PERÚ Y MÉXICO

Gobernar con el sombrero

La crisis peruana debiera ser motivo de reflexión para toda la América Latina. | Adolfo Gómez Vives

#OpiniónLSR.
Escrito en OPINIÓN el

Antes de asumir la titularidad del Poder Ejecutivo del Perú, José Pedro Castillo Terrones había sido profesor de escuela primaria. Su imagen cobró relevancia, a partir de que dirigió una huelga magisterial en 2017.

Sin ninguna experiencia previa en la administración pública, Pedro Castillo supo en carne propia que en el Perú es fácil ser presidente, pero que gobernar no es un asunto sencillo, como él mismo lo reconoció durante una reunión con líderes religiosos, al inicio de este año.

Pedro Castillo fue un presidente improvisado, como lo han sido muchos gobernantes en América Latina, que llegaron al poder gracias a la venta de sueños y esperanzas, formulados con palabras huecas, pero sin estrategias sustentadas que les permitieran cumplir sus promesas.

Sus propuestas de gobierno fueron un catálogo ramplón de lugares comunes. Ni una sola idea consistente en relación a cómo generar riqueza y cómo redistribuirla de manera equitativa, entre una población que alcanza niveles de pobreza del 41.7 por ciento, según datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática de ese país.

Sus ideas “democratizantes” no fueron muy diferentes a las ocurrencias de Andrés Manuel López Obrador: elegir y revocar a los integrantes del Poder Judicial, a través del voto popular. En lo económico, propuso la nacionalización del campo gasífero Camisea, declaración que tuvo un impacto negativo en el mercado cambiario y en el ámbito bursátil del Perú.

Pedro Castillo gobernó con su sombrero: fuera y dentro de su país, se le ubica con mayor claridad por su outfit, que por el éxito de sus propuestas. Su éxito político se debió en gran medida al agotamiento de la “clase política” peruana, más atenta a sus intereses, que a buscar alternativas incluyentes de desarrollo.

El proceso democrático por el que Castillo resultó vencedor nunca fue garantía de su éxito como mandatario. Le faltó visión de largo plazo; tender puentes y consensos con todos los sectores y grupos sociales del país.

A diferencia de López Obrador, Pedro Castillo no contó con un Congreso matraquero dispuesto a validar sus ocurrencias y las de su equipo. Que la interesada oposición le haya enjabonado el piso no era razón para actuar por encima de la Constitución.

Pedro Castillo le falló al pueblo peruano. Sus viscerales motivaciones —que lo orillaron a intentar gobernar por decreto— sólo derivaron en su remoción. Pedro Castillo ya no luce más con su sombrero. La crisis por la que atraviesa el Perú debiera ser motivo de reflexión para toda la América Latina, tan proclive a ponderar discursos cargados de ideología, por encima del diseño de estrategias que tengan impacto medible y positivo, en el desarrollo de nuestros pueblos.