción delicada a los ojos del país vecino, pues pretende fungir como interlocutor de la región latinoamericana, pero en junio de 2022 saboteó la IX Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles, California.
Un aspecto de la cumbre concluida ayer que generó fricciones en múltiples momentos fue el desplazamiento operativo de la diplomacia profesional. En etapas clave de las reuniones, el equipo del canciller Marcelo Ebrard fue recluido a una oficina en Palacio Nacional. La directora de Protocolo, Susana Peón de Iruegas, sólo apareció durante la inopinada llegada de Biden al aeropuerto “Felipe Ángeles”, y luego fue marginada.
En ese contexto, con novatos de Palacio a cargo de la cumbre de mayor relieve que tendrá López Obrador en su sexenio, las anécdotas se multiplicaron: Trudeau olvidado en su hotel frente al cerco policial que cuidaba a Biden. La esposa de éste sin saber dónde colocarse para la foto oficial de los matrimonios, al grado de que pisó la tarjeta con su nombre que había sido colocada en el piso, y deambuló con ella adherida a su calzado mientras no atinaba a quién encomendar su bolso de mano para no aparecer con ella en la sesión fotográfica. Para rematar con López Obrador autodesignado elevadorista de un bello pero vetusto ascensor en Palacio, al que introdujo a las tres parejas mientras Trudeau alcanzaba a decir: “Esto será la pesadilla de nuestros cuerpos de seguridad”.
Dos contrastes pertinentes: frente a la disparidad de las personalidades de Biden y López Obrador, sus esposas parecieron congeniar. Jill Biden, de 71 años, y Beatriz Gutiérrez, de 53, tienen carrera propia en la academia, ambas con posgrados. El segundo: La concurrencia de Biden y López Obrador a bordo de “La Bestia” no debió resultar controvertida; ya en el gobierno de Vicente Fox él se trasladó en el mismo vehículo durante la visita del entonces presidente norteamericano George W. Bush, en marzo de 2006.
Lo que sí marcará un mal precedente es que el Presidente haya acudido personalmente al aeropuerto, pues el protocolo marca que esto sólo debe ocurrir en visitas de estado, lo que no fue el caso. Biden y Trudeau vinieron a una reunión de trabajo.
Tomó usted nota de que el gobierno AMLO se esforzó por dejar fuera de la luz pública el tema de la seguridad, pero Washington no dejará de hacer crecer el reclamo de combatir aquí a las bandas del crimen organizado, en particular a las que exportan a la Unión Americana fentanilo, que ha matado allá a más de 100 mil personas.
Versiones extraoficiales indican que Biden le explicó en privado a López Obrador que entre las víctimas del fentanilo se cuentan parientes directos de senadores de ambos partidos, con rango importante en el Capitolio, quienes han enviado airadas cartas a la Casa Blanca para frenar ese tráfico.