TESTIMONIO DE BRONISLAW ZAJBERT, SOBREVIVIENTE DEL HOLOCAUSTO

“Mi nombre es Broni”

“Mi nombre es Broni” es un libro de memorias de Bronislaw Zajbert, sobreviviente del holocausto y exiliado en México. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

“Mi nombre es Broni” es un libro de memorias. La ocupación nazi en Polonia. La foto del autor Bronislaw Zajbert -sobreviviente del holocausto y exiliado en México- junto a la cuna de su hermanito Ignacio recién nacido. Dos vidas en sus comienzos. En 1940 los dos niños y sus padres Hanna y León, fueron forzados a trasladarse, -junto con todas las familias judías de la ciudad polaca de Lodz- a la estrecha y más que precarizada geografía de un gueto. La maquinaria implacable de "la solución final" estaba en marcha, encubierta por la imposición del aislamiento, la discriminación más feroz y los trabajos forzados. Se sabía que las deportaciones implicaban un viaje a "campos de trabajo" desconocidos, la familia de Broni y sus personas cercanas no supieron, hasta después de la guerra, que eran campos de exterminio. "De los 200 mil judíos que habitaron el gueto, sobrevivieron 877", escribe Leo Zaibert en su Prefacio. Leo es el hijo de ese bebé Ignacio, demasiado pequeño para recordar desde su memoria consciente

La investigadora Yael Siman agrega: "Se estima que alrededor de 10 mil judíos del gueto de Lodz sobrevivieron en distintos campos de concentración y muerte, dispersos en territorios ocupados por el Reich". Los Zajbert migraron a Caracas apoyados por la organización judía JOINT. El amor por ?Zina Rapoport (su esposa por 53 años) trajo a Bronislaw a México: "He vivido en México 60 años. Hoy tengo dos hijos, seis nietos y tres bisnietos... los recuerdos del gueto me acompañan, pero tengo la posibilidad de integrarlos como parte de una larga vida en la que he podido resarcir el daño, echar raíces y tener una familia". Zina, quien ya vivía en México desde antes de la guerra: "siempre insistió en que contara mi historia. Finalmente la escribí". La escucha de Yael Siman sostiene las memorias de Broni. Tanto Leo como Yael nos ubican en la realidad histórica: Los nazis invadieron Polonia en septiembre de 1939. 

"A partir del 10 de septiembre de 1939, las autoridades alemanas forzaron a los judíos de Lodz a usar un brazalete blanco. Toque de queda. Prohibición de viajar, expropiación de sus propiedades. Destrucción de sus espacios de culto", describe Yael. La comunidad judía fue privada de sus derechos y de sus libertades. Humillada y despojada de toda garantía. En sus brazos portaban la estrella amarilla junto a la palabra "jude". El gueto rodeado de rejas y alambrados, sus ventanas que daban a la calle tapiadas, el aislamiento, los alimentos racionados al mínimo, los horarios de trabajo esclavo, la miseria y las enfermedades, fue la realización geográfica de un cerco económico y moral que se venía cerrando alrededor de ellos: se trataba de deshumanizarlos hasta la destrucción total. Broni cuenta que en su entorno, nadie había leído "Mein Kampf" de Adolf Hitler, ("Mi lucha"). ¿Y acaso si lo hubieran leído semejante horror podría haber sido imaginable? ¿Habría sido imaginable esa sistemática y meticulosa planeación de la destrucción de un pueblo entero?

Broni recuerda la llegada de miles de gitanos al gueto. Su estadía fue breve. Todos -considerados como parte de "las razas inferiores- fueron deportados casi de inmediato. "El distrito residencial judío", le llamaron los nazis al gueto, con esa perversa pasión que cultivaron por los "eufemismos". "El gueto de Lodz fue sumisión y esclavitud, pero también supervivencia y resiliencia... hubo 47 escuelas con diferentes niveles educativos: 15 mil niños recibían educación aun cuando los salones de clase no tenían calefacción y contaban con muy pocos libros de texto y cuadernos... entre 15 y 20 personas llegaron a vivir en una misma habitación", escribe Yael. A la familia Zajbert les tocó la cocina. Ese espacio que parecía tan desafortunado en un principio fue una bendición: contaban con una estufa y una caldera para calentarse. Los padres trabajaban horarios interminables y sus dos cupones de comida se repartían. El padre y la madre comían después de sus hijos: "ustedes están creciendo, necesitan comer más". 

Broni gracias a documentos falsificados pudo comenzar a trabajar a los nueve años haciéndose pasar por un niño de doce. Un tercer cupón para la familia. Mientras los "mayores" salían a trabajar, el pequeño Ignacio permanecía solo en su cuna con una papa o un trocito de pan para alimentarse durante el día. Se sabía cuidar Ignacio: se los comía. Los cadáveres en las calles que causan un espanto que con el tiempo se va matizando. Se convierten "en parte del paisaje". Las leyes de vida alteradas, estalladas en miles de pedazos, tan otras "reglas" a las que hay que acostumbrarse: las de la sobrevivencia en condiciones extremas. Fue "la suerte" la que los salvó, dice Broni. En una ocasión, su padre no tuvo prisa alguna para avanzar en la fila hacia los trenes de la deportación. Retrasó el momento, los "vagones de la muerte" se llenaron y se fueron sin ellos. En otra ocasión, los nazis irrumpieron exigiendo que las familias del edificio se concentraran en el patio: los padres escondieron a Broni y a Ignacio en un tinaco, a Broni el agua le llegaba a la cintura y cargaba a su hermanito. Los padres se salvaron y los rescataron del tinaco. Una vez más lograron lo casi imposible: seguían vivos y juntos.

Lodz fue dirigido por el tan trístemente célebre Chaim Mordechai Rumkowski, presidente del Judenrat a quien en distintos libros de testimonio se describe paseando -cubierto con su capa- en su carroza tirada por caballos en medio de la miseria y los cuerpos sin vida. "No podemos juzgar", dice Broni, lo que hicieron decenas de miles de personas esclavizadas en el universo cerrado del horror. El gueto de Lodz considerado de "alta productividad" fue el último en Polonia en ser liquidado. Los Zajbert sobrevivieron ocultos en un escondite y después forzados a "operaciones de limpieza"... hasta un día escuchar la frase tan anhelada, tan apenas creíble: "Judíos salgan, ya somos libres". Marjorie Agosín escribe en el Epílogo: "existió en los que vivieron este trauma inigualable el deseo de escribir, de contar y de documentar... Querían imaginar una humanidad distinta… también como acto reparador que lucha contra el olvido". 

"Después de la guerra supimos que las personas evacuadas de sus viviendas habían sido deportadas a Chelmno y, posteriormente, a Auschwitz-Birkenau", recuerda el autor. A través de un tío materno la familia intentó obtener visas para vivir en México. Las visas nunca llegaron. Fue entonces cuando decidieron viajar a Venezuela. Pero al parecer el futuro del joven Broni sí estaba en México y un día le llegó -y para siempre- en los ojos de Zina. Bronislaw Zajbert regresó en varias ocasiones a Lodz acompañado de miembros de su familia: "nunca dejé que el silencio permeara nuestras vidas".