ÉTICA DEL CUIDADO

Ética del cuidado para el alivio colectivo

Aunque el sufrimiento pueda ocurrir en solitario, se sana en comunidad. | David Fajardo-Chica* y Angélica Dávila Landa**

Escrito en OPINIÓN el

Somos vulnerables. Las personas nos encontramos en permanente oportunidad para la carencia, el daño y el sufrimiento. Encarnamos un cuerpo orgánico pleno de necesidades por satisfacer, jugamos un papel en una red social que bien puede no funcionar de la manera que esperábamos y contamos con valores y principios a pesar de que muchas veces no podemos honrarlos. Quien vive es susceptible de sufrir por estas y otras razones.

Centrar el foco en la capacidad de los vivientes para pasarla mal rápidamente lleva al pesimismo. Habría que darle sentido al hecho de ser mentes autoconscientes, de tal forma en que seamos más que materia orgánica con el dudoso premio de percatarse de su difícil situación existencial. Reflexiones contemporáneas sobre la naturaleza de los afectos desagradables nos invitan a replantear qué de perjudicial hay en ellos y qué de benéfico, incluso salvífico, en su interior. 

Solemos sentirnos mal para estar mejor. A pesar de que no siempre es así, muchas veces el miedo esconde tras su urgente intensidad el viraje de la atención hacia lo peligroso; por su parte, el enojo y la indignación nos permite leer el paisaje moral en que nos movemos. Por mal que se sientan, la tristeza y el duelo nos dan oportunidad para el ajuste de cambios en nuestra vida. Los afectos tienen un propósito.

El dolor tiene potencial de transformación. Aunque hay sufrimientos que sólo permiten ser padecidos; en ocasiones, el sufrimiento puede ser una oportunidad para la creatividad, la virtud, el aprendizaje moral, el cambio espiritual, el cultivo de la fortaleza y el desarrollo de la autenticidad. Sin embargo, esto suele suceder sólo junto a la fortuna de encontrar circunstancias que permitan brindar un nuevo significado a lo que sucede y a lo que nos duele.

Las sociedades contemporáneas deben propender el cuidado mutuo que garantice la resiliencia. Estamos en mora de desarrollar un marco para la acción humana que asuma nuestras relaciones básicas de inter-dependencia. Difícilmente esto puede ocurrir en solitario. Dice Julieta Lomelí: “El individuo siempre se hará un relato sobre su experiencia traumática, uno que si decide cargar en soledad probablemente terminará venciendo sus fuerzas”. Aunque el sufrimiento pueda ocurrir en solitario, se sana en comunidad.

La ética del cuidado provee un acercamiento a estas cuestiones. Ella parte de asumir una condición fundamental de nuestra existencia: las vidas humanas y no humanas se despliegan como entramados de seres vulnerables, interdependientes y finitos. Somos seres que se precisan unos a otros para existir, vivir y ser, que pueden ser dañables y sufrientes, y que un día van a morir o a dejar de estar. 

Tras reconocernos como seres insuficientes, como indican Berenice Fisher y Joan Tronto en su texto “Toward a Feminist Theory of Caring” de 1990, desde esta ética puede comprenderse a los cuidados como todas las actividades que realizamos “para mantener, perpetuar, reparar nuestro mundo de manera que podamos vivir en él lo mejor posible”. Incluyendo también la posibilidad de cuidar de lo que nos duele.

La ética del cuidado no ignora, ni niega el sufrimiento que traen las situaciones críticas. Tampoco las centraliza como una vía de dignificación en sí mismas. Más bien, admite que las personas sufren, lo reconoce y junto con ello, esboza la necesidad, las posibilidades y el derecho a ser cuidadas en su particularidad histórica y contextual. Para reparar lo reparable, o para abrazar en nuestras vidas –en nuestras sociedades– a lo que ya no se puede reparar, como señalan Paola Díaz, Consuelo Biskupovic y Alicia Márquez sobre la relación entre crisis, cuidados e (im)posibilidades de reparación. 

La vida en sociedad es un bálsamo del sufrir. Su efecto será más fuerte entre más estrechas sean las relaciones de reciprocidad y de cuidado mutuo. Es menester preguntarnos y escucharnos sobre cómo construir y sostener condiciones, acciones y relaciones que den a esos dolores y sufrimientos un lugar seguro de expresión y de reelaboración: en sus propios términos, con sus propias dudas y respuestas. 

Crecimos en una cultura que exalta la juventud y la fuerza productiva. Reconocer la fragilidad de la vida humana no nos hace débiles. Sabernos vulnerables no marca un destino fatal. Al contrario, una ética fundada en el cuidado, en la escucha y en el reconocimiento del sufrimiento propio, ajeno y compartido, como indica Alicia García, nos ayuda a comprender que “La idea de ‘vulnerabilidad’ no debe servir (…) como lamento sino como palanca de politización” para la fraternidad y el cuidado mutuo.

Cada quien tiene una vida que en ocasiones duele. La particularidad de esas experiencias nos hace individuos únicos. Todas las personas sufren aún si lo hacen de maneras distintas. Al reconocer que vivimos en una sociedad organizada bajo estructuras opresivas podemos perder de vista qué ganamos por pertenecer a nuestras sociedades. Quizás quien nos lee traiga a su mente victorias colectivas o logros históricos. Ofrecemos aquí una razón adicional para entregarnos sin vacilación a una vida menos individual: una comunidad que cuida trae consigo la promesa del alivio personal y de la mejora colectiva.

* David Fajardo-Chica
Profesional en Filosofía (Universidad del Valle, Colombia), Maestro y Doctor en Filosofía (UNAM). Investiga acerca del sufrimiento y la epistemología de los cuidados paliativos. Colabora con el Seminario de Estudios sobre la Globalidad de la Facultad de Medicina y el Seminario Universitario de Afectividad y Emociones en la UNAM. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México.

** Angélica Dávila Landa

Doctoranda en Antropología en el CIESAS-Ciudad de México, maestra en Sociología Política por el Instituto Mora y licenciada en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Co-coordinadora con la Dra. Itzel Mayans del Seminario de Investigación “Sociología Política de los Cuidados” en el Instituto Mora.