La exageración en el discurso político es cosa de todos los días. Su uso es tan frecuente que ya a nadie sorprende. Ejemplos sobran. Pero cuando se trata de atacar a los adversarios, de victimizarse o de subrayar los logros de los líderes, entonces el engaño o el exceso de adjetivos hacen que los argumentos pierdan fuerza y se afecte la confianza o la credibilidad en quienes no calcularon las consecuencias de sus mensajes.
Exagerar no siempre es malo. De hecho, se trata de uno de los muchos recursos que la retórica pone a nuestra disposición y, de manera específica, las llamadas figuras retóricas. Diseñadas en su origen como una herramienta de la literatura, encontraron en la comunicación política un nicho invaluable en el que se apoyan todas y todos quienes se dedican en forma profesional a escribir para los personajes públicos.
La retórica ha estado presente en el discurso y en la praxis social desde hace más de dos mil años. Su capacidad de adaptación a diferentes culturas y momentos históricos es impresionante. No obstante, la evolución que ha registrado desde el siglo pasado se le atribuye al desarrollo vertiginoso de los medios de comunicación masiva y ahora a las plataformas digitales. Lo cierto es que los mensajes de hoy casi nunca están exentos de sus invaluables recursos, independiente de que se conozcan o no las nuevas técnicas que nos ha aportado.
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La figura retórica de la exageración es conocida como hipérbole. Su punto de partida es lo que es o se percibe como verdadero. En cualquier caso, la magnificación o minimización de las características de lo que sucede con personas, hechos, logros, avances, estadísticas, acusaciones, circunstancias o premisas manejadas en un debate deberían establecer algunos límites para evitar que los resultados sean contraproducentes.
Sin embargo, ¿cuáles son los límites de lo razonable? La hipérbole propone recurrir a los extremos argumentales cuando se necesita llamar la atención de algo. También para cumplir con el objetivo de que la gente pueda retener ciertas frases en la memoria de manera más fácil. El problema surge cuando se sabe o se demuestra que hay una fuerte dosis de falsedad en lo que se está diciendo. Por eso, a los presumidos o mentirosos no solo se les critica. Si la actitud es recurrente, terminan distanciándose de sus seguidores.
Consulta: David Pujante. El discurso político como discurso retórico. Estado de la cuestión. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
En principio, parece difícil marcar los límites. No lo es tanto. La solución está en comprender que la exageración puede marcar un énfasis en lo que se señala sin alterar la esencia de lo que es verdad. Por ejemplo, se puede decir que algo se ha reiterado “cientos de veces”, pero no que la obra realizada es “la mejor del mundo”. En la primera situación, la exageración no afecta la verdad sustantiva. En la segunda, lo menos que se puede expresar es que estamos ante alguien que solo busca manipularnos.
Con base en lo anterior, las figuras retóricas no se encasillan en lo verdadero, sino en la ventaja que dan las apariencias. Tampoco pretenden convencer con argumentos sólidos y tangibles, sino con la persuasión. Para incrementar su efectividad, deben utilizar un lenguaje sencillo, basado en premisas que acepten la mayoría y que resulten claras y comprensibles. Además, el manejo de las emociones potencia su capacidad para convencer. Tocar los sentimientos de las personas es una habilidad que todo líder debe desarrollar.
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Para que las figuras retóricas logren un mayor impacto, la forma es fondo. La expresión corporal y los gestos también desempeñan un rol predominante. Si el gesto exagera el contenido, lo más probable es que no cause tanto daño como cuando lo que se dice se aleja de la realidad. Mentir siempre es riesgoso. Lo es más prometer demasiado y no cumplir, pues los efectos negativos en la reputación serán irremediables.
Por otra parte, la hipérbole facilita los procesos de creación de noticias. Aunque a algunos medios y periodistas les resulta cómodo retomar y difundir las hipérboles de los mensajes, lo que no se puede ignorar es que hoy son mucho más cautelosos. En el actual ecosistema de comunicación, está claro que su atención está más centrada en los hechos y datos duros de lo que están reportando.
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La hipérbole, al igual que otras figuras retóricas, es una herramienta que puede incidir en los procesos de toma de decisiones. Lo mismo sucede en las negociaciones o durante cualquier interacción que se lleve a cabo en los medios o las redes sociales. Su presencia se ha extendido a las campañas electorales, informes de gobierno o en cualquier spot que se difunde cotidianamente en los medios audiovisuales. Los abusos en los que se incurre van más allá de la actividad política. La publicidad comercial rebasa con frecuencia cualquier límite, pero en este espacio los costos de mentir suelen ser menores de lo que pasa en la actividad política.
Si se quiere ser eficaz, en ningún momento la hipérbole debería separarse de lo racional. Tampoco de lo emocional. Aún más, el contenido se tiene que alinear con el Perfil de Imagen del buen líder, para mantener la congruencia y la sensatez. Es cierto que en la historia mundial hay muchos ejemplos de líderes que lograron engañar por mucho tiempo a sociedades enteras. Pero también lo es que el engaño tarde o temprano se descubre.
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En los procesos de creación y resolución de conflictos, la hipérbole no es recomendable. La capacidad que tiene el recurso para polarizar lo hace inviable. Para darse cuenta de esto, solo hay que observar los efectos que se producen, por ejemplo, en los debates que se dan en el Congreso de la Unión. La irracionalidad con que se dan ciertas discusiones son explicables y a veces hasta justificables. Lo que no se termina por comprender es lo complicado que es ganar un debate con exageraciones ofensivas o infundadas.
Por fortuna, la retórica nos ofrece varias figuras para argumentar y persuadir a nuestros interlocutores o seguidores con mayor eficacia. Conocerlas con detalle es un imperativo para cualquier lideresa o líder político. Desafortunadamente, algunos personajes públicos parecen ignorar las consecuencias negativas que provocan. El deslumbramiento que tienen por los resultados positivos en su imagen son coyunturales. Si de cambiar se trata, es hora de trabajar en discursos más convincentes para el largo plazo. Solo así se logra trascender de manera positiva en la historia.
Recomendación editorial: Nel-Ho Pellicer. Mutaciones discursivas en el siglo XXI: la política en los medios y las redes. Madrid, España: Editorial Tirant Humanidades, 2019.