EDIFICIO EL MORO DE LA LOTERÍA NACIONAL

Así viví la construcción de El Moro de la Lotería Nacional*

Testimonio del ingeniero Agustín Maqueo Cario quien participó en la edificación del icónico edificio art decó**. | Agustín Maqueo Cario***

Escrito en OPINIÓN el

Cuando es uno joven y empeñoso a los veinticinco años, funciona como una esponja que asimila todo conocimiento, bueno o malo. Mi paso, primero por el Laboratorio de suelos de la UNAM que dirigía el Maestro José A' Cuevas, y luego por la obra de la Lotería, confirmó mi vocación para la Ingeniería. En el Laboratorio el maestro me puso a cargo de los diversos aparatos como la máquina de consolidación para hacer las gráficas de la muestras de suelo que se tomaban en la obra; la máquina de compresión triaxial, y los ensayos de límite líquido y límite plástico. Era parte de mi obligación tomar muestras de suelo inalteradas, y llevarlas a una caseta anexa al Laboratorio para protegerlas con cera a fin de que no perdieran su humedad.

Cuando cocíamos una porción de las muestras se evaporaba un 90% de la humedad y sólo el remanente -10%- era arcilla. Experiencias inolvidables para mí, la Lotería fue probablemente un Laboratorio de Construcción. A mi ingreso, la parte frontal del edificio ya se había terminado y el Maestro había probado con éxito su sistema de cimentación por flotación, el edificio tenía compartimientos estancos que le permitían subir y bajar con respecto al terreno adyacente. Cuando entré al Laboratorio de Suelos se trabajaba en la cimentación posterior a la que el Maestro denominaba el tambor y que se estaba hincando en el terreno por el sistema denominado como “pozo indio”. El tambor que era una estructura circular de concreto, se colocó a nivel de superficie y se fue hundiendo mediante la extracción manual de tierra de sus celdas con hábiles peones que cargaban a sus espaldas unos cestos que denominaban “shundes” y llenaban por el hombro con unas palitas, como las que usan en el ejército los zapadores.

Se tenía considerado que el tambor debía bajar conservándose horizontal, pero un cambio en la compactación de las arcillas provocó un súbito hundimiento cuando me encontraba en el interior. Fue una impresión horrible ver que la tapa de concreto del tambor quedó a unos cuantos centímetros de mi cabeza. 

Cuando ingresé al Laboratorio me pidió mis datos el maestro, mes y hora de mi nacimiento; incluso con base en un escrutinio tipo el Dr. Lambrozo de mi faz, pasé la prueba porque mi ceño se parecía al del Maestro. Todavía con el tiempo no conseguí entender la afición de un científico de la talla del Maestro por la Astrología y por sus consultas frecuentes a un chamán poblano. Me consta que fue científico de primera, pionero en México del estudio de Mecánica de Suelos. Sus parangones fueron en Estados Unidos el Dr. Karl Von Terzaghi y el Dr. Arturo Casagrande. A este último, con muy mala suerte, lo invitó dos veces a venir al D.F. para dar una conferencia sobre su especialidad, y las dos veces hubo temblores de cierta intensidad.

En ocasión del desarrollo de la bomba atómica, los norteamericanos se preocuparon por mandar científicos involucrados en la investigación a sus aliados, incluyendo México, donde pensaron que no tendríamos ningún científico de altura. Su equivocación los avergonzó, pues aquí había científicos versados en teoría atómica como Luis Enrique Erro. Para encomendar su yerro mandaron de Los Álamos - Nuevo México un eminente científico.

Mi primera intervención quirúrgica -a la fecha voy en la número 18- se debió a una apendicitis que me operó el Dr. Enrique Groenewold en la cual estaba en riesgo mi vida, pues devino en peritonitis aguda. En los días previos a la operación fue por mí el Maestro González a casa de mi madre y me dijo que iba a llevarme a confesar. Yo objeté con un dicho de mi abuelo "que burras me he robado", lo que no me valió pues fui a parar al templo de San Francisco. El Maestro González, que gozaba allí de gran estima, fue por un sacerdote y me esperó cerca del confesionario para llevarme de vuelta a mi casa. En cuanto empecé a cantar la palinodia, el viejito sacerdote empezó a increparme con grandes voces diciéndome "has llevado una vida crapulosa, has vivido como un perro" con gran alarma mía que le pedía "más bajo padre, que me va a correr mi jefe".

Repuesto de mis males volví a la obra; se estaba gateando la estructura metálica para nivelarla y fui comisionado para proseguir con el gateo. De esta experiencia saqué tremendo susto, pues en un descuido ya habíamos retirado de las columnas los gatos mecánicos con los que trabajábamos, afortunadamente se trataba de una de las columnas que cargaba menor peso. Alguien me llamó y abandoné momentáneamente el lugar confiando en que mis peones mexiquenses sabían como proceder, pero ellos también aprovecharon para irse a almorzar al sonar el silbato de la una. Cuando volví encontré que lentamente bajaba la columna arrastrando las vigas que tenía conectadas. Con grandes improperios hice volver a la gente para con premura restituir los gatos. Afortunadamente aprendí que la estructura de acero es dúctil, y que puede, dentro de un límite razonable, ceder sin peligro.

A continuación pasé a la fase más interesante de los años de la Lotería: la construcción de la cimbra del Salón de los Sorteos. Empezamos mi compañero, el ingeniero Balcázar, y yo por calcular dos tipos de armaduras que irían alternadas en el encofrado. Las de Balcázar quedaron más resistentes que las mías pues les introdujo miembros redundantes para rigidizarlas. 

