“La ladrona de libros” es una novela del escritor australiano Markus Zusak, llevada al cine en 2013 por el director británico Brian Percival. En el centro de la película está Liesel. Su mirada de niña de nueve años que viaja en tren con su madre y con su hermano hacia un destino para ella desconocido. Su hermanito muere en el camino. Así de pronto, con su cabecita recostada en el regazo de su madre y un hilito de sangre que se escurre por su nariz. Son los tiempos de la Alemania nazi. Liesel mira. No para de mirar. Sus ojos son enormes y apenas le alcanzan para intentar registrar una cierta dimensión del horror.
En el entierro de su hermanito al sepultero se le desliza un libro del bolsillo. Liesel lo recoge y se lo guarda, aún no sabe leer, pero ya es la feliz propietaria de su primer libro. “Robado”. Por razones que no quedan claras es dada en adopción a una pareja sin hijos que vive en un pueblo pequeño y aislado. “La nueva hija de Rosa”. Hans –su padre adoptivo– es un hombre dulce y sensible que toca el acordeón y a quien se le reprocha que dedique más tiempo a soñar que a trabajar. Su esposa Rosa es distante y hermética. Tan aparentemente fría. Quejarse, entendemos después, es la manera que Rosa conoce de amar.
El de Hans y Liesel es el encuentro de dos soñadores que adoran los libros y las palabras. Hans le enseña a leer con el libro confiscado al sepultero, y luego convierte las paredes del sótano en pizarras para que Liesel escriba las palabras nuevas que descubre. Un primer libro, la lectura en voz alta y las palabras, convierten a Hans y Liesel en padre e hija. Hay tantas maneras de hacer familia. Ellos comenzaron por la lectura. Esa pasión mutua. Los nazis destruyen los comercios judíos y humillan y arrastran a los judíos por las calles. Los van desapareciendo. A ellos también. Sobre todo a ellos.
Rudy es el mejor amigo de Liesel. La familia crece. Más tarde, los Hubermann esconderán en su sótano a Max, un joven judío. El padre de Max le salvó la vida a Hans durante la primera guerra, tiene con él una deuda de honor: salvar a su hijo. En ese sótano más o menos helado, Liesel encuentra en Max a un hermano mayor, como encuentra a una protectora en la mujer solitaria (casada con un nazi) que perdió a su hijo y que le comparte su enorme biblioteca. Esa mujer, la lectora de la casa elegante, necesita una hija. Amor. Resarcimiento. Familia elegida.
Max blanquea todas las páginas de una edición de “Mein Kampf” (“Mi lucha”), para convertirlas en un cuaderno para Liesel. “La escritura”, le dice. Son tiempos de pérdidas y de horror. Las bombas estallan. “La escritura”, insiste Max. Y toda la película se basa en ese entrecruzamiento de ternuras, solidaridades. Minúsculos y enormes pactos. Los ojos de Liesel son magníficos. Al final, entre los escombros que dejaron los estallidos de las bombas: un libro. La continuidad de la vida.