DISCURSOS DE ODIO

La cerrazón del odio

Desafortunadamente, los hechos siguen comprobando la necesidad de continuar trabajando en la erradicación de los discursos de odio. | Leonardo Bastida

Escrito en OPINIÓN el

“Cualquier tipo de comunicación verbal, escrita o conductual, que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio con referencia a una persona o grupo sobre la base de quiénes son, su religión o etnia” o incita a provocar daño a una persona o grupo de personas por diversos factores como su ideología, posición política, credo, o ejercicio de su libertad de pensamiento puede ser denominado como un discurso de odio, un término que ha sido ampliamente cuestionado debido a que podría implicar la censura a la difusión de ciertas ideas o formas de pensamiento. 

Sin embargo, también ha sido reivindicado debido a la gran cantidad de mensajes y de publicaciones, sobre todo, en redes sociales, en los que se extrapolan opiniones, se refuerzan estereotipos y estigmas hacia ciertos sectores de la población o personas. Por ejemplo, cuando se señala a un sector de la población como el causante de alguna dificultad o de una enfermedad, como fue el caso de la población asiática durante los inicios de la pandemia por covid-19 o ahora de los hombres gays, a propósito de la viruela símica

La semana pasada, de manera muy lamentable, se dio a conocer el ataque hacia el escritor hindú, Salman Rushdie, después de una conferencia en Nueva York, como resultado de una incitación a matarlo que se hizo pública hace más de 30 años al considerar que su novela “Versos satánicos” afectaba ciertos valores del Islam.  Esta acción, inmediatamente remitió a lo ocurrido contra las y los integrantes del semanario francés Charlie Hebdo, hace algunos años, cuando fueron atacados en sus instalaciones bajo el argumento de que algunas de sus publicaciones eran una afrenta en contra las enseñanzas de Mahoma. Y también el del cineasta holandés Theo Van Gogh, asesinado en 2004, en Ámsterdam, por considerarse que su obra dañaba las bases de la religión islámica

De esta manera, se reavivo el debate sobre ciertos valores como la tolerancia, la libertad de expresión y de pensamiento y la paz y se cuestionó la radicalidad de algunas posturas cuando las ideas no concuerdan con las propias. Por cierto, situación que no es exclusiva del Islam, pues muchos grupos supremacistas blancos han tomado posturas similares. 

Previo a este panorama, en junio de este año, la Organización de las Naciones Unidas, conmemoró, por primera vez en la historia, el Día Internacional para Contrarrestar el Discurso de Odio, con el objetivo de contrarrestar este tipo de narrativa y de fortalecer la Estrategia y Plan de Acción de las Naciones Unidas para la Lucha contra el Discurso de Odio, protegiendo la garantía de la libertad de expresión y de opinión, en colaboración con la sociedad civil, los medios de comunicación, las empresas tecnológicas y las plataformas de medios sociales.

Acciones previas habían dado pie al Plan de Acción de Rabat, elaborado por el organismo internacional en 2013, a fin de prohibir la apología del odio nacional, racial o religioso que constituya una incitación a la discriminación, hostilidad o violencia, y establecía que debe distinguirse entre: aquellas expresiones que sí constituyen un delito, las que no deben sancionarse penalmente pero ameritan una sanción y las que no pueden sancionarse pero son preocupantes “en términos de tolerancia, civismo y respeto a los derechos de los demás”.

Si bien, en muchas ocasiones se considera una exageración la supervisión o la denuncia de posibles discursos de odio, más bien, debería tomarse en cuenta, la complejidad misma del odio, pues como señala la socióloga, Sara Ahmed, el odio es una emoción intensa que implica “estar en contra de algo o alguien de manera intencional”, de aborrecerlo a priori, es decir, se dota al “otro” o “los otros” de un significado, por lo regular de amenaza, muchas veces, sin conocerlos.

Una reflexión similar a la de la filósofa Hannah Arendt, quien hace más de 80 años, advertía que los prejuicios, justamente están en esa categoría, por que no derivaban de una argumentación racional sino, más bien, en supuestos no comprobables y en ideas preconcebidas, sin que tengan un argumento fiable de respaldo.

Desafortunadamente, los hechos siguen comprobando la necesidad de continuar trabajando en la erradicación de los discursos de odio que cada vez más encuentran un campo fértil para su proliferación y rápida diseminación, más en una sociedad informatizada, gobernada por el algoritmo, el Big Data y en la que la secularización no ha derribado aún muchas barreras ideológicas, y ha incentivado las diferencias, como lo advirtió en su momento Roberto Calasso.