Este trabajo, por ser una geometría complicada -la bóveda es un, hiperparaboloide de revolución- se me encomendó directamente a mí. Hube de alinear cuidadosamente las nervaduras que además debían elevarse del círculo mayor al círculo menor. Como estimé que el carpintero mayor, el Maestro Suárez era muy rígido para entender la complicación, elevé de categoría a un habilísimo carpintero que asustado me decía "Ingeniero, si yo apenas sé leer". Mi elección fue acertada y ambos salimos airosos de la empresa.

Terminado ya el encofrado de la bóveda, checado y listo para el colado, el Maestro ordenó que sobre él se lastrara con un peso igual al del concreto que iba a recibir, incluso pidió que se le diera un peso superior como margen de seguridad. El lastre se efectuó empezando del círculo inferior del hiperboloide de revolución progresando continuamente hacia el círculo superior, hasta concluir la maniobra el encofrado registró a perfección, portándose como un molde para una escultura, que en buen romance eso es la bóveda del salón de Sorteos. Para entonces llegó la Dirección de la Lotería un militar que no tenía idea de lo que el Maestro construía, pero tenía instrucciones de arriba de terminar la obra a como diera lugar, usó el lema de otro revolucionario que decía "cartucheras al cañón, quepan o no quepan". Para mí la situación se volvió insoportable, pues a nosotros, por ser leales al maestro, se nos hostigaba sin consideración. Como lo único que faltaba para dejar terminada la bóveda era el colado del concreto que no tenía problema, presenté mi renuncia con gran disgusto del maestro.

Al grupo de Hierro nos llevaba con frecuencia el Maestro a escuchar conferencias principalmente sobre Astronomía. Así oí de Quasares, de Hoyos Negros, de Estrellas Bala, entre otro fenómenos celestes. Pienso que de no haberme apasionado por la Ingeniería hubiera por gusto derivado en astrónomo.

Otros fines de semana iba parte del grupo de la oficina al campamento que la Y.M.C.A. tenía instalado en Camohmila, a corta distancia de Tepoztlán. El Maestro llevaba como acompañantes a un grupo de exiliados españoles élite de la República Española. Recuerdo en especial al Lic. Jaime Simón Bofaroul, hombre de grandes conocimientos que vino a México a aportar su ciencia, y posteriormente radicó en Torreón donde fue el primero en promover la idea de traer a la Laguna agua de algún río de Sinaloa para irrigar las tierras donde entonces se cultivaba el algodón que por su calidad era universalmente buscado.

Tengo presente que había dos barracas en el campamento de Camohmila; en una de ellas estando presente el Lic. Simón, nos tuvo atentos con su amena charla hasta altas horas de la noche. El Maestro Cuevas nos señaló la necesidad de retirarnos a dormir para aprovechar las primeras horas de la mañana a fin de que sus huéspedes conocieran en nuestra compañía los bellos lugares aledaños al campamento. Al terminar la plática del Lic Simón se dirigió al Maestro y a la muchacha de la oficina diciendo que los que roncábamos nos mudáramos a la otra barraca para no molestar a las personas mayores. Ni qué decir que armados de guitarras salimos la mayoría, hicimos una fogata y entre cantos y juegos nos amaneció. Muchas bellas noches disfruté en Camohmila.

Retornando mi relato de los felices años de la Lotería, creo que entonces me afirmé en mi vocación de ingeniero, más cuando el Ing. Kurt me pidió como ayudante suyo en la obra. Las enseñanzas de entonces perduraron para toda mi vida. Pocas personas, o tal vez me atreviera a decir que solo yo, tuve la fortuna de aprender de tres grandes Maestros: Cuevas, González y Groenewold. Y junto con ellos una pléyade de sus experimentados Maestros de obra en diferentes especialidades. Con el Maestro Quiroz famoso como montador, de él aprendí algo que debían enseñar a todo estudiante de Ingeniería Civil: como dirigir una maniobra. Tan útil me fue el aprendizaje que después de 52 años parte de lo aprendido de Quiroz lo apliqué en el Puente de Ojuela. Quiroz era un individuo mordaz, gozó en ver mis apuros para acarrear y elevar al primer piso la enorme Caja de Caudales que se instaló en el edificio. Cuando se cansó de jugar al gato y al ratón conmigo, tomó en sus manos la maniobra y en menos de lo que canta un gallo la instaló. A otro, que era un artista en su especialidad, eI Maestro Carpintero Suárez, le tocó revestir de concreto aparente el esqueleto metálico del edificio. Tan acertadamente, que a la fecha cualquier observador agudo no percibirá donde fue necesario hacer las juntas. Trabajaba con materiales que no eran de uso común como el masonite templado que se usó para dejar tersa la superficie de la fachada. Su "adlátere" era el maestro fierrero cuyo nombre se me escapa, con él aprendí a usar grifas, ganchos.

* Fragmento del capítulo “Destello V. Los años de la lotería”, del libro autobiográfico “Puente de Ojuela” del ingeniero Agustín Maqueo Cario. Agradecemos a su hija María del Carmen Maqueo Garza la cortesía para su publicación.

** El edificio de la Lotería Nacional se ubica en Paseo de la Reforma #1, en la colonia Tabacalera. Se construyó entre 1933 y 1946. De estilo arquitectónico Art Decó. Su arquitectura y construcción corrió a cargo de Manuel Ortiz Monasterio, Bernando Calderón y Luis Ávila. Es un edificio público con oficinas y donde se llevan a cabo sorteos de la Lotería Nacional Mexicana. Las intervenciones que se le han dado son únicamente las de mantenimiento y restauración. Está catalogado como edificio antiguo de altura media y de arquitectura muy relevante.
*** Agustín Maqueo Cario (Cd. México 1921- Torreón, Coahuila 1999), Ingeniero Civil, egresado del IPN.