Los conflictos y las guerras entre los pueblos y naciones han persistido en la historia de la humanidad, por siglos, más que generar un clima de estabilidad, han generado destrucción, hambre, pobreza, marginación y la desintegración o la transformación de la vida de millones de familias afectadas por las armas.
El caso de la Guerra de Corea es un ejemplo ilustrativo de lo que hablo porque dejó miles de muertes, decenas de desaparecidos, rencores arraigados e insuperables y una larga lista de huérfanos, viudas y mutilados física y moralmente que intentan reconstruir una tranquilidad con la que han soñado desde que su pueblo se estableció en la península coreana.
Este hecho significativo impuso una profunda marca en las generaciones posteriores a este suceso; incontables relatos nos hablan de las secuelas grabadas en las entrañas de la sociedad de aquella parte del planeta, que se mezclaron con las vivencias y carencias de hombres y mujeres que alzan la voz en contra de la violencia hacia el género humano.
Uno de los escritores más representativos sobre este intrincado tema -por lo que representa en materia de intereses nacionales-, es Kwon Jeong-saeng (1937-2007), un autor que, a través de una escritura lúcida y sencilla, nos sumerge en la vida de sus personajes salidos de la realidad misma, para aventurarse en fuertes análisis generacionales a través de una visión humilde.
Jeong-saeng deja constancia de los estragos que la guerra produjo, y mediante el manejo literario recrea ambientes marginados e imbuidos en el trastorno degradado de la guerra, retratando los trágicos efectos que se originan por las diferencias ideológicas y al sobresalto de la conflagración.
De lo anterior, Kwon hace un fino análisis de la desigualdad y marginalidad en la que viven ciertos habitantes de un poblado de sur-corea, situándonos en la vida de una niña de siete años que se enfrenta a los horrores de la guerra, todo ello en una novela brutalmente honesta, que puede ser considerada un cuento breve o un relato infantil dirigido a los mayores: "Monsil" (Ediciones del Ermitaño).
Y es que esta obra es, además, el desdoble personal de un hombre que quedó marcado por el trance bélico más sangriento posterior a la Segunda Guerra Mundial, y lo que hace es perpetuar un suceso en forma de literatura para gritarle al mundo que todos somos culpables, ya que la niña de nombre Monsil observa con inocencia el desfilar de conflictos que la terminan involucrando a ella, aún sin quererlo, situación que al lector lo pone en un lugar desfavorable.
Una mirada infantil como la de ella, no capta en su plenitud y verdadera realidad lo que sucede, es aquí donde Jeong-saeng nos arrastra hasta las puertas del hades al asumirnos como testigos presenciales de sucesos que una menor de edad no comprende, pero que nuestra condición de lectores nos permite a nosotros entender lo que Monsil no advierte; circunstancia que nos involucra como silenciosos cómplices.
La agudeza intelectual esgrimida por Kwon Jeong-saeng en Monsil, no es equiparable con la verdadera sinrazón de una guerra, pero sí es un acto de estoicismo que permite que cada vez que aparezca un episodio de brutalidad similar, si bien no puede ser evitado, por lo menos sea censurado y permita que se alcen cientos de voces en contra; por encima de intereses políticos.
Monsil, una pequeña niña que deja ver la belleza de la vida en medio de un desierto de horror y el valor del amor a pesar de que la brutalidad corrompa la inocencia de un niño.