El sexenio militar de Andrés Manuel López Obrador avanza en medio del desastre total en materia de seguridad pública, en el combate a la delincuencia organizada, en el número de asesinatos, de feminicidios, de fosas clandestinas, de desapariciones forzadas, de control territorial y contención de los cárteles del narcotráfico y de fractura de lo que quedaba del estado de derecho.
Su sexenio está ya encaminado no solo al fracaso en el combate a la inseguridad, sino también, paradójicamente, a las inevitables consecuencias del peligroso manoseo y desgaste en el que están sumidas las fuerzas armadas, que han sido tan manipuladas como beneficiadas por la sospechosa filosofía de “abrazos y no balazos” enarbolada por Obrador.
En su sexenio, los asesinatos rebasan las 130 mil víctimas. Las desapariciones forzadas rebasaron los 93 mil casos en abril de este año. Sobre este tema y otros relacionados con la lucha contra el narco y la delincuencia organizada, López Obrador ha contestado de manera irresponsable y cínica señalando que quienes lo atacan y critican por estas realidades inocultables, están mal informados, no tienen todos los datos, están en su contra y todo lo politizan para destruir a la Cuarta Transformación.
Hoy, la 4T y su creador están bajo la lupa de Washington y los legisladores republicanos que han visto por fin en los abrazos obradoristas y en su extraña estrategia antinarco, más bien una suerte de pacto o mascarada con grupos específicos del crimen organizado para no estorbarse, en una especie de cogobierno dedicado a administrar la tragedia de la violencia avalada desde Palacio Nacional.
Para los legisladores norteamericanos -y para muchos analistas, investigadores, catedráticos y políticos mexicanos- la percepción es acertada y no se basa únicamente en sospechas o rumores: está soportada en evidencias reales, continuas y demoledoras.
Más allá de su curiosa gira por Badiraguato, Sinaloa, en la que hace meses el presidente se encontró por casualidad con una caravana en la que iba la madre de Joaquín Guzmán Loera, el abandono del Estado en el combate al narcotráfico y la expansión de cárteles y de bandas criminales que se mueven a su antojo en zonas específicas del país exhibiendo toda clase de armas y equipo bélico -otro fracaso de la 4T- se ha traducido en una acelerada atomización de estos grupos en algo más que la tercera parte del territorio nacional, aunque López Obrador diga otra cosa y tenga otros datos.
Curiosamente, dos semanas antes de que congresistas de Washington dieran a conocer el documento en el que critican la actitud sospechosa y la permisividad de López Obrador ante los cárteles del narcotráfico -especialmente el de Sinaloa- , la Defensa Nacional aceleró de manera inusitada su actividad de ubicación y destrucción de laboratorios clandestinos para producir metanfetaminas en Sinaloa, Sonora y Colima.
Cosas del destino, la SEDENA ha reportado más de 50 aseguramientos de narcolaboratorios tan solo en la tierra natal de El Chapo, pero sin registrar detenidos, solo tambos, químicos, tanques de gas, bidones, mecheros, algunas armas, cartuchos y cargadores.
Para colmo y cinismo atizador de fuegos, el propio Andrés Manuel López Obrador acaba de definir la médula de su lógica utilitaria al señalar en una de sus conferencias mañaneras que la violencia desatada en ciertos puntos del país se debe a que en esa regiones o estados son varias las organizaciones criminales en pugna territorial. En aquellas regiones en donde solo prevalece un cártel u organización criminal dominante, la violencia está contenida, es baja, no es comparable a lo que sucede en otros puntos del país.
A buen entendedor…