“¡Fue el Estado!”
En efecto, se trató de una movilización de Estado.
Un ofensivo acarreo ordenado por el presidente –por el jefe del Estado mexicano–, operado por las secretarías de Estado y pagado por gobiernos municipales y estatales de Morena, que es el partido del Estado.
Y el premio mayor fue para el jefe del Estado mexicano, el presidente López Obrador, quien ordenó su fiesta, organizó su fiesta, pagó su fiesta, presidió la fiesta, aplaudió la fiesta y, sobre todo, la agradeció con los brazos abiertos el culto a su ego. Fiesta pagada sí y solo sí, con el dinero público.
Sí, fue el Estado el responsable de la grosera regresión que todos vimos en vivo, en cadena nacional de radio, televisión y digitales; todos los medios pagados y sometidos por el dictador de Palacio –el jefe del Estado–, quienes pelearon por la mejor imagen, la mejor toma, el mejor escenario, el mejor halago… porque son lacayos del Estado.
Acudieron con cámaras y micrófonos todos los concesionarios de televisión y radio; casi todos los diarios y las plataformas digitales, pero, sobre todo, los conductores aplaudidores compitiendo por el halago más servil y más lambiscón; todos a sueldo del insultante elogio presidencial.
Curiosamente los mismos que semanas antes se negaron a difundir la inédita y espontánea manifestación ciudadana del 13 de noviembre pasado y que, incluso, la denigraron, negaron, difamaron y calumniaron.
Y es que lo que vimos hace horas –la procesión del ardor de AMLO–, no fue más que un grosero acarreo de Estado para halagar a un presidente indignado por la realidad, pero elogiado por sus lacayos a sueldo.
Realidad que exhibe no sólo a un gobierno fracasado, sino la impostura oficial, la mentira como política pública, el engaño como forma de gobierno y, sobre todo, la degradante corrupción del poder.
Un túnel del tiempo que, en los hechos, nos llevó a las épocas de Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo; populistas y criminales que montaban multitudinarias expresiones de apoyo que no eran otra cosa que insultantes elogios de Estado, pagados por el Estado, organizados por el Estado y que denigraban al Estado. Igual que la denigrante exhibición de hoy.
Y era un secreto a voces que el domingo 27 de noviembre no veríamos más que un acto de Estado para degradar al Estado. Y no lo vieron sólo los lacayos y aplaudidores a sueldo que se arrastran por un plato de lentejas.
Sin embargo, lo que no saben y no quieren ver los cortesanos del “rey” es que el autoritarismo oficial degrada la autoridad oficial.
Es decir, que a mayor autoritarismo del dictador López Obrador, es menor su autoridad y mayor su indignidad. Y por eso obliga preguntar.
¿Qué autoridad tiene un presidente, como López Obrador, que desde la cúspide del poder pretende destruir todo el andamiaje democrático que le permitió llegar a ese cargo?
¿Qué autoridad tiene un mandatario, como López Obrador, que desde el autoritario poder presidencial descalifica el valor simbólico y político de la resistencia civil pacífica y activa –como la del 13 de noviembre pasado--, cuando por décadas él mismo vivió de esa expresión social?
¿Qué autoridad tiene un político en la cima del poder presidencial, cuando de manera autoritaria usa todo ese poder para organizar una marcha callejera oficial que niega su propia historia de movilización contra el autoritarismo del poder oficial; marcha que en realidad sólo servirá para el elogio de sus fracasos?
¿Qué autoridad tiene un líder social, hoy convertido en presidente, que desde el poder presidencial lleva a cabo todo aquello contra lo que luchó en los 25 años previos a su nuevo cargo?
¿Qué autoridad tiene el político más autoritario del país, cuando somete a todas las instituciones del Estado para llevar a cabo el mayor crimen político en democracia, la violación constitucional para acabar con la democracia misma al matar al INE?
La respuesta a las preguntas anteriores la conocen todos: un autoritario como López Obrador no tiene ninguna autoridad política, constitucional, legal y tampoco moral, no sólo para gobernar, para desempeñar el cargo de presidente, sino para destruir al INE.
Y al final, para ratificar que el autoritarismo de AMLO anula toda su autoridad, vale recordar su discurso del 7 de abril de 2005, cuando era sometido a juicio político por desacato, en la Cámara de Diputados.
“Me voy a defender y espero contar con el apoyo de hombres y mujeres de buena voluntad que creen en la libertad, en la justicia y en la democracia… todo lo que hagamos se inscribe en el marco de la resistencia pacífica”.
Hoy, convertido en presidente, López Obrador se defiende no con el apoyo de los mexicanos y las mexicanas libres y de buena voluntad, sino con la compra de acarreados que no son libres, no creen en la justicia y menos la democracia; acarreados que salen a la calle para pisotear la democracia y al INE
Y claro, todo lo que hace es contrario a la resistencia civil y pacífica.
Y con tal impostura, AMLO empezó a cavar su tumba.
Al tiempo.