En las últimas tres semanas, hemos sido testigos de dos movilizaciones que, desde su perspectiva particular, cada una defiende la democracia. Si nos atenemos a la máxima de la democracia, la razón, o por lo menos sus fundamentos están, sustentados en las mayorías.
Desde esa óptica, está claro cuál de los dos bloques políticos que se formaron a partir de las elecciones de 2018 tendría ventaja uno sobre del otro. Quienes marcharon el 13 de noviembre, tienen todo el derecho a manifestarse y hacer sentir su postura sobre lo que consideran debería de ser el derrotero del país.
El asunto es que fue una marcha “sui géneris” por quienes la convocaron y las razones por las que lo hicieron. Una vez más, todo mexicano tiene el derecho a manifestarse y tomar las calles si así lo considera cuando de defender una causa se trata, de eso va la política y la democracia.
En primera instancia, quienes tomaron las calles el 13 de noviembre en su mayoría, fueron personajes que en otro momento no se habrían dignado siquiera a salir a “la calle” con gente que no fuera de su clase, y que, también en su momento, criticaron y repudiaron a quienes así lo hacían cuando ellos detentaban el gobierno, es decir, le tocó ya, estar del otro lado.
En segundo término, su arenga “popular” insulsa como otras tantas “el INE no se toca” además de incompleta suena hueca. Es decir, sin contrapropuesta, o al menos, explicando el contexto del por qué en su opinión, el de INE debería de seguir operando como hasta ahora, su discurso pierde fuerza y sustento.
En una charla de mesa, alguien comentaba que el INE era el menor de nuestros males y había otros temas más importantes, como la violencia, que este gobierno no habría sabido resolver. En la mirada del día a día, el comentario es más que certero, el asunto es que asegurar que el máximo órgano electoral no debe ser alterado y por ende asumir que es perfecto, iría contra la democracia misma y faltaría con todas sus letras a la verdad.
Otro principio de la democracia además de las mayorías, es que señala que la vida democrática de una nación es siempre dinámica, cambiante y siempre susceptible de mejora, sobre todo en naciones como la nuestra, que, si de ser demócratas se trata, debemos reconocer que la nación, no lleva más de 100 años gobernada bajo principios democráticos, aunque hay quienes presuman que el Porfiriato significó una etapa de “progreso y estabilidad democrática y económica”.
Para quienes tomaron las calles el domingo más reciente, la democracia está fundamentada en las mayorías, pues son más quienes están convencidos de que este es el mejor gobierno en un mucho tiempo, pues aún son muchos más lo pobres que todavía conforman la sociedad mexicana, aunque exista un grupo de mexicanos que insiste que su diferencia social, los distingue del resto de la población. Mientras esta “distorsión” de la realidad exista, la ola de “pobres analfabetas y patas rajadas”, seguirán siendo mayoría.
Más allá de si funciona o no el INE, es importante darle al instituto, ese rango de democracia que requiere un órgano tan importante en la construcción de la vida democrática del país, pues asumir que sólo unos cuantos deban o puedan elegir a quienes deberán garantizar la imparcialidad en los ejercicios electorales, es como esperar que el cadenero nos reconozca entre la multitud para poder avanzar.
Existen diversos mecanismos para poder elegir a quienes serían los encargados de calificar los resultados de una elección, o bien a quienes impartirían la justicia electoral. Este es un capítulo pendiente y para ser honesto, pocos ciudadanos conocemos a quienes tienen asignada esa tarea y cuáles los principios jurídicos a la hora de aplicar la ley electoral.
Transparentar y exigir resultados a los impartidores de justicia electoral es parte de la democracia, de lo contrario, replicaríamos lo que ocurre en la Suprema Corte de Justicia, el tercer órgano de gobierno, en donde magistrados y jueces son designados por las cámaras legislativas, pero donde carecemos de un funcionamiento e impartición de justicia que saque a este país de las redes del narcotráfico, la corrupción y la impunidad, y desde el cual, no se rinden cuentas a la nación.
Discutir si hubo o no acarreados en ambas marchas es lo de menos, porque sí los hubo en ambos movimientos, lo que debemos entender, es que los dos grupos políticos que rivalizan, parecen haber entendido y saben, que deberán echar mano de todos recursos que, la política y la “permisiva” ley electoral existente, se los permita para ganar en el 2024.
Pero reformar al INE, incluye castigar y deshabilitar a los partidos que violen la ley como lo hizo el PRI y el PAN en el año 2000 con el Pemexgate y los amigos de Fox, o evitar la discrecionalidad de los árbitros electorales dentro del instituto evitando que, conocidos, socios, amigos o familiares, de un partido o candidato, sean el principal árbitro electoral como ocurrió con Luis Carlos Ugalde.
Me pregunto ¿qué pensaban todos los ciudadanos de la marcha del 13 de noviembre cuándo los medios notificaron las violaciones electorales aquí mencionadas y todas las impugnaciones en estados y municipios cada que hay elecciones? ¿seguirán pensando que el INE es impoluto y no se debe “tocar”? ¿pensarán que el órgano es perfecto y por ello permanecer igual?
Cierto, en términos del pragmatismo cotidiano, el INE es el menor de nuestros males, pero han sido precisamente todas esas impugnaciones y violaciones electorales las que ha llevado al país hasta este momento de crisis social y política en donde la corrupción y el narcotráfico se han empoderado, suponer que la democracia es o debe ser obtusa y alinearse a los intereses de un solo grupo, sería un grave error y pensar que reformar al órgano electoral tiene fines “dictatoriales” es retrograda y retardatario.
Ese será el reto para ambos bloques políticos existentes y por el momento, MORENA le lleva ventaja a sus opositores quienes aún siguen utilizado la descalificación como herramienta, pues no han sido capaces de ofrecer y esgrimir una alternativa política viable.
¿Quién entenderá mejor el juego político de aquí a 2024? Tal vez lo sabremos cuando vuelvan a tomar las calles.