Atestiguamos grandes problemas en todo el orbe que dan evidencia de la urgencia por cuidar, de manera efectiva, a nuestro entorno. Las lluvias se han intensificado, al igual que ha acontecido con las sequías, con resultados de alto impacto en las distintas comunidades que sufren sus efectos, pues ambas expresiones de los extremos climáticos producen escasez de alimentos por pérdida de cosechas; dificultan la distribución de diversos bienes primarios; destruyen las estructuras económicas; y propician los flujos migratorios de las personas que buscan sobrevivir a tales circunstancias.
Es pertinente anotar que las alteraciones en el entorno se vinculan desde la ciencia con el llamado cambio climático, que según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se entiende como las modificaciones a largo plazo de las temperaturas y los patrones climáticos derivadas, particularmente, de las actividades humanas relacionadas con el uso de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas.
De acuerdo con datos de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el 50% de los daños causados por catástrofes entre 1970 y 2019, en cuanto a la economía y a la integridad y vida de las personas, están relacionados con el agua y el clima. Solamente aquellos desastres relacionados con el agua han resultado en la pérdida de alrededor de 1.3 millones vidas humanas, correspondiendo a México 6 mil 655 en 202 eventos. Alrededor del mundo, en el lapso de referencia, las sequías provocaron 650 mil decesos; las tormentas más de 577 mil; las crecidas rebasaron los 58 mil; y las temperaturas extremas los 55 mil. En el plano económico, en promedio las pérdidas diarias derivadas de los sucesos meteorológicos extremos fueron de 202 millones de dólares, siendo en el periodo 2010-2019 de una media de 383 millones de dólares al día. Vale mencionar que las tormentas fueron las que produjeron los daños económicos más gravosos.
Lo anterior evidentemente tiene implicaciones no solo en el nivel nacional, sino que afecta de manera global, pues los fenómenos climáticos y sus efectos trascienden las fronteras de los países, por lo que, de manera natural, el tema del medio ambiente se ha incorporado en la agenda internacional desde distintas vertientes, incluyendo la seguridad humana y el desarrollo.
Dentro de este contexto, cobra relevancia la reciente celebración, el pasado 17 de junio, del Foro de las Principales Economías sobre Energía y Clima, conducida por el presidente de los Estados Unidos de América, Joe Biden, que contó con la participación de representantes de China, Alemania, Arabia Saudí, el Reino Unido, la Unión Europea, Egipto, México, y del secretario general de la ONU, António Guterres.
El foro atiende cuestiones relacionadas con los impactos del cambio climático y las problemáticas en torno a la seguridad alimentaria y energética de los participantes. El presidente Biden refirió a los señalamientos que han hecho científicos en cuanto al rápido estrechamiento del margen para actuar de manera decisiva para detener la crisis climática. Por su parte, el presidente de nuestro país, Andrés Manuel López Obrador, en su participación mediante videoconferencia, enunció un decálogo de acciones orientadas a combatir el cambio climático. Entre ellas, resaltan, el anuncio de la inversión que realizará PEMEX por 2 mil millones de dólares con el objetivo de reducir hasta en 98 por ciento las emisiones de gas metano en sus procesos de exploración y producción; los compromisos celebrados con empresas estadounidenses del sector energético para realizar inversiones destinadas a generar mil 854 megawatts de energía solar y eólica; así como el programa Sembrando Vida, que involucra el cultivo de un millón de árboles frutales y maderables, los cuales posibilitan la absorción de 4 millones de toneladas de dióxido de carbono.
La participación del Ejecutivo mexicano es una muestra de voluntad política de sumarse a la acción internacional contra el complejo fenómeno que es el cambio climático. El éxito en su combate requiere, forzosamente, de un marco de actuación y colaboración de todas las naciones. La construcción de consensos debe ser privilegiada en ello, para incluir en la labor a los actores involucrados, sin distinción. Las cargas económicas que implicarán las medidas que se instrumenten, deben tener un carácter justo y equitativo, en función de las capacidades y las circunstancias y problemáticas específicas de cada país.
No se debe soslayar la urgencia que tiene aminorar los riesgos y efectos de los drásticos cambios en el clima que se advierten día a día, particularmente porque sus efectos inciden de manera intensa en los países más pobres y en sus habitantes en condiciones de vulnerabilidad, limitando su acceso al agua, a alimentos, a servicios de salud y a empleos, lo que los lleva a tener que movilizarse hacia otros lugares, incluso allende las fronteras nacionales.
El liderazgo de cada nación en el combate al cambio climático deberá ser apoyado por la sociedad en su conjunto, pues se trata de salvar a nuestro planeta.