La justicia en un país pobre es una tarea muy difícil; sin embargo, la autonomía del Poder Judicial y la independencia de los jueces es un arma para llevarla con eficiencia y eficacia; no obstante, esta función pública puede desvirtuarse si éstos medios de defensa de los jueces se corrompen.
La sociedad, se ha hartado de la impunidad de los ricos y del castigo injusto a los pobres, de los cuales están llenas las prisiones. Aunque el Poder Judicial es solo una función del Poder Supremo de la Federación, éste debe basarse en realidades que reclama el pueblo, en erradicar privilegios de grupos sectarios y de limpiar al poder público de los funcionarios adoradores del dinero.
Como lo ha expresado el presidente López Obrador: “sin justicia no habrá garantía de seguridad, ni de tranquilidad, ni de paz social, porque el pueblo no merece limosnas, sino una justicia pronta, imparcial, exhaustiva y completa, porque progresar sin justicia es retroceso, y éste, va contra los ideales del humanismo mexicano”.
A la pregunta: ¿Qué quiere el Presidente de la República de los jueces y magistrados tanto locales como federales, así como a los integrantes de la máxima Institución que es la Suprema Corte de Justicia de la Nación? -los cuales, han reclamado injerencia en las instituciones-, pero no se han dado cuenta que algunos están secuestrados por la delincuencia de cuello blanco. Vamos, por la inercia de los conservadores.
Lo que quiere el Presidente López Obrador, es un régimen disruptivo sobre la interpretación de la Constitución, ya que según Nayef Al-Rodhan (filósofo, neurocientífico y geo-estratega saudí, quien es Investigador Superior y Director del Departamento de Geopolítica de la Globalización y la Seguridad Transnacional del Centro de Ginebra para la Política de Seguridad, en Suiza), hay dos tendencias de los tribunales en las interpretaciones de sus fallos, ya que algunos de corte conservador lo hace al tener del texto original de la Constitución y otros, lo hacen sobre situaciones actuales que garanticen que la Constitución y la ley en su aplicación, den como resultado la justicia.
Desde el punto de vista de la neurofilosofía, los cimientos neuronales que intervienen en consideraciones de equidad y justicia, se superponen a los circuitos cerebrales que regulan otros procesos conductuales; es decir, no existe en nosotros un cerebro moral.
En Estados Unidos, nadie duda del amplio apoyo público como es la creencia en su Constitución Federal, mientras que en la Constitución Alemana existe el apoyo de un constitucionalismo vivo, porque si bien es cierto, toda persona es libre en el sentido de la tesis kantiana, también hay razones para el uso razonable de la fuerza, o cualquier modelo de gobernanza sostenible que debe ser capaz de equilibrar la tensión siempre presente entre los tres atributos de la naturaleza humana -esto es, la emocionalidad, la amoralidad y el egoísmo- con las nueve necesidades de dignidad correspondientes. Y por dignidad no me refiero exclusivamente a una ausencia de humillación, sino a la combinación de las nueve necesidades de la dignidad: razón, seguridad, derechos humanos, responsabilidad, transparencia, justicia, oportunidad, innovación e inclusión. Y esto es cierto y válido para cada nivel o tipo de gobierno desde el local hasta el nacional e internacional. El constitucionalismo, contribuye a éste objetivo primordial o esencial, proporcionando un marco legal y aceptable para una buena gobernanza nacional.
Mientras otros países como Costa Rica o Paraguay, están estudiando ya, la reparación del daño social en casos de corrupción y defraudación fiscal, no como intereses difusos o de acciones colectivas, sino por el daño social violatorio de los derechos de alimentación, progreso, dignificación, que tienen los ciudadanos. Recientemente la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ha interpretado que éste último no es un delito que amerite prisión preventiva, ya que se han dado cuenta que la era de las burocracias burguesas con sus derechos, sus constituciones y sus cortes están llegando a su fin, como lo establece el filósofo italiano Giorgio Agamben.
El momento por el que estamos transitando en la sociedad, es un momento importantísimo en la historia de México, tanto funcionarios como pueblo deben de entender que es un nuevo régimen, una nueva etapa de la vida nacional y parece que los únicos que han despertado como sujetos históricos del cambio, son la gente del pueblo lidereados incansablemente por el Presidente de la República, quien durante estos cuatro años de gobierno, se ha pronunciado por tener miramientos al otro, ya que por el bien de todos primero los pobres.
No cabe duda alguna, de que los conservadores tratan de sabotear por todos los medios esta cuarta etapa de la vida nacional; algunos periodistas e intelectuales a quienes se les quitaron los privilegios que tuvieron en otros tiempos, hoy se han disfrazado con togas de libertad y democracia, pero no se han dado cuenta que el pueblo ya sabe que son seres oscuros y que cada ataque al Presidente lo hace más popular y más querido por la sociedad, y es que el Presidente y el pueblo luchan por una nueva forma de hacer política que es el Humanismo Mexicano.