La Inteligencia Artificial (IA) se extiende rápidamente en nuestra cotidianidad. Cada vez que enviamos un correo electrónico y se autocompletan direcciones o textos, cuando utilizamos alguna aplicación que nos señala la ruta más rápida para llegar a nuestro destino; incluso cuando nos aparecen sugerencias de nuevos contactos en redes sociales, recomendaciones de compra online o de música estamos haciendo uso de estos sistemas.
No existe un consenso sobre lo que significa la IA. La Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) la define como: “sistemas capaces de procesar datos e información de una manera que se asemeja a un comportamiento inteligente y abarca generalmente aspectos de razonamiento, aprendizaje, percepción, predicción, planificación o control”. Mientras que para la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), un sistema de IA está basado en una máquina que puede, para un conjunto determinado de objetivos definidos por humanos, hacer predicciones, recomendaciones o decisiones que influyan en entornos reales o virtuales.
Mas allá de las definiciones y los distintos enfoques, lo cierto es que ya somos consumidores de IA de múltiples maneras, pero también proveedores, casi siempre de manera inconsciente, de la información que alimenta estos sistemas.
Pensemos en las aplicaciones que usamos gratuitamente en nuestros dispositivos y que acceden a funcionalidades como el histórico de llamadas, mensajes, fotos; también en aquellas que registran nuestra voz, nuestros gestos y los movimientos que hacemos a través de sensores. A dónde vamos, qué vemos qué compramos son otros datos personales que van recabando estas plataformas.
Esta información es indispensable para entrenar los algoritmos de la Inteligencia Artificial pues requieren grandes cantidades (ya sea a través de datos etiquetados, infiriendo tendencias o patrones de datos existentes o en una amplia combinación de procesos de aprendizaje), antes de ser capaces de realizar una actividad; la calidad de la información juega también un papel esencial. Si el objetivo es crear máquinas que tengan las capacidades de la mente humana, necesitan aprender de cada uno de nosotros.
Empero, esta “huella digital” que dejamos en nuestros dispositivos conectados a la red impacta en nuestra privacidad, sobre todo si proporcionamos datos personales sin el debido cuidado y/o autorizamos su obtención sin siquiera leer los avisos de privacidad de las aplicaciones que utilizamos.
Una encuesta elaborada por el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) sobre el “Conocimiento, percepción y uso de la Inteligencia Artificial por los usuarios de Internet fijo y/o móvil” elaborada en 2021, reveló que el 66.8% de los usuarios proporcionan información para el funcionamiento de estos sistemas tecnológicos.
El 34.8% mencionó que está de acuerdo con la recopilación de información en contraste con un 50.3% que señaló estar en desacuerdo o totalmente en desacuerdo con la entrega de la misma. No obstante, la mayoría de los encuestados consideran que compartir sus datos es un precio que se debe pagar por tener acceso a las distintas plataformas, aunque desconozcan quién administra sus datos.
Si bien un gran número de empresas han adoptado principios y políticas para la gestión de la información que recaban de los usuarios, es indispensable una regulación uniforme que sirva como baremo mediante el cual se pueda evaluar si las empresas están protegiendo o no la privacidad de las personas.
A medida que la tecnología avanza es indispensable adecuar nuestro marco normativo para garantizar no solo la disponibilidad, uso e integridad, sino en mayor medida la seguridad de los datos.
Por ello, es indispensable contar con políticas para la gestión y el uso de la información que se recaba de los usuarios, es decir, un marco de gobernanza de datos.
El Data Governance Institute define la gobernanza de datos como “el ejercicio de la toma de decisiones y la autoridad en asuntos relacionados con los datos". Más específicamente, lo señalan como "un sistema de derechos de decisión y responsabilidades para los procesos relacionados con la información, ejecutados según modelos acordados que describen quién puede tomar qué acciones, con qué información, y cuándo, en qué circunstancias, utilizando qué métodos". Ofrece, además, un marco de principios, normas y reglas de actuación, indican las personas y órganos que deben participar en ellos y los procesos que deben realizarse en el contexto de gobernanza.
Como potenciales consumidores de la IA en todas sus formas y proveedores de datos para su desarrollo, debemos tener la posibilidad de conocer cómo son recopilados nuestros datos, conocer para qué se recaban, saber cuál es el uso que se les dará y cómo se están protegiendo.
Es decir, más allá de que las empresas puedan disponer de datos de mayor calidad, confianza y volumen, se debe buscar un marco que garantice un uso ético de ellos, garantice la privacidad y la opción de consentimiento de manera activa e informada por parte de los usuarios.
Estos son apenas algunos de los desafíos que debemos afrontar autoridades, empresas y usuarios ante el surgimiento de estas nuevas tecnologías. En una próxima entrega abordaré el impacto de la gobernanza de datos en la competencia entre empresas que utilizan la Inteligencia Artificial, otro reto que también debe atajarse.