El Foro Económico Mundial, publicó hace algunas semanas el reporte global de brecha de género, construido a partir de los indicadores -agrupados en cuatro rubros-, de 146 países; revelando una vez más que, en contraste con los discursos sobre la importancia de avanzar hacia la igualdad sustantiva en materia de género, la inversión y voluntad política para hacerla realidad están lejos de ser una prioridad para gobiernos, sector privado y sociedad.
Si bien el reporte refleja una mejora respecto al 2021, se calcula que las brechas de género -a este paso- se cerrarán en 132 años. Esto es, 32 años más de lo que se calculaba antes de la pandemia por covid-19.
Los rubros con mayor brecha son los de Oportunidad y Participación Económica y el de Poder Político, en donde solo se han cerrado las brechas en 60% y 22% respectivamente. Este reporte mide, además, los aspectos de Salud y Educación, en donde si bien las brechas son mucho menores en términos globales, aún persisten y, cuando se mira de cerca por regiones e indicadores específicos, saltan a la vista las profundas desigualdades regionales, destacan problemáticas nacionales y se evidencian grandes contradicciones.
Desde luego, es importante señalar que aún un reporte de estas dimensiones tiene sus propias limitaciones en cuanto a la imposibilidad de ir más allá en la identificación de grupos de mujeres que están sufriendo más estas desigualdades; sin embargo, lo que permite demostrar es que, no importa si se trata de países llamados del norte o sur global, en todos ellos las mujeres continúan viviendo grandes desigualdades en el acceso a la materialización de sus derechos y que la cultura, las formas de socialización patriarcales y las normas, políticas y prácticas sociales e institucionales las siguen marginando en todos los niveles contemplados. Esto da como resultado que las regiones en las que menos años tardaría en cerrarse la brecha de género -siguiendo todo como está- es de 50 años. Esto, no considera fenómenos como el calentamiento global, las migraciones forzadas, la inseguridad y la violencia, entre otros.
Cuando se habla de participación económica, resalta sin duda el tema de trabajo de cuidados no pagado y precarizado, que además aumentó con el covid-19 y redujo el número de horas de empleo pagado de las mujeres y aumentó el desempleo entre ellas. En este sentido, a nivel global la proporción de tiempo que los hombres dedican a cuidados es menos de 20% y el de las mujeres es de 55%. A esto se suma que la presencia de mujeres en posiciones de liderazgo en el sector privado sólo ha crecido 6% en 6 años.
Además de esto, la posibilidad de generar ahorros y estabilidad financiera es menor para las mujeres a nivel global, debido a: brechas salariales que mínimo están en 11% pero rebasan el 30% según la industria; las trayectorias profesionales (atravesadas por la maternidad y los cuidados) y al limitado acceso a servicios financieros y los llamados “imprevistos de vida” que suelen afectar más a las mujeres debido a una ya de por sí situación económica desventajosa.
Hay mucho que decir sobre este reporte y lo haré en futuras entregas. Por ahora, solo destaco la, aparentemente, enorme contradicción en los indicadores de México. Nuestro país se ubica en el lugar 15 de 146 países en participación política, en el 60 en educación, 54 en salud, pero en 113 de 146 en participación y oportunidad económica.
Esta tendencia en los indicadores (particularmente el primero y último) se ha sostenido a lo largo del tiempo, demostrando cambios normativos que abren espacios a la participación política, pero pocas transformaciones culturales y sistémicas que propicien cambios en los modelos de trabajo, redistribución de las ganancias y que terminen con la precarización relacionada con roles y estereotipos basados en género, que generan estas brechas de desigualdad.
Si bien, como lo mencioné anteriormente, este reporte no sirve para arrojar luz sobre toda la problemática y complejidad, sí permite ver algunos elementos del problema con mayor precisión y, sobre todo, sostener que la desigualdad de género es una de las mayores injusticias que atraviesan al mundo y que, a pesar de la movilización social global en torno a ella y a pesar de los discursos políticos, estamos muy lejos de ver que sea una prioridad. Quizás eso es lo más desesperanzador